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martes, 28 de julio de 2020

Narrativa Colombiana


Canción Para Una Bienvenida De Ángeles

Por Gilberto García Mercado

En medio de esta pandemia del coronavirus a la gente se le va horadando la esperanza. Por donde se ande hay presencia del maldito virus como una cruz de Cristo que cargamos los hombres frágiles de todas las naciones en un planeta amenazado por la desgracia. Al menos los jóvenes no tenemos miedo porque el covid-19 es tan cobarde que solo ataca a los ancianos. (Bueno, aunque también nos lanza sus zarpazos a nosotros los adolescentes y trata también de intimidarnos, pero no le tenemos miedo, «ya eso es valentía y optimismo», decimos entre las aglomeraciones de muchachos anhelantes de los juegos perdidos). Se mimetiza entre las multitudes, se adhiere en cualquier parte, se esconde en calles y avenidas y, así invisible para el viejo Carlos y la señora Alfonsina, se colará por debajo de la puerta en briznas de polvo y saliva de algún contagiado y, dejará su huella de mortandad quince días después en la casa del viejo Carlos y la señora Alfonsina.  
No tuvo piedad la enfermedad y en un dos por tres la pareja de ancianos dejó la calle ausente de sus rostros tiernos que era por lo cual muchos adolescentes visitábamos el lugar.  
Por donde se vaya, hay una ciudad confusa, es un óleo de un pintor capturando en el cuadro a una urbe recién bombardeada por una nave en plena Segunda Guerra Mundial.  
Te vas por el Centro Antiguo de Cartagena de Indias un domingo caluroso y aunque no hay destrozos por bombardeo alguno no hace falta imaginación para observar la destrucción que el covid deja en el espíritu.  
Creo que cada quien busca el alma de la ciudad en cada esquina, en cada parque, debajo de los centenarios almendros, en los espectros deambulando por las calles desiertas, extrañados por la desaparición de norteamericanos y españoles que les traían noticias de Ernest Hemingway y García Lorca. 
«Y, ahora, ¿quiénes nos contarán las historias de otras tierras?», se interrogan los fantasmas a punto de explotar en sollozos al observar a una ciudad doblegada.  
Una urbe vacía es la que irrumpe ante el drama de la confinación y la tristeza. Pero es agosto y el sol brilla en el Cerro de la Popa igual a la ciudad de antes, aquella que conocí ociosa y atrevida, con mil coqueterías en las sonrisas de princesas y nativas que acompañaban el ajuar de Nuestro Señor a todas partes. Andaba uno enamorado de las chicas hasta en los autobuses que abordábamos intentando desentrañar los misterios de la mítica Cartagena de Indias. Era como devolver el tiempo atrás y, contemplar en el teatro más grande de la tierra, los secretos de la Inquisición, las hordas de indígenas diezmados por los conquistadores españoles, sin ningún miedo que nos abrumara porque con muchachas como Matilde para qué miedo, pensaba complacido. Y mil y otras historias esperando ser develadas por la pluma prodigiosa de un escritor incipiente.  
Cuatro meses y parece que fueran cuatrocientos años de una condena urdida por seres microscópicos y que han puesto en jaque a los mandatarios de todo el mundo. No sabemos qué irá a ocurrir con esta cuarentena que se repite, cuando creemos que todo vuelve a la normalidad, otra vez pequeños pelotones de esas huestes del mal irrumpen en la China y los Estados Unidos y, atacan envueltos en sus corazas de atmósferas invisibles y le dan un golpe a Donald Trump y a Xi Jinping y, los hacen recular tragándose sus orgullos de príncipes de un reino caído en la mayor desgracia desde que se tenga conocimiento.  
Por lo pronto he de ignorar a esos seres que mientras atacan se van a las tabernas de Bocagrande y el Laguito y celebran hasta el amanecer jactándose de la debilidad humana. No sé con qué licor celebrarán, si están acostumbrados a viajar de galaxia en galaxia a dañar la vida de la gente. Quizás se engañaron ante el egoísmo de una tierra para ellos solos, quizás se enamoraron por la piel tersa de una Eva en el papel de una Infanta de Borbón. Quizás sean los mayores codiciosos de unas criaturas del espacio y quieran hartar su gula hasta volverse obesos y enfermar. 
En este mar de suposiciones navego casi siempre que busco el alma de la ciudad en el puerto. Matilde, la chica de mis ensueños ya no sale por orden de sus padres que se han parapetado detrás de unas murallas de prohibiciones derivadas como ya es evidente del toque de queda impuesto contra los seres microscópicos.  
—Hola, Matilde—le digo cuando he podido intervenir su teléfono y agarra mi llamada— ¿Vienes al Puerto?  
—No, Efraím—me dice desconsolada—Hay toque de queda y ya conoces a mis padres…  
         
          Gilberto Garcia Mercado, Editor
Ni modo, es verano, agosto y, a la ciudad la tengo para mí solo. Me encanta entonces pensar en que el Mesías de esos seres de otro mundo, en segundos aparecerá y que después de anunciar las maldades de un Lucifer microscópico, Jesús, él también diminuto les sacará los trapitos al sol y, como fiel redentor de ese otro micro universo, también será crucificado. Solo para que el maldito virus desaparezca y yo pueda volver con Matilde entre los arbustos de Chambacú para la Honra y la Gloria del alma de la ciudad. Entonces todos los mártires que se arrojaron desde los edificios más altos de la urbe, desde el Cerro de la Popa, desde todas las construcciones antiguas, todos aquellos que se sacrificaron en la Guerra contra las invasoras plagas, ya no serán más. Porque el covid 19 solo fue historia olvidada en medio de este viaje que emprendo hacia el optimismo y la esperanza. Las campanas están doblando por alguien. Un cielo azul y diáfano asoma de alguna parte en esta bienvenida de ángeles. 
Imagen de Comfreak en Pixabay 
Imagen de omer yousief en Pixabay 
            Cartagena de indias, julio 28 2020 En Tiempos de la Pandemia

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