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martes, 4 de abril de 2023

Cuento

 EVA-LARISSA


Por Gilberto García Mercado


Hoy que la busco ya no está. Quisiera poder decirle tantas frases de amor acumuladas en el pecho. Caminaba erguida frente a mí, sin imaginar siquiera que tan solo salía de mi encierro para mirarla a ella. Larissa se llamaba, y, al pronunciar cada sílaba de su nombre, era como si yo arrastrara una mansedumbre, como si una paz total anegara todas las generaciones que me precedieron. «La-ris-sa. La-ris-sa». La criatura trepaba los árboles de mango y guayaba con una singular agilidad. Unos bríos desconocidos, de otros ámbitos asolaron su cuerpo y espíritu, me dejaron habitando los terrenos del ensueño y el éxtasis. No tuvo un comienzo ni un camino que revelara sus orígenes. Apareció sencillamente porque se hallaba en los preceptos divinos. «La-ris-sa. La-ris-sa». Fue una silueta enigmática, que caminaba por la playa, dejando en la arena sus piececitos como huellas esclarecedoras, pruebas determinantes de que otras generaciones deberían de conocerla.

—Me llamo Larissa—dijo la mujer sin reparar en el otro—Tu nombre no importa, pero sígueme.

Por entonces, a Gustavo Alcántara lo habían dado de alta en el Psiquiátrico de San José, cuyas instalaciones se hallaban a cuatro cuadras de la casa, y el muchacho poco a poco había ido recobrando la serenidad, la cual había perdido aquel sábado de carnaval, cuando en una esquina del bulevar de Las Mercedes, mimetizada entre el barullo de la gente y la frondosidad de los almendros, descubrió a Larissa en brazos de otro.

—Muy hermosa la chica—había dicho, algo indiferente, cuando tuvo noción de la existencia de la criatura—Una lástima que ya tenga pretendiente.

No supimos en qué momentos empezó a perder la calma. Si había algo que lo caracterizaba, era su particular sentido del humor, y, el férreo dominio sobre sí mismo. Él, ya sabía a qué se enfrentaba al hacer destinataria a Larissa, de un amor entrañable, ya de por sí, la sola sonrisa de la chiquilla seducía y derribaba cualquier obstáculo que se atravesara en el camino. 

La casa de los Alcántara, no fue la misma desde que él empezara a deprimirse. Sus padres, ante sus desvaríos y crisis prolongadas, acogieron los consejos del terapeuta y lo confinaron en una habitación en un extremo del patio. 

«Ténganle, paciencia», ha dicho el psiquiatra, «Por el momento él es feliz en el cuarto».

Mientras alguien va y me anuncia con Gustavo, celebro que por fin esté consciente. Es otro ese cielo vasto y fecundo. La ciudad misma parece recién lavada, es como si en otra dimensión los ángeles protectores desplazaran de nuestros contornos a los discípulos del Serafín Caído. Yo también amé a Larissa, susurré su nombre, cedí ante su dulce y amarga sonrisa. Pequeño ante su valle inmenso, un soldado de hierro frente a una fortificación de fuego, me derretí en sus contornos, probé sus labios lívidos y encendidos, perdí la noción del tiempo. Me convertí en un muñeco de trapo, frágil y vulnerable, en una marioneta en todo lo que concerniera a Larissa…

—Hola, Mauro—me saluda Alcántara—Gracias, por visitarme.

No hay duda. Le vuelven a brillar los ojos, su semblante es otro, incluso, sus ataques suicidas parecen erradicados para siempre de su vida. Temo preguntarle por Larissa, en esos momentos sería un sacrilegio urdir un recuerdo de la mujer, me hago el desentendido, lo dejo que hable, espero con paciencia mi oportunidad de poder expresar todo este sentimiento que me quema por dentro… 

Dicen que Dios juega a los dados con nuestras vidas. Sin que pasara a mayores, la increíble historia de Larissa se fue desvaneciendo en el olvido. Hoy, cuando ya las canas asoman con libertad y prontitud en el cabello, la reflexión o los prejuicios ante los pecados cometidos me llevan en una sola dirección. Y, en ella, Larissa, es la primera mujer de la humanidad, es la famosa Eva, un mal necesario para que al hombre jamás se le olvide de dónde viene y para dónde va.  

Gustavo Alcántara, luego de sus crisis y desvaríos, se convirtió en alguien locuaz. Tanto que, en tan poco tiempo se graduó de profesor constituyéndose en toda una celebridad. Dicta talleres de superación personal y en sus conferencias reitera la necesidad de que una Larissa llegue a la vida de las personas, como un enlace o herramienta, tan solo para que esté al corriente, de cómo debe reaccionar ante el dolor y el desengaño de una mujer. 

Gilberto García M
—Algo de pena siento por Larissa—me dijo Alcántara luego de que un día confrontáramos nuestras canas—Andar por la vida como extranjera, una Eva que va de generación en generación, adiestrando al hombre en el dolor, es decir, pertenecer a todos y a nadie al mismo tiempo. Debe ser muy doloroso, Mauro…

Por dónde andará errante y extraña la mujer del paraíso, Larissa viste de seda, es una Princesa de Mónaco o Castilla, sonríe algo triste e indiferente. Ahora que somos abuelos, nuestros nietos también recibirán la visita de la criatura. Fingirán querer a una extraña que de repente apareció en sus vidas. Larissa, sonreirá, llorará y, pasará a otro capítulo de una novela que ya todos conocemos. Ella llora al recordar a Gustavo Alcántara. ¡Si él supiera cuánto lo quiso!

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