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lunes, 21 de diciembre de 2020

Evocando a Diciembre

 EL PINTOR DE LA NAVIDAD

Por Gilberto García Mercado


Aurora siempre estaba sentada a la vera del camino en compañía de sus dos inseparables amigas. Por vivir a la entrada del pueblo, una región campestre apartada de los afanes de la modernidad y de un progreso y desarrollo que todo lo transforma, las tres chicas se reunían por las tardes, con una puntualidad religiosa, sin saber el interlocutor, qué extraña energía las arrastraba hasta debajo del rugoso y centenario árbol de almendra, a hablar de los asuntos del mundo que pudieran entender Aurora, Margot y Camila.

Por esos años, Xavier era un chico cuyos padres se trasladaron hasta Bello Horizonte a cubrir las vacantes de profesores coincidencialmente en la escuela donde estudiaban las tres jóvenes de nuestra historia, y como es de suponer, al muchacho le llamó la atención la singular conducta asumida por el trio, a la misma hora de siempre, y como si lo que ocurriera a su alrededor nada importara, con el rostro un tanto ausente, y la alienación del espíritu atrapado en medio de una realidad a la vera del camino.

—Padre, ¿te has fijado en las chicas que por las tardes se reúnen debajo del almendro? —preguntó Xavier un tanto intrigado—Sus rostros adoptan un aire extraviado, como si el alma no estuviera en sus cuerpos.

El profesor Morales miró a Xavier satisfecho de que el muchacho por fin se diera cuenta de lo que existía más allá de sus ojos. Desde hacía años que el viejo maestro venía advirtiendo en el último de sus hijos, una rara y singular indiferencia para con lo que lo rodeara que por un momento creyó que Xavier se estaba idiotizando. «No quiero que el último de mis hijos sea un imbécil», se dijo asustado.

—No sé de qué me hablas, hijo—manifestó un poco preocupado—No obstante, lo puedo averiguar. Por algo soy uno de los profesores de Bello Horizonte.

Xavier no estaría tranquilo hasta que su padre le contara la historia de lo que ocurría con las chicas. Una tarde mientras exploraba el territorio con sus amigos nuevos, decidió abordar el trio de las ausentes, pero la negativa tajante de sus compañeros a hacerlo, más le preocupó.

—Ellas están así por la Navidad—dijo uno de sus amigos—Por el Pintor de la Navidad.

Trató de que le explicaran, pero sus amigos no conseguían hacerle entender aquella historia de navidad. Tendría que esperar al viejo Morales, soportar sus ínfulas de docente aún anclado en la Vieja Escuela en plena era de facebook y Twitter.

El resto de la tarde se le hizo eterna. Sus ojos no se apartaban del camino angosto y serpenteante. En la memoria veía a las hermosas chicas, con el rostro apagado, embelesadas en unos recuerdos que las enajenaban. Nada existía a su alrededor, flotaban por encima de todo el territorio de Bello Horizonte. Por fin en la distancia asomó el viejo Renault de su padre. La verdad venía con rostro de profesor prepotente anclado aún en la Vieja Escuela.

Dejó que el viejo se deshiciera de los últimos rescoldos y resabios de su trabajo. Se fue a la cocina y esperó que su madre preparara el café de las seis en punto, mientras el profesor Morales abría el grifo y se duchaba el alma de las reflexiones, (el soportar las impertinencias y las groserías de los alumnos de Bello Horizonte). Entonces cuando su madre lo requirió con el café para el viejo maestro, Xavier se dirigió con paso firme y seguro hacia la sala, en donde su progenitor ya lo esperaba con la respuesta que lo estaba atormentando desde hacía días.

Pero al ver que el viejo se tomaba el café y no parecía contar nada sobre el tema, Xavier depositó sus ojos increíblemente jóvenes en el rostro surcado por las arrugas de los años en el profesor Morales, quien, perdido en las delicias del café, pareció aterrizar, y dijo:

—¿Y a ti qué te pasa, hijo?

—¿Será posible que ya no te acuerdes? —indagó disgustado Xavier.

—Ah, sí tienes razón. Ven, vamos a mi despacho. Resulta un tanto insólito y muy singular estas narraciones y cosas que se dan por estos pueblos, ya te cuento….

Así supo Xavier el motivo de por qué Aurora y sus dos inseparables amigas acudían todas las tardes debajo de aquel enorme árbol de almendra. Se trataba de un joven pintor, quien tres navidades atrás se había presentado en el pueblo con el propósito de enseñar en los muchachos los secretos de su arte que lo había llevado a ciudades como Paris, Londres, New York, y otras, a exponer sus cuadros en una cosmogonía maravillosa en donde todos los que observaban sus oleos de Navidad se perdían sin remedio en el laberinto hermoso de sus cuadros. Además, el joven era tan apuesto y de una dulzura tal que enamoraba a cualquier muchacha que se le acercara.

—Es decir, ¿qué la Navidad de los cuadros las enloquecía? —inquirió Xavier.

—Algo por el estilo…—agregó el profesor Morales.

—¿Y qué pasó con el pintor?

—Es lo extraño. Así como vino se fue. Esas pobres chicas fueron las más dedicadas y fieles seguidoras de la efímera escuela que instauró el joven pintor.

Gilberto Garcia M

Al día siguiente, Xavier se acercó por donde era costumbre hallar a Aurora, Margot y Camila, extraviadas en la brevedad de la tarde, pero las jóvenes no estaban allí.

—¿Qué Habrá pasado? —se preguntó.

De allí escapó como pudo al ver el cuadro, en el que las tres chicas figuraban pintadas perdidamente ausentes, colgando de una de las ramas del almendro. Fue entonces cuando algo en Xavier viajando por su torrente sanguíneo y golpeando en su cerebro le planteó la pregunta: «¿Acaso soy yo el pintor de Navidad?».

Al llegar a casa al viejo Morales le extrañó que la indumentaria de Xavier estuviera salpicada de pintura, y al hombro llevara una mochila cargada con pinceles y viejos lienzos, como de alguien que viene de recibir una clase de arte. 

Imagen de arriba de Layers en Pixabay Imagen abajo de Digital_Works en Pixabay 

 

 

 

 

 

  

 

 

      

      

   

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