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jueves, 24 de diciembre de 2020

Relato de Diciembre

La Incierta Navidad De Doña Alfonsina

Por Gilberto García Mercado


Villa Solariega es una pequeña comunidad anclada en el tiempo. Los grandes cambios que a diario se dan en el mundo la tienen sin cuidado, ajena e indiferente ante las grandes corrientes de oposición que buscan estabilizar la conducta del hombre en el planeta antes que sea demasiado tarde y nos llegue el apocalipsis. 

La tierra puede estar al borde de un cataclismo, pero en Villa Solariega los días y las noches siguen teniendo la firma y el visto bueno de un Dios Todopoderoso. El viento sigue soplando con la ingenuidad de una brisa de otoño o primavera, y cuando llueve hay una comunión solemne entre Dios, el hombre, la naturaleza y la atmósfera de una Región Celeste.   

Nada entonces parece perturbar esta existencia divina, las mismas casas y árboles, los mismos habitantes nobles y rejuvenecidos y la misma señora Alfonsina en el umbral de su vivienda, con una mansedumbre singular en el rostro, todo sigue la senda de las cosas bien ubicadas en esta tierra de cantores y novelistas para dar a la luz la puesta en escena de la mejor obra de diciembre.

Es pues la señora de ademanes de santa, en cuyo rostro prevalece la ternura y la verdad como fuente básica para vivir y ganar el cielo, es doña Alfonsina, se imagina el poeta, la que comanda esta historia fuera de serie, la que le da vida a este pedazo de terruño y que de una u otra manera equilibra el universo de fuera de Villa Solariega permitiendo que un Dios aterrador no se vaya lanza en ristre en contra de la Humanidad. Y así entonces arda Troya y ya no haya nada que hacer.  

La gran dama se embelesa contemplando su creación. Lo absurdo en este universo tan perfecto llega todos los años por diciembre para Navidad, cuando a la gran matrona le entra una tristeza tan profunda que afecta poderosamente el mundo de afuera, y es entonces cuando se tienen noticias de guerras y desastres poniendo en peligro de extinción al ser humano en el planeta.

Por lo demás, todo marcha bien y a la perfección. Siguen creciendo las flores en el jardín de doña Alfonsina, las casas continúan rebosantes de tranquilidad, los residentes siguen saludándose con una reverencia tal que, las palabras mal dichas o mal empleadas, es decir alguna maldición que trate de escabullirse en Villa Solariega, ya se encuentran bien condenadas en un cuarto de san alejo.  

Algo entonces tiene diciembre que logra ensombrecer el rostro divino de la anciana. Porque en los once meses antes de la Navidad, se la ve ocupada en los quehaceres de la casa, va de un lugar a otro de la gran mansión con el control de todo en sus manos, a final de mes como es reiterativo el joven Efraím le trae los víveres que le han de durar hasta la próxima mensualidad y le deja el dinero de su pensión, escena que se repite con una precisión y sincronía celestiales, y que vemos interrumpida con un poco de melancolía por diciembre.

La han visto reclinarse en la vieja y antigua mecedora, la han visto como tratando de esconder la pena, va hacia el baúl de los recuerdos y antes de abrirlo se toma de diez a quince minutos en la exploración del cofre, es como si sus ojos increíblemente jóvenes y bellos de un azul de cielo refulgente se esforzaran por escrutar el interior. Ella sabe esconder una lágrima furtiva deslizándose por la mejilla, se esfuerza por parecer natural, la misma sonrisa en los labios, el corazón desgarrándosele de a poquito, saca la foto del viejo Gonzalo, el padre y benefactor de Villa Solariega y las imágenes de los hombres de negro depositando el ataúd en el camposanto del pueblo le despiertan el llanto. Aquel virus que lo mató, y que alteró las noches y los días, en estas casas de mansedumbre por Navidad, han entorpecido el ciclo normal de los seres humanos.

—Soy feliz en esta tierra, pero sería perfecto si conmigo estuviera mi Gonzalo—gime tratando de ocultar el sufrimiento la señora Alfonsina.

De ese suceso han pasado muchos años, quizás siglos o milenios. La escena se repite justamente por Navidad, cuando la guardiana del terruño baje la guardia, es casi seguro que en el mundo exterior solapadamente una extraña enfermedad se abalance poco a poco contra la integridad del hombre.

Gilberto García M

Entonces la joven mujer sacará del baúl de los recuerdos, la vieja fotografía de don Gonzalo, el esposo abnegado de sus mejores días, y sofocada la pena llorará con toda libertad por el amante que ya no está. No sabremos, en ese lapso de tiempo, qué ocurra en el mundo de afuera, antes de que la mujer de nuestra historia vuelva a ser la misma dama elegante y feliz, de aquellos días en que Villa Solariega aún no estaba anclada en el tiempo. Y el sacrificio poco importaba para vigilar y proteger los senderos por donde transcurrían los hombres fieles y de conducta bondadosa todo el tiempo, en procura de enamorar una mujer que fuera su compañera toda la vida.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

               

 

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