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martes, 14 de noviembre de 2017

ESTA DAMA A QUIEN TODOS VEN

 “A MUCHAS MUJERES EN ALGÚN MOMENTO
NOS GUSTARÍA SER HOMBRES”

Por Dora Berdugo Iriarte


Cuando se me solicitó que escribiera este artículo, sobre si alguna vez quise ser hombre, realmente quedé sorprendida, pues el tema lejos de parecerme polémico, me resultaba contradictorio con mis convicciones racionales del momento. Me explico, durante años he trabajado duramente por encontrarle fortalezas a ser mujer y cuando podía afirmar como la lechera “yo si que estoy contenta con mi suerte ”, de golpe me tropiezo con esta piedra . Porque la verdad en países como este, la ventaja es no estar vivos o por lo menos no nacer aquí o irse a tiempo, porque hombres y mujeres, estamos por diferentes causas igualmente jodidos.

Pero como el reto del artículo es otro, por razón del compromiso, recurrí a mi principal recurso “Mi propia vida”. Entonces comencé un análisis retrospectivo y mientras inventariaba mi ser, de atrás hacia delante, descubrí que por momentos, en diferentes circunstancias, quise ser hombre.

De pronto la primera vez que quise ser hombre debió ser cuando tenía aproximadamente 4 o 5 años y veía, pasar las horas mientras que cualquiera de esas visitas incómodas no se iba de la casa. Yo tenía hambre, sueño, fastidio y mi madre seguía allí haciendo sus labores de persona educada y hospitalaria, mientras que yo quería agarrar a la visita por el brazo y ponerla de patitas en la calle. En esas circunstancias y solo en ese instante, soñaba con ser un hombre grande fuerte e intimidante para recuperar la atención de mi madre.

Otra vez, que puedo recordar querer ser hombre de pronto fue en mi infancia, cuando veía a mis hermanas hacer labores domésticas, mientras que mi hermano dormía o la pasaba de lo mejor: “Por ser varón”. Entonces me decía como si se pudiera: “Cuando sea grande voy a ser hombre”. 
Pero como todo pasa, pasó la infancia y, con ella también la ingenuidad y la inocencia de la niña, luego llegó la pubertad y la adolescencia, tiempo de confusiones y de cambios abruptos tanto en el cerebro como en el cuerpo, todo estaba por hacer y decir. Malestares mensuales llenos de alteraciones psicofísicas no entendibles para mí en el momento. Nauseas, vértigos, cólicos, angustia, intolerancias, encéfaleas y lo peor sangre, cosa terrible, insoportable y nuevamente terrible. A los hombres: ¿Qué les pasa? Nada ¿Cómo que nada? He allí una ventaja de ser hombre y por librarme de esos malestares mensuales quise ser hombre, en mi adolescencia.

Al llegar a la mayoría de edad, inmediatamente creí que tenía un pasaporte directo a la libertad, y con este podría satisfacer la curiosidad que a muchos nos da conocer la noche, sus peligros, valores, vicios y virtudes. Quería derrumbar mitos, confrontar al mundo, hacer y decir todo cuanto se me ocurriera, sin embargo, me convencí que en esta sociedad de doble moral y en la que hace años se viene hablando de igualdad de géneros y conquistas femeninas, aún entre los personajes que se dicen tolerantes y de avanzada critican en la mujer, todo lo que patrocinan en los hombres.

En ese instante cuando percibo la desigualdad, como algo que debiera aceptar como natural y válido, por vivir dentro de una sociedad patriarcal mal interpretada, es cuando comprendo en toda su extensión que es la mujer aunque trabaje quien debe gestar, parir, educar a los hijos y atender a la pareja. Pienso que solo por un día de descanso irresponsable, muchas mujeres en las que me incluyo, nos gustaría ser hombres.

Partiendo de lo anterior, sin ser feminista extrema o una fanática de lo femenino y sin retractarme de nada de lo expuesto hasta aquí, creo que ser mujer “es pá machos”.
Dora Berdugo Iriarte, Poeta y Escritora
Ahora bien, pese a mi discurso intelectual, sobre lo femenino y mi convicción absoluta que los hombres y mujeres debemos cargar cada uno con sus propias inconsistencias y destinos, además de los roles dados por las culturas a cada género, los cuales muchas veces están marcados por una herencia prejuiciada e intolerante que discrimina y excluye. Sin aprisionamientos, ni resentimientos tardíos, ni nada por el estilo; debo aceptar: Que en algunos países como el nuestro, para alguna religiones, sectas y culturas vigentes, donde la destinación de roles impone a la mujer restricciones que atentan contra su dignidad y el libre desarrollo de su personalidad tiene, por comodidad sus ventajas ser hombre.


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