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viernes, 3 de noviembre de 2017

Narrativa Contemporánea Actual

EL INVIERNO ALREDEDOR DE UNA NOVELA 
(Y Adentro El Frío)

Por Amilcar Bernal Calderón *

Es probable que hayan tenido unas veinte citas cumplidas, doce noches, siete tardes, una mañana o cualquier otra combinación que sume veinte, o un poco más, o un poco menos, pero anduvieron buscándose durante las ciento ochentaisiete páginas de la novela y algo así como siete años de tiempo literario, sin encontrarse. 
Cada vez que se encontraron, sin falta, cada uno sabía que iban a separarse y no valía la pena despedirse porque cada uno era en sí una despedida. Dos despedidas que de vez en cuando se saludaban. Pero se amaban enloquecidamente, ella siendo poseída por un hombre, otro, a quien odiaba, y después por una huida; él por la música, el piano, el jazz y el desesperado recuerdo de ella que lo lastraba de una dolorosa resignación, una mancha adherida a su consciencia como un pegante imposible de quitar. 
Un quinto personaje (la música y un cuadro de Cezanne eran el tercero y el cuarto) es el narrador a quien le es concedido por la literatura el derecho a hablar de ellos al oído de cada lector. Dije “al oído” porque a lo largo de la novela todo son susurros que pretenden ocultar algo: una presencia, una sospecha, una identidad, amén del grito desesperado de dos amores, como las caras iguales de dos imanes que renuncian a tocarse, lo cual, podría decirlo, es el sexto personaje o el leit motiv de la narración. 
El narrador escucha sonar el piano en un bar de Madrid, y la huella dactilar que la música imprime en la consciencia de un ferviente admirador lo devuelve unos años atrás, a otra ciudad, su segundo mundo, de tal manera que la novela comienza diciendo: 
Habían pasado casi dos años desde la última vez que vi a Santiago Biralbo, pero cuando volví a encontrarme con él, a medianoche, en la barra del Metropolitano, hubo en nuestro mutuo saludo la misma falta de énfasis que si hubiéramos estado bebiendo juntos la noche anterior, no en Madrid, sino en San Sebastián, en el bar de Floro Bloom, donde él había estado tocando durante una larga temporada. 
Ahora tocaba en el Metropolitano, junto a un bajista negro y un batería francés muy nervioso y muy joven que parecía nórdico y al que llamaban Buby. El grupo se llamaba Giacomo Dolphin Trio: entonces yo ignoraba que Biralbo se había cambiado el nombre, y que Giacomo Dolphin no era un seudónimo sonoro para su oficio de pianista, sino el nombre que ahora había en su pasaporte. 
        
Antonio Muñoz Molina, Autor El Invierno En Lisboa            
Antes de verlo, yo casi lo reconocí por su modo de tocar el piano. Lo hacía como si pusiera en la música la menor cantidad posible de esfuerzo, como si lo que estaba tocando no tuviera mucho que ver con él. Yo estaba sentado en la barra, de espaldas a los músicos, y cuando oí que el piano insinuaba muy lejanamente las notas de una canción cuyo título no supe recordar, tuve un brusco presentimiento de algo, tal vez esa abstracta sensación de pasado que algunas veces he percibido en la música, y cuando me volví aún no sabía que lo que estaba reconociendo era una noche perdida en el Lady Bird, en San Sebastián, a donde hace tanto que no vuelvo. El piano casi dejó de oírse, retirándose tras el sonido del bajo y de la batería, y entonces, al recorrer sin propósito las caras de los bebedores y los músicos, tan vagas entre el humo, vi el perfil de Biralbo, que tocaba con los ojos entornados y un cigarrillo en los labios”. 
Luego, al terminar la tanda de los músicos, el narrador y el personaje se encuentran, se recuerdan, y el personaje comienza a narrarle esta epopeya de la frustración que constituye una de las mejores novelas de amor hasta hoy leídas por mí (otra fue Beatus Ille, del mismo autor), causante de que, al terminar de leerla en esta nublada y lluviosa mañana de sábado en San Francisco de Sales, Cundinamarca, donde es escaso el amor, me haya puesto a escribir esta reseña para dejar malherido al tiempo, que hasta el día de mi suicidio, aún no se dejará matar. 
        
       Amilcar Bernal Calderón
Mejor escrita que cualquier relato o novela de don Julio Cortázar que alude al jazz, y con el mismo tono del relato (no recuerdo el nombre) sobre un jazzista gitano escrito por don Eduardo Halfon, la novela El invierno en Lisboa (premio Nacional de narrativa y premio de la crítica en 1988), de don Antonio Muñoz Molina (para mí, el más grande novelista vivo que he leído y leeré), es algo que no debe perderse quien se precie de ser amante de la narrativa contemporánea actual.*Tomado de Con-Fabulación No. 472   


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