Los Mismos Regalos Por Navidad, en Chambacú
«Aparecía el pesebre de la Seño Carmen,como una nueva
estrella»
Juan V Gutiérrez Magallanes
Desde la aurora del primer día de diciembre, las brisas traídas por las aguas de la ciénaga del Cabrero-Chambacú, nos brindaban una invitación a la alegría, las voces se daban con un acompañamiento cantarino que hacían remover el corazón, y escrutar los mejores recuerdos de Navidad, los vecinos del Puente se detenían para escuchar los villancicos que Tiburcio dejaba escapar en su picot de sones y boleros.
En Chambacú se abría el mundo para brindarle a su gente un espacio para el encuentro con los niños y sus juegos con el goce y el regocijo por la llegada de la noche del 24 y el nacimiento del Niño Dios.
Muy temprano, a la hora en que pasaba el señor que vendía la leche, allí en la bajada del Puente nos reuníamos en ese amanecer del 25 de Diciembre los niños de Chambacú para mostrar nuestros aguinaldos, no importaba que fuesen en su estructura los mismos regalos de años anteriores, pues llevaban en su superficie un nuevo color, y daban un brillo de alegría tocándonos el corazón y llenándonos de agradecimientos por haber recibido aquellos juguetes que entrarían a hacer parte de nuestros recuerdos.
Juan mostraba su camión de madera pintado con los colores más llamativos, la parte delantera era roja y la posterior azul con franjas verdes y amarillas, todo su ropaje era diferente al año anterior, y a pesar de que era el mismo camión de la Navidad pasada, ninguno de los compañeros traía a colación aquello, quizás porque la Matraca de Luis era la misma del año pasado, solo que, ahora, estaba pintada de amarillo, y su sonido era más alegre: dejaba un eco que se mostraba en las ondas de la superficie de la ciénaga. Era una Matraca con cremallera de zinc, elaborada por Nemesito «El Hojalatero», quien la había fabricado diez años antes de haber nacido Luis. Aquel sonido de la Matraca, el abuelo de Luis lo utilizaba para espantar el canto de las lechuzas, pero a la vez atraía el cardumen de lebranches, que Magalla aprovechaba para lanzar su atarraya y atrapar muchos peces.
El balón de Pedro, estaba pintado con franjas rojas en fondo blanco, mostraba su superficie reluciente, era el mismo balón de otros años, siempre, Pedro lo presentaba con un color diferente, y como no le raspaban los colores anteriores, las capas se iban acumulando una sobre otra, lo cual le iba disminuyendo elasticidad para rebotar. Pero no importaba, ese era el aguinaldo de nuestro compañero.
Mayito con su hermana Carlota, hacían parte de aquel encuentro de aguinaldos, ellas mostraban sus muñecas, las mismas del año pasado pero con vestidos nuevos y con un nuevo lunar en sus caritas, su madre hacía artesanías y mostraba su maestría en la confección de vestidos para niñas y la elaboración de muñecas de trapo.
La curiosidad de todos se volcaba en el triciclo de Fernando, su armadura era un muestrario de colores, pues su padre lo había recibido como regalo navideño, ahora él lo hacía con su hijo. Todos los niños llevaban en sus hombros un pequeño tambor de hojalata, que les había regalado Nemesito, «El Hojalatero» de Chambacú.
Se reunían en un redondel, en la mitad de aquel se paraba el niño Emeterio a cantar villancicos, que había aprendido en la única escuela de bancos de la Seño Carmen, los cánticos alegraban los corazones de los mayores, en especial de las vendedoras de cocá, suspiros y caramelos con figuritas de animales y frituras que llenaban el camioncito de Juan, los niños colmaban su alegría con los sabores de los dulces y fritos que les obsequiaban. En ese día, podían hacer toda la algarabía que quisieran con el toque de sus tambores y las matracas, el canto del niño Emeterio no cesaba, a él se unían las voces de las plañideras y rezanderas que en aquel día de diciembre, sus llantos y rezos se transformaban en cantos de alegría por la Navidad que había llegado.
Juan V Gutiérrez Magallanes, Escritor |