Translate

La Donación de nuestros Lectores nos motivan a seguir hacia adelante. ¡Gracias!

sábado, 8 de abril de 2023

De Caciques y Leyendas Antillanas

ANCIANO SOFIALÚ:
«QUE ENTIERREN MI CADÁVER AL PIE DEL ÁRBOL BAOBAB»

«Portaba la sabiduría consigo»

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes


Mi abuelo se había criado con su familia materna en una de las Bóvedas del barrio de San Diego, cerca de las playas del Mar de las Antillas (Mar Caribe). Desde muy pequeño se había dedicado a la pesca. A los catorce años, ya navegaba en canoa por las Islas del Rosario, y su grande preocupación fue la de conocer las islas de las Antillas, entre ellas, Cuba, Granada, Puerto Rico. Haití y muchas otras.

Muy a pesar de ser un iletrado, era un sabio. Narraba las leyendas de los aborígenes de aquellas islas, haciendo énfasis en la bondad de los caciques de las tribus, conformadas por las etnias Kalinagos, Taínos y Siboneyes. Así fui conociendo los orígenes, costumbres y tradiciones de los antiguos pueblos que habitaron las islas, mucho antes de que, con su barbarie, el conquistador español viniera a someter estas tierras.

LEYENDA DEL CACIQUE OBTUKA

Era un gran guerrero, había arborizado muchas islas en las Antillas Grandes. Habitaba en una tribu cercana a las costas de Venezuela. En uno de sus viajes, por las costas del sur de las Antillas, había llegado a una pequeña isla, donde fue acogido por su habilidad para la pesca y la extracción de perlas. Era la isla del Cacique Kareza, donde este tenía una hija grácil y muy bella. Obtuka se enamoró de la princesa y sin mucho rodeo, solicitó permiso al Cacique para casarse con la primogénita. Petición que fue rápidamente aceptada, realizándose el matrimonio con gran ostentación y entusiasmo. Obtuka retornó a su tribu con su cónyuge, donde fue acogido con gran regocijo. Por esa época, los súbditos del cacique Obtuka se dedicaban a la extracción de perlas, especialmente en las costas cercanas a la Guajira, gracias a las buenas relaciones que se mantenía con los Wayuu.

Obtuka era muy valiente, y nunca comulgó ni era simpatizante de la usurpación de las tierras por parte de los conquistadores españoles. Él, había escuchado las conversaciones entre los ancianos, en las que se narraban las leyendas sobre la llegada de hombres feroces y sin ninguna clase de escrúpulos, con la firme determinación de apoderarse de las nobles tierras de los indígenas.

Los nativos conocían los secretos de la tierra, además de ser excelentes pescadores, sabían cómo obtener una buena cosecha de los principales frutos.

Obtuka mantuvo buenas relaciones con los caciques de otras tribus. Siempre acudía a los consejos del grupo de ancianos que conformaban la asamblea.

Tuvo dos hijos, formados con la misma disciplina que mantenía para la buena formación de sus súbditos. Uno de sus dos hijos, logró cruzar el Lago Maracaibo y entrar finalmente a las costas colombianas, donde fue acogido por los nativos de una tribu muy pacífica, que esperaba la llegada de un mensajero de la lluvia tardía, todo esto se debía a que Ikar, nuestro mensajero, tenía en el brazo izquierdo un lunar en forma de pájaro, el cual era tenido como un símbolo de Paz y Riqueza.

Ikar les enseñó sus habilidades en el cultivo de la tierra. Estableció buenas relaciones, llegando, no obstante, a enamorarse de una hermana del Jefe de la tribu, estableciéndose definitivamente allí para echar simiente con su esposa.

Él, con mucha pasión, imitaba el canto de los pájaros. Con el tiempo, halló la forma de crear una especie de flauta, con el tallo de un bambú, así hizo del canto versos melodiosos. Alcanzó con el canto tal proyección, que logró relacionarse con otras tribus sin ninguna dificultad. Los indígenas recibían aquellas notas con grande satisfacción.

Por sus cualidades musicales, el Concejo de Ancianos lo nombró como El Heraldo para establecer relaciones amistosas con las tribus vecinas y la de los alrededores. El canto de los pájaros era recibido como un remanso de paz espiritual. Su tribu, por consejo de los ancianos, acordó que el trinar de «El Hombre-Pájaro», diera inicio a las ceremonias religiosas. Pensaban que esto era del agrado de los Dioses.

Ikar pensaba que su silbido imitando el trino de los pájaros, acompañado de la flauta, servía para alegrar la tierra y favorecer la madurez de los frutos.

Cacique Obtuka

Pasado un tiempo, retornó a la tribu para ver a su padre, (ya muy anciano y delicado de salud). El viejo rogó que se quedara por un tiempo determinado, «quiero que me cierres los ojos cuando muera», lo cual se cumplió después de dos lunas nuevas. Ikar, tuvo que traer a su familia consigo para hacerse cargo de la dirección de la tribu por solicitud de El Concejo de Ancianos.

 EL ANCIANO SOFIALÚ

Había llegado de una de las islas del mar del Norte, navegando en una barcaza que llevaba a los lados barras de madera que permitían su estabilidad ante el embate de las olas. Ese día el sol permaneció oculto. Ató la nave a un Boabab que sobresalía en la playa. Y luego de elevar una plegaria a sus dioses, inició el camino hacia el interior de la selva, tras de una breve caminata, se halló con varios aborígenes que lo acogieron con hospitalidad.

Parece que de inmediato se hubiese dado una gran empatía. Para el anciano, fue fácil entenderse con los aborígenes, lo llevaron ante el jefe de la tribu, quien llamó al brujo de la comunidad, que, mirándolo detenidamente, señaló una marca que el anciano portaba en la mejilla derecha. El brujo, entonces, exclamó: «Este es el anciano que estábamos esperando». Acto seguido, lo invitó a sentarse al lado del Cacique solicitándole que hablara: «He tenido muchas visiones, que me hablan sobre el futuro de nuestros pueblos. Aquí, a nuestras tierras, llegarán hombres montados sobre grandes animales, vestidos con placas brillantes que no permiten la entrada en el cuerpo de nuestros dardos. Llevan unas lanzas que botan fuego y destruyen todo lo que encuentran a su paso, además se hacen acompañar de pequeñas fieras que pueden destrozarnos con sus dientes. Son seres terribles, buscan destruir a nuestros Dioses y, en cambio, entregarnos otro que no vemos, porque los dioses nuestros, como el Sol y la Luna, los podemos mirar y conocer cuando se alegran con nuestros sacrificios.

Traen consigo una Cruz y un libro que no conocemos, el dios de ellos parece no ser consecuente con sus ansias y deseos de matar para obtener las piedras que usamos adornando nuestros cuerpos.

Debemos prepararnos, porque esos hombres no tendrán compasión con nuestro pueblo. Nos harán trabajar sin descanso, ocuparán nuestro suelo y, por último, cambiarán el nombre a esta tierra, ya no será Abya-yala, le pondrán otro nombre, que responderá al de uno que viaja con ellos.

Nos expulsarán hacia otras tierras, difíciles de cultivar. Debemos prepararnos para soportar malos tratos. Permanecer unidos es la clave, es nuestra salvación. No hemos sido descubiertos, ya existíamos por voluntad de nuestros Dioses, ya conocíamos la existencia de otras tierras, pues desde mucho tiempo atrás, nos hemos comunicado por medio de las raíces de nuestros árboles, es la llamada «cinedendron».

LA TIERRA

Somos de la tierra
morimos para volver a ella
y devolverle lo que nos ha dado.
Siempre llevamos en nuestros cuerpos
otros iguales a los que ella posee.
No le agregamos nada
al contrario, le quitamos
y la dejamos semivacía.

El anciano Sofialú vivió alrededor de ciento veinte años. Antes de morir, buscó el Baobab que había sembrado en la mitad del patio y se recostó a él.

Comentan que duró tres días narrando la historia de su vida, que era una forma de trasmitir sus pensamientos, costumbres y tradiciones a otras tribus. Murió al finalizar el tercer día. Antes había pedido que enterraran su cadáver al pie del Baobab.

Así se cumplió su solicitud.


 

No hay comentarios:

Seguidores

HAY QUE LEER....LA MEJOR PÁGINA...HAY QUE LEER...

Hojas Extraviadas

El Anciano Detrás Del Cristal Por Gilberto García Mercado   Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árbol...