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domingo, 16 de agosto de 2015

La Generación Fallida,
y El Otro
Mediterráneo...
        Rolando Blanco Hernández
EVASIÓN*         

Gregorio perdió el tren de las 5 a.m. y sigue sin abrir la puerta del cuarto.  Su madre lo llama una y otra vez. El padre amenaza con tumbarla, le grita que el jefe acaba de llegar enojado, sabe que no fue a la estación.  Greta ruega a su hermano que abra. 

–Esta semana lo noté perturbado, siempre leyendo ese libro… –comenta entre sollozos–. 

El jefe recrimina su pereza, le recuerda que aún le faltan muchos años de trabajo para saldar la deuda de su padre. La madre se muerde los labios al oír ese humillante recordatorio. Entre los dos hombres y la corpulenta doméstica empujan la puerta logrando que se explayen sus dos hojas: la alcoba solitaria, la cama desarreglada, un muestrario de telas sin organizar, el libro tirado sobre el piso de madera. Debajo del sofá, numerosas patas se agitan, delgadas, temblorosas…   

DIE VERWANDLUNG / 1       

El tren pronto llegaría a la estación de Praga. El joven abogado no pudo  escribir el relato del que sólo se le había ocurrido el título. Su vecino lo había mortificado durante todo el viaje, con la cobija que deslizaba sobre su abdomen convexo y caía sobre él; su voz parecida a un chillido; el movimiento incesante de sus antenas y patas. 

—Lo escribiré cuando llegue a casa—resignado, pensó Franz.
EN EL NOMBRE DE LA MADRE  
El capitán William Parsons había armado a Little Boy. Después de seis horas de vuelo, el bombardero Enola Gay sobrevolaba Hiroshima. Cuando descendieron a 9855 metros el coronel Paul Tibbets dio la orden y Parsons soltó la bomba. 

–Dios mío, ¿qué hemos hecho? –Gritó el capitán Robert Lewis, al ver la columna de humo rojiza que se elevaba rápidamente y destruía a la ciudad y sus habitantes––Su madre lo maldecirá por  bautizar  con su nombre a este avión: susurró Parsons al oído de Tibbets.

Gonzalo Alvarino
                                                                                                                                                                                                             

EL OTRO MEDITERRÁNEO                                          
Lentas las gotas rasgan la tarde
El cielo es una gran serpiente
sobre mis testarudos ojos
Se apagan los colores
y los ahogados aparecen
en la Kosta Azul
Una manada de tortugas
se sumerge en el oscuro mar
La última gaviota mira con desdén
la carne insípida que se pudre entre las rocas
No hay lágrimas para el inmigrante
Naufragio y vida
comparten la misma orilla.
 
                                                                 
                                                                                                                                     
HILO DE AZÚCAR                                                            

Blanco hilo de azúcar
humedad en las espinas del cactus
colmillo de sal
Ahora y en la hora de mi muerte
te desvaneces
En algún lugar de mis labios apareces
como una liebre en busca de los pies de Aquiles
y nos inventamos una guerra
sin Troya y sin caballos.
 

                                                                             


EL CÍRCULO SE CIERRA

Mi voz es un lamento de madera en este mes de cerezas muertas. No importa qué edad tengas, el dolor siempre te alcanza. A mis manos les quedan algunos suspiros para la noche. Mientras, busco en  el lugar más lejano de piel los fragmentos de tu olor. El círculo se cierra con las últimas gotas de luz. 

UN MUNDO FELIZ 
Padre aprendió a envejecer de manera silenciosa, toma el control de la situación y cambia de canal. Madre, sabia mujer enferma, maneja con destreza los torcidos hilos de la casa. En su mundo feliz de pastillas y dolor, ella es la reina.



Julio César Márquez Ariza

POR LAS RENDIJAS
                                                                                             
Vuelve la lluvia
el techo suena,
la tierra empieza a ceder.
La casa trémula
intenta quebrarse,
pero la mujer le ata las grietas
con un hilo de oraciones.
Mujer- techo,
lluvia- serpiente,
ríos que nos tocan los pies.
La imagen del mundo
se vuelve turbia
en el fondo de este charco.

SUBMARINO        
Hay grietas en las paredes,
fugas de agua que van marcando la ruta    
el ventilador nos cuenta la noche,
y un sonido,
ese que nos mantiene insomnes,
nos lleva a pensar en ti.
Otra vez el agua,
como enemigo nuestro,
rompe las paredes con sus versos
lava las manchas de nuestras huellas sobre el suelo.
Uno…Dos…Tres…
¿A dónde te has ido?
Un ratón recorre mis pies,
y unas hojas empiezan a caer en la sala.
Uno…Dos…Tres…
Hay agua en los bolsillos,
imágenes de cuerpos con aletas,
hojas húmedas,
y esta casa-anfibio.
Nos queda entonces,
el escondite de medianoche,
una estrella acuática que ilumina la sala,
mientras vamos haciendo huecos en los costados,
rutas de escape,
nuevas fugas, grietas.

 
Gabriel Cuadro

ESTADOS
                                                                  









Al principio la vida es brillante y limpia  
un sol despertando al mundo  
en una ventana la sonrisa de un niño  
un poema visitando la memoria 
El tiempo sigue  
un amante traiciona al amor  
la noticia del odio  
la cuenta del mercado  
Y todo se ensucia y duele.


ALZHEIMER

                                                 
  













Cuida tus recuerdos 
Defiéndelos del olvido 
de los años numerosos 
Cuídalos 
ellos guardan tus lugares 
la esquina que te guía 
Guardan  las noches con tu Luisa 
tus pasadas derrotas 
y alguna victoria 
Cuídalos 
No te expongas a la nada 
a deambular difunto por la vida.

Juan de Dios Sánchez 

LET THEM BLUES


                               
  








Deja que el Blues se entere de cosas que no necesita saber
        Let the blues be afraid
        either way we´ll have our ceremony 
Esto, más que amor –mi amor– será como ir de compras 
Deja que en la piel del Blues comience la historia
        Let the Blues
        be our victim for us to be brilliant
Exento de amor -mi amor- seré yo quien decida tu orgullo
Deja que el Blues aterrice o se ponga a llorar en cambio
        Let the blues do the dance
        while the rest of us do the bark 
Yo te decepcionaré -amor- con todo mi amor: grosero
                                                       pretencioso
                                                                            imposible
Deja que el Blues nos dé algo mejor que su corazón para satisfacernos.
        Let the Blues be senseless
        and vacant of sentiment
Estos días -mi amor- serán lo único que haremos 
Surfear las olas del apetito
Cultivar un universo a puerta cerrada
Aprovechar la juventud del espíritu
Asumir la jefatura de rompernos en cada canción
Deja que el Blues nos saque acordes con las uñas
Deja que siembre la grama adecuada para descansar la cabeza 
        in the meantime of this outrageous break of dawn
Y que la cámara nos deje ir
Y que la radio nos pida más
           Blues
El mejor asombro jamás cantado
Y herirnos
Y rascarnos
/
         Edisson Duarte
                    El gato ha muerto
Madre lo cubre con dos hojas de papel periódico
Un viento alegre deja adivinar su cola
La hermana menor lo mira
         desde la casa del palomar…
Lo llama
         Lo llama hasta el cansancio
                Solo las hojas del periódico se mueven.

………………………………..

                                                      
















La gota indecisa por la comisura del párpado:

                           Un malabarismo que no da frutos.                             

La sal dejándose llover…

            Detrás de la ventana

                                         …la sal dejándose llover.

RAYUELA


                                  










La mano arroja la piedra,

                     como quien lanza un salvavidas

La caída perfecta,

                 el salto y las risas no se hacen esperar.


La mano falla,

           La piedra no cumple su destino

                            El cielo, otra vez diluyéndose… 


Onésimo Andrade  

EL BARCO 










Allí donde nunca se marca el Norte
el guerrero descansa sin su dios
la mar ríe y le roba vida
su rojizo semblante está marchito
la agonía del olvido atrapa su interior.
Un peregrino le recuerda
el olor a pólvora con fuertes vientos
ya no habrá noches con pesares
solo recuerdos sin esplendor.
  
Ruth Patricia Diago















AYER FUE EL TEMPORAL QUE NO PUDO CON TU RUIDO


                                  












Tu costumbre no es la lluvia 
que apacigua los días y rezaga los pregones 
ni la arena muda y compacta en la playa despejada. 
No, son tus calles ríos lineales propiciando el caos, 
o esa inquietud tardía porque se disuelva el cerro 
y su prioritaria vocación de pesebre 
se deshaga en el barro. 
No, tu rutina de puerto caribe 
construye un segmento de historia 
desfachatada y luminosa, 
aquí donde la soledad se sienta 
en mecedora a media tarde. 
La voz de tus barrios ocupa las plazas 
y el trasegar continuo de tu gente 
ha entrenado a las maríamulatas 
en el curioso arte de cazar 
restos de arepa con huevo. 


ERRE  CE  GE  JOTA

                        











En cada poro le dolía el mundo, su tierra natal,
los muertos de su sangre y los algodonales.
Más que la hipodérmica con la que le pinchaban el cuerpo desgastado
le torturaba esa serie de malogrados intentos por combatir la propia locura.
Los versos de lava que produjo desde la hamaca, el camastro,
los concebidos sujeto a su abandono
bajo la brava intemperie de sus últimos días,
y que trocaba por un café o un cigarro.
Dolor, el de sus pasos mendigos
la abarcante soledad desde sus ojos.
Fumándose la calle a paso lento y perdido
llenaba la mañana de reproches para los pájaros
chancleteando la ciudad,
entaconándose por las callejas
o machacando las rutas de siempre
con las plantas abrasadas de pavimento hirviente.
Yo también evité su genio vagabundo,
el rumor creciente de su delirio
evadía su mirada plagada de demonios,
sin adivinar el tamaño del agobio que acarreaba.
Sus versos descubiertos tardíamente, aquí en la sala,
rescatan el mediodía, permeando la inercia de mis horas
con blandos tentáculos de medusa.

                   Nilva Galván
EL DIENTE DE HAROLD
                                                                  







–¿Qué buscas Harold? 
–Mi diente, responde, todavía con su cuerpecito doblado debajo de mi cama. 
Un poco angustiada, por la respuesta del niño, decidí revelarle la verdad que él debió conocer desde la noche anterior. Se la dije y le presenté mis disculpas, las cuales aceptó con una mirada un poco triste y un “…bueeenooo…” 

Harold es un niño de 7 años  con un lunarcito negro en la frente que cautivó mi atención desde el día que llegó de Sahagún a la casa de la tía donde yo también me encontraba hospedada. 

Ese día, durante mi ausencia, mudó su sexto diente. Las personas que lo rodeaban lo persuadieron de que si un ratoncito encontraba el diente, por la noche, se lo llevaría y, a cambio, encontraría debajo de la almohada $2.000. Ilusionado con semejante negocio y con la ayuda de su mamá, la tía y su hermanita Chary, envolvió el dientecito en papel blanco y lo colocó en la ventana de mi habitación mientras llegaba la noche. 

Yo, al regresar cansada de trabajar, confundí el montoncito de papel con basura y lo arrojé a la caneca. Esa misma noche, al llegar el momento de colocar el dientecito debajo de la almohada de Harold, la tía, después de buscarlo, me preguntó si había visto un montoncito de papel blanco. Un poco avergonzada, le respondí que en la mañana, antes de irme, lo había arrojado como basura en la caneca…inmediatamente todos emprendieron la búsqueda en vano. 

–¿Y ahora qué hacemos?  ¿Qué le decimos? 
El Señor Henry, más tranquilo que la brigada de búsqueda, en forma calmada aconsejó: “es muy fácil, envuelvan esa semillita de naranja y colóquenla debajo de la almohada de Harold”. Así se hizo. Con muy  mala suerte, porque el niño  revisó y dijo que eso no era su diente. 

Ante el fracaso, su Hermanita Chary de 9 años, reinició la búsqueda con la tía en la caneca. Al verla, Harold le preguntó: ¿qué buscas? 

–Una aguja, respondió. 

Irónicamente y con su carita desconcertada le dijo: 
–¿No será que buscas mi DIENTE? 


Mimi Barboza
¡BAILEN AL RITMO DE JOSÉ!    

Recuerdo esos tiempos de amigos cómplices, cuando íbamos a cantar, cantar y cantar en las parrandas con las hembras del pueblo vecino. Queríamos que ellas conocieran la embarcación que construimos de un enorme tronco.  Navegábamos, cada uno con su remo, sin asustarnos. Nos gustaba oír el sonido del golpe de los remos en la corriente, que nos mojara la lluvia. Alegres bailábamos, mis oídos sentían más fuerte la música: ¡Bailen al ritmo de José Barros!, que suene la cumbia, prendan las velas, que la esperma caiga en el suelo… Cuerpos moviéndose con el balanceo de la embarcación. Bebíamos, gritábamos: “Vamos, muevan los hombros y fundillos”, apretujaditas las hembras a nuestros pechos. El olor de Julita, Ana y Petra nos hacía gemir… Gozábamos los compadres, las mujeres; las horas pasaban sin importarnos el amanecer. 

Ya estamos viejos. Pedro Albundia y Guillermo Cubillos murieron. Ahora veo a nuestros nietos que van en canoa al pueblo vecino, en medio de una fuerte corriente, cantando, bebiendo… Y siento miedo de que el rio se lleve sus recuerdos. 

Mabel Escorcia 

¿DÓNDE ESTABA ALÁ? 

A Faiza, la vendió su padre cuando tenía 7 años. Era bella, al crecer muchos hombres la asediaban. Aarón la perseguía como una sombra, a ella no le gustaba, era viejo. Él se enteró del compromiso. Era tan fuerte la atracción que sentía por ella, que no concebía que otro pudiera tenerla. La esperó a la salida de su casa y le roció, de pies a cabeza, ácido del diablo. 

Faiza sobrevivió; pero su rostro y su cuerpo quedaron desfigurados. Ahora llevaba una triple carga: no tenía un lugar propio, era mujer y su apariencia física era monstruosa. 

La desterraron a un rincón de la casa para incomunicarla con  el medio exterior. Un día de diciembre después de cumplir los 16 años, Ranjit llegó de Bangalore, capital de Karnataka, en busca de la mujer que había comprado 9 años atrás.  Cuando el padre se presentó con Faiza y se la entregó. Ranjit levanta la burka, su sonrisa se cuaja. ¿Quién hizo esto?, preguntó estremeciéndola. Ella contestaba que  no sabía, temblaba, no sabía qué hacer. Ranjit pidió devolución de la dote, la familia consideró esto una maldición de Alá. 

Faiza empezó a trabajar en Guajarat barriendo las calles, limpiando las cloacas. Cuando la población dormía, ella salía a caminar. Cada semana las noticias informaban que el cadáver de otro hombre había sido hallado. Aarón fue encontrado vivo, quemado de pies a cabeza… 


Rosemary Maciá
                                











HUMO 












Tengo cinco años y me gusta el humo. Significa que mi papá está cerca,
que su tranquilizadora presencia fuma cigarrillos Kent.
Más adelante, la asociación se torna menos agradable:
alguien quema basura y toca recoger la ropa de prisa
o deberemos volver a lavarla.
Pero fue mucho más tarde, cuando al fin entendí
por qué las casas de los pobres olían distinto,
ese olor persistente que tanto me inquietaba.
Era el humo.
Impregnando la ropa, la piel, los escasos muebles.


MEA  CULPA
                          
 
         




          Cuando levanto el pie
          y sigo como si nada
          ignorando al niño
          que duerme en el andén
          Yo también soy culpable.


CLAUDETTE

Aferrada a tu silla, Claudette Colvin, con la fuerza de un pasado que pesa sobre tus hombros, te niegas a ceder tu puesto. Pobre niña negra; Rosa Parks, nueve meses después, resultará más “conveniente” para la causa. 

EL POLVO Y LA REALIDAD SE CUELAN POR DEBAJO DE LA PUERTA 

La brisa de principios de año forma remolinos de hojas secas y pétalos de trinitarias. Hay  polvo en cada espacio. El periódico dice que volaron los techos de las casas en algún barrio marginal. –Los fenómenos naturales parecen ensañarse más con la pobreza–. Enciendo el televisor, un programa gringo muestra mujeres embarazadas en la cárcel y, qué casualidad, todas son negras. La brisa arrecia. Siento frío. La sábana con la que oculto mi rostro, empieza a resultarme insuficiente.






viernes, 14 de agosto de 2015

La Calvaria Confesión

«La Poesía es la Razón de mi Vida»: 
José Luis Díaz-Granados

 Por Redacción MC*

¿Qué significa para ti, antes de cumplir los 70 años, publicar tus poesías completas?
Varías cosas. Primera: una sensación de incredulidad, al ver reunidos allí más de 600 poemas escritos durante 50 años, algunos desiguales, con diversidad de tonos, temáticas, ritmos, estructuras, con saltos bruscos, con ciclos carentes de rigor, con muchísimos textos brotados del fondo del alma, otros circunstanciales, otros de compromiso social, etc. Y en segundo lugar: una inmensa satisfacción en medio de tanto desorden, al ver convertida la producción poética de más de medio siglo en una edición que le da coherencia y sentido a la  misma. La poesía es la razón de mi vida. 
¿Cuándo escribiste la primera poesía? 
Antes de cumplir mis 7 años escribí una estrofa que titulé «La Casa de Mayo», en donde trataba de imitar los poemas rimados de los autores modernistas que mi madre copiaba en un álbum. La noche del 13 de junio de 1953, a la misma hora en que el general Gustavo Rojas Pinilla se estaba tomando el poder, recité esos versos en el programa «La Hora Infantil» de la Radio Nacional, que, recuerdo, estaba completamente militarizada. En mayo de 1957 escribí unos «Versos Políticos» por la caída de Rojas Pinilla, que fueron publicados en Ecos de la Guajira, un periódico de Riohacha que dirigía Nássere Daos. Pero en realidad, mi primer poema formal, «Despertar» me lo publicó Eduardo Mendoza Varela en Lecturas Dominicales de El Tiempo, en enero de 1961. 
Viendo en conjunto tu producción poética, ¿tendrías algún reparo que hacerle? 
Los 3 tomos que reúnen mi Poesía Completa, suman 720 páginas. Si pudiera, conscientemente, las reduciría a 100 páginas. Si volviera a empezar sería más riguroso, más ordenado, más severo conmigo mismo. 
¿Qué poetas hacen parte de tu formación? 
De niño, me fascinaba escuchar a mi madre recitando «La cabeza del Rabí» de Rubén Darío, el «Nocturno» de Silva, «La magnolia» de José Santos Chocano, «Gloria de mi tierra» de Alfonso Reyes y todo el Romancero Gitano de García Lorca. En la adolescencia, mi primo Pepe Stevenson leía en voz alta poemas en francés de Aragón, Paul Elvard y Blaise Cendrars, en las célebres ediciones de Pierre Seghers. Luego descubrí a Neruda y me sumergí de manera total en su obra monumental. Llevo más de 45 años estudiándolo, lo mismo que a «los poetas de la primavera de los pueblos»: Whitman, Martí, Maiakovski, Alberti, Nicolás Guillen, Ritsos, Hikmet, Celaya, Nazor, Jorge Zalamea, Luis Vidales, Efráin Huerta, etc. 
¿Algún libro o poema en particular? 
Bueno, las obras completas de los antes citados. Pero tengo debilidad especial por algunos libros como Romeosoni de Yannis Ritsos, Residencia en la tierra, Tercera residencia, Canto general, Las uvas y el viento, los versos del capitán, Odas elementales, Estravagario y La barcarola, de Neruda; las poesías completas de Rafael Alberti y Poesía hasta hoy, obra reunida del ecuatoriano Jorge Enrique Adoum. 
Además de poesías, tienes libros de narrativa, infantiles, de crónicas…¿dónde te sientes mejor? 
Cada texto tiene su concreción, su concentración, su producción particular y su floración. De muy joven escribí cuentos. En 1959, Gonzalo González (GOG) me publicó uno titulado «Un día antes del viaje», dedicado «A Gabriel García Márquez», que resultó ser el primer texto en el mundo dedicado al futuro Nobel. Yo estaba convencido de que era mi género predilecto. Luego escribí proyectos de novela y relatos poemáticos. Posteriormente publiqué unas seis o siete novelas que acaban de aparecer reunidas en un volumen titulado Las puertas del infierno y otras novelas. Todas ellas agrupan mis exorcismos literarios y vitales. Y por ejemplo, me divierto muchísimo elaborando juegos de palabras y rimas para niños, lo mismo que cuentos de miedo y leyendas sorprendentes. No en vano Cuentos y leyendas de Colombia es mi libro más leído (por miles de niños en los colegios del país) y el más vendido. 
Acabas de publicar tu primer libro de cuentos: Los papeles de Dionisio, ¿por qué hasta ahora y no antes? 
Estaba tranquilo porque con ese título reuní 8 cuentos de juventud en la primera edición completa de mi poemario El laberinto, en 1984. No sentí la necesidad de reeditarlos porque me parecía que eran narraciones escritas para mí mismo. Pero ahora, gracias a mi gran amigo y admirado escritor Roberto Montes Mathieu, quien me instó a reunirlos y publicarlos, acaba de aparecer un volumen con mis relatos reunidos titulado Los papeles de Dionisio. Cuentos, 1968-2012. 
¿Estos cuentos son anteriores a tus novelas? 
Sí, son una especie de preámbulo de mis novelas, en cuanto al estilo (o antiestilo), los monólogos a veces inconexos, los personajes y la atmósfera. El barrio Palermo de Bogotá es casi el único escenario de mis novelas, con excepción de La noche anterior al otoño (2005), que si bien la mitad se desarrolla en Bogotá, la otra se vive y sueña en la Habana. Y Fulgor de la calle grande, que sólo se lleva a cabo en Santa Marta, mi ciudad natal. 
Tus novelas son esencialmente eróticas, ¿cómo logras equilibrarlas con lo que escribes para los niños? 
Cada cosa en su lugar. Y la verdad, no tengo problema. El erotismo y, si se quiere la pornografía y la obscenidad de mis novelas es fruto de mi propia vivencia y cuando no, de una ficción muy calcada de la realidad. A propósito, nunca he sabido si lo que he escrito son novelas o simplemente textos con personajes, edificios con cuartos lujosos y asquerosas letrinas, totalidad hechas de fragmentaciones, unidades construidas con pedazos de cosas, corpus multicolor, organismo en proceso, catedrales, relojerías, concentración de juegos y rigores, escritor escrito, suerte combinatoria, laboratorio idiomático infinito, o ¿qué? 
¿Cómo es tu forma de trabajar? 
Leo invariablemente de noche, cuando mis familiares y vecinos duermen. Y escribo a cualquier hora cuando estoy absolutamente solo, solo, «solo y mío», como decía León de Greiff.        
*Tomado de Magazín del Caribe. Año X No. 51. Julio-Agosto de 2015. Bogotá, Colombia

lunes, 27 de julio de 2015

 NARRATIVA FALLIDA
Todo Comenzó En Marzo De 2013… 

Cartagena, Septiembre 29 de 2055

Hoy cumplo noventa años. Jamás hubiera creído que en el curso de una vida, mi vida, las cosas cambiarían tanto y asistiría a la materialización de mis mayores temores. Hace cuarenta años aún podía expresarme con cierta libertad, sabía que no era del agrado de la mayoría, pero no me importaban los gestos de desaprobación, o cuando me afectaban, lo que hacía era alejarme de esas personas. Ahora esas personas no solo se han apoderado del mundo, ellos, en realidad ellas, se cuelan por cada rendija, invaden cada intersticio. 
Y, ¿qué pasó con «ellos»? Se rindieron. Ellas les aplicaron la política de piernas cruzadas y poco a poco fueron sometiéndose. Los primeros en ceder fueron los más machos y bravucones, rápidamente se convirtieron en los perros falderos de sus mujeres, acompañándolas a sus oficios religiosos y vigilando que nadie tuviera la osadía de desafiarlas. Los más racionales ofrecieron resistencia; pero a los seis meses de iniciada la ofensiva, ya habían dejado de lado sus argumentos y adoptado sin pudor el discurso religioso-feminista que se regaba como peste. 
Lástima que ya no haya sociólogos para desentrañar los orígenes de la decadencia (esa fue una de las profesiones prohibidas); pero desde la perspectiva que me ofrece esta edad avanzada, y la lucidez que conservo como único patrimonio, me atrevo a afirmar que todo empezó en marzo de 2013 con la elección del Papa latinoamericano.
 
Cualquiera pensaría que ese evento solo afectaba a los católicos, comunidad cuestionada y venida a menos por culpa de numerosos escándalos de pederastia de sus ministros; pero, sin que nos diéramos cuenta, esa elección intrascendente se  convirtió en una especie de revolución que fortaleció todo tipo de creencias, y los latinoamericanos, siempre acomplejados por carecer de significativos aportes a la Historia Universal, se empeñaron en exportar esta Revolución (ya con mayúsculas) a todos los confines del planeta. 
En la actualidad apenas se salvan del fanatismo los países escandinavos. Allí se refugia mi hijo como medida desesperada para escapar del régimen. Bueno, la verdad es que primero viajó a Holanda; pero Holanda a pesar de su discurso liberal, apenas logró resistir un par de décadas. Por supuesto, el mundo musulmán aprovechó este desmadre en Occidente y, ya sin oposición, se apoderó por completo de Asia y África. Llevamos años sin saber qué ocurre en esos dos continentes. El último informe que nos llegó, decía que todas las mujeres mayores de doce años habían sido retiradas de las escuelas y estaban usando la burka.  
Y es que en una serie de reuniones secretas, los católicos firmaron pactos con los evangélicos; pero no se quedaron ahí, siguieron acuerdos con Testigos de Jehová, adventistas y demás. Al final, hasta gnósticos, espiritistas y sectas satánicas eran sus aliados en un bloque monolítico impenetrable, poseedor de la Verdad absoluta. El enemigo a combatir era el agnosticismo en todas sus formas: los intelectuales, filósofos y científicos fueron encarcelados, quemados sus libros. Fue perseguida cualquier manifestación de pensamiento independiente.
–Aún recuerdo con tristeza el día en que me fue arrebatado mi último libro: El Anticristo de Nietzsche. Lo tenía escondido en mi colchón. Ni siquiera me atrevía a sacarlo para disfrutar de su lectura, pero era reconfortante saber que ahí estaba. Era el mismo ejemplar que le di a leer a mi  hijo la primera vez que me dijo que le prestara un libro. Era un símbolo, una esperanza. Pero por culpa de un desperfecto en el lavaplatos, me vi obligada a llamar al plomero. Por supuesto, no llegó solo, apareció acompañado de su mujercita, y, mientras salí a comprar tubos de PVC, ella se dedicó a hurgar en mi pequeño apartamento, mi cueva, como me gusta llamarlo. Encontró el libro y convencida de su misión me denunció. Fui  amonestada y pagué una considerable multa, pero lo peor fue presenciar la quema en la Plaza Principal. Aunque la hoguera resultó de un tamaño más bien insignificante: atrás habían quedado los días en que eran tantos los libros quemados que la llamarada superaba por varios metros la altura de la torre de la Catedral–. 
Y a mis amigos, ¿qué les pasó? Gonzalo fue el primero en caer al enfrentarse solo  y desarmado a las Señoras en olor de Santidad de su barrio. En cambio Ruth aguantó varios años; pero el constante enfrentamiento con el poderoso y renovado Grupo de Emaús, deterioró su salud y en una de esas disputas, su corazón no pudo más. A Rolando lo vi por última vez el día que quemaron Las historias de Alí, en esa época la llamarada aún alcanzaba una altura respetable. Luego solicitó que le asignaran más horas de trabajo en su empresa, y, con esa excusa, evita regresar a Cartagena. Y Edisson… ¿qué habrá sido de él? Insistió en que era más seguro irse para su ciudad, porque su mamá era poeta y ella jamás se dejaría arrastrar por el fanatismo de las otras. Juntos crearían La Resistencia del Eje cafetero. Los pocos que quedábamos, fuimos a despedirlo en medio de una noche lluviosa; pero aunque prometió mantenerse en contacto, nunca más tuvimos noticias de él.  
Ya no tiene sentido continuar. Ayer escuché que van a obligarnos a vestir a la manera de los Amish, pronto nos obligarán también a prescindir de la electricidad.  No se conforman con haber eliminado internet y transmitir por televisión solo programas religiosos y cantos gregorianos. Esta gente no tiene límites. Nos van a matar de aburrimiento. Menos mal que la mujercita del plomero no encontró la «pequeña solución» que guardé hace años para cuando llegara este momento. Ya es hora. Porque a pesar de estas cuatro décadas de adoctrinamiento, sigo pensando que esta decisión es mía, únicamente mía.*Rosemary Maciá           
*Rosemary Maciá
Poeta y Escritora. Miembro Tallerista del Colectivo Generación Fallida que se reunen religiosamente todos los sábados en La Casa-Museo Rafael Nuñez de Cartagena de 10 de la mañana a 2:30 de la tarde.
 
 

sábado, 25 de julio de 2015


MIGUEL FACIO LINCE: FRESCO Y VITAL
El Hombre Sin Personalidad

La vida rutinaria de La Villa es desesperante. ¿Qué hacer en ella, en medio del marasmo de los días sin huella y de las noches oscuras y melancólicas, en que ancianos, adultos, jóvenes y niños parece como si tuvieran la misma edad, pues practican los mismos juegos y se aburren de las mismas cosas?
La uniformidad deprimente de un día tras otro empuja a los hombres de La Villa a buscar la alegría artificiosa de unos rones o cervezas calientes en la única cantina con salón de billares, en donde se casan partidos de dos contra dos y hay mesas regadas en el patio para jugar naipes, dados, damas, ajedrez y cuanto pueda a ayudar a matar el tiempo. 
Los que no participan en los juegos se arremolinan alrededor de las mesas y se arrellanan en bancas a lo largo del salón de billares, para emocionarse también con los jugadores. 
Otros hombres se sientan en el parquecito frente a la cantina, a ver pasar a una que otra mujer joven para hacer malabares mentales con el sexo, o a echar castillos en el aire mientras viajan y se trasladan a sitios que solamente existen en la imaginación calenturienta de ellos. 
A medida que avanza la noche la mayoría comienza a dar cabezazos de sueño, pero se aguantan hasta tarde en la cantina, para ver si alguien logra una larga serie de carambolas o ejecuta alguna jugada fulminante en cualquiera de las mesas. 
La ociosidad es madre de todos los vicios y también de todos los chistes crueles y chanzas pesadas que se inventan a manera de diversión. 
Es el caso de lo que ocurrió con el dueño de la cantina y el reluciente reloj que marcaba las horas, los minutos y los segundos que permitían cobrar el tiempo exacto de cada partido de billar. 
Una noche el reloj desapareció misteriosamente de la repisa donde estaba a la vista de todo el mundo en la pared. En medio de las miradas socarronas y las risitas contenidas de los espectadores, el dueño lo buscaba frenético de ira debajo de las bancas, en los rincones y en los sitios más insospechados. 
Trinaba de rabia y maldecía la madre del ladrón en la forma más soez. Pero nada encontró. Dos semanas después, cuando le tocó hacer la periódica limpieza del tinajero y echar alumbre al agua de beber, allí lo halló oxidado en el fondo de la tinaja. Afortunadamente el reloj de la iglesia contigua al parquecito, donde sonaban las horas, las medias y los cuartos de hora, permitieron superar la pérdida ocurrida. 
Pero desde entonces era raro el partido de billar que no daba lugar a una pelotera entre el propietario de la cantina y los jugadores de turno, por no saber la duración exacta del tiempo jugado, que se definía siempre cuando el cantinero recogía las bolas de la mesa de billar y salía hasta la puerta, seguido de los espectadores, para determinar en el reloj público el tiempo que era necesario pagar. 
Goyo Río era el más empedernido y el de mayor edad de los jugadores habituales de la cantina, gente joven en su casi totalidad. A pesar de ser casado y tener cuatro hijos ya, hacía parte de una «cuerda» de muchachos solteros, con los cuales era inseparable. 
Una noche jugaban al «platillo», que consistía en colocar un plato en el centro de la mesa de billar, para que todo el que lo tocara con alguna de las bolas pusiera cada vez veinte centavos en él. Cuando alguien hacía tres carambolas seguidas sin tocar el plato, recogía todo el dinero depositado allí. Esa noche memorable llegó un instante en que el platillo estaba tan repleto de monedas que ya resbalaban y caían al paño del billar. 
Fue ese el momento en que la plantica eléctrica de la cantina comenzó a subir y bajar de ritmo repentinamente, hasta que dio un resoplido final y todo quedó a oscuras. 
La Villa Imponente
Se produjo en seguida una rebatiña de gritos y golpes en que nadie sabía quién pegaba. 
El cantinero corrió en busca del candelero previsto para estas emergencias. A la luz vacilante de la vela todos los espectadores contemplaron asombrados el platillo vacío, con unas cuantas monedas regadas sobre el billar. 
El dueño de la cantina sentenció manoteando: 
«Esta vaina tuvo que hacerla uno de los que estaban cerca del billar. ¡Esto fue alguno de los jugadores, carajo!» 
Inmediatamente gritó uno de los muchachos: 
«¡Por mi madre que fue uno de nosotros!...¡Qué se mueran los hijos del hijo de puta que se cogió la plata!». 
Goyo Ríos rugió: «¡La puta madre de todo el que crea que fui yo, carajo!». 
Y salió enfurecido de la cantina. En mitad de la calle se dio cuenta que llevaba el taco de billar en la mano y lo tiró con rabia al subir al pretil de su casa. 
Su esposa, Chepa, se despertó asustada con el ruido inusitado de la puerta, abierta de un violento empujón. «¿Qué te pasa, mijo?...¿Vienes bravo?». Goyo Ríos aprovechó para descargarse de su ira: «¡Malditos!...¡Pero no vuelvo a determinarlos!...¡Son unos vergajos todos!». Chepa agarró la coyuntura para darle con la cantaleta de todos los días: «Te lo vengo diciendo, mijo. Esos muchachos pueden ser hijos tuyos. Ya estás muy viejo para esa vida. Tú eres culpable de que te falten al respeto así. No tienes personalidad, Goyo».         
«¿Personalidad cómo?», preguntó él. 
Mompox, Escenario de los Cuentos de Miguel Facio
«Pues que tú no te das la importancia que mereces…Qué no pareces un hombre serio y responsable…Qué te dejas llevar por los otros…Que haces los que esos muchachos quieren. Fíjate cómo sales corriendo apenas te pitan en el carro viejo, sin preguntar ni siquiera para dónde van. Tienes que darte importancia,…que te esperen,…que te respeten…». Goyo la interrumpe y le dice: «Tal vez tengas razón, mija. Te aseguro que en adelante voy a ser distinto. Tendré personalidad con esos pendejos». Y continúan hablando largo sobre su cambio de vida con ella y con sus hijos, ya que una y otros se quejan de su indiferencia en el hogar. 
Al siguiente día, como todos los domingos y días de fiesta, muy de mañana se oyó el mismo escándalo de siempre frente a la casa de Goyo, con el carro viejo pitando sostenida y estridentemente, y los muchachos gritando a todo pulmón: 
«¡Goyo Ríos, apúrate, que vamos a llegar tarde!...Qué hubo!...¡Rápido, carajo, que estamos listos todos!». 
Con tranquilidad Goyo se acerca al poyo de la ventana, se asoma serio por ella, con la cara embadurnada de espuma, en camisilla, con una toalla tirada sobre el hombro, y les grita: 
«¡Hombre, van a tener que esperarme un rato, porque apenas me estoy afeitando¡ Apaguen ese aparato mientras salgo…Yo no…». 
No lo dejaron terminar la frase. Con estrépito de mofle roto, el motor del viejo carro fue acelerado fuertemente. Goyo Ríos palideció al darse cuenta que lo dejaban. 
Corriendo entró al cuarto, agarró los zapatos, las medias y la camisa y salió disparado detrás del vehículo, que logró alcanzar al doblar la esquina siguiente. 
Se trepó al carro y se limpió la espuma de la cara mientras acababa de vestirse en medio de protestas y recriminaciones a los muchachos: 
«¡Vergajitos!...¡Creían que me iban a dejar!...¡Desgraciados, ustedes me las van a pagar todas juntas!...». 
La personalidad de Goyo Ríos acabó de quebrarse y diluirse en medio de los tragos de ron  y los chistes y la parranda de todo el día, que fue a terminar la noche entera en el CUCAN-BAR, el único cabaret de mujeres de la vida que había entonces en La Villa. 
Con las primeras luces del alba regresó a su casa. 
Miguel Facio Lince
Como en la precipitud de la ida se le habían quedado las llaves, empezó a patear la puerta y a gritar: «¡Chepa!...¡Chepa!..». 
Asustada su esposa saltó azorada de la cama y corrió a abrirle la puerta. Goyo Ríos entró haciendo eses al caminar. Borracho como nunca, con la voz gangosa increpó a su esposa furioso: «¡Te voy a advertir una vaina!...¡No me vuelvas a hablar de personalidad!...¡Por esa maricada casi me dejan los vergajos estos!...Déjate ya de la cantaleta esa…¡Qué personalidad ni que carajo!...»

     




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