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martes, 23 de diciembre de 2014

OCURRENCIAS INOCENTES, INOCENTES OCURRENCIAS

El Mote é C…

 Rodrigo José Hernández Buelvas

El compadre Alberto Muñoz, aquella nublada mañana de abril, con las largas piernas dentro de las gélidas aguas del Guatapurí, expresión esta que en voz indígena significa «agua fría», miraba entretenido hacia el puente que se mecía por las carreras de los muchachos incautos divirtiéndose al cruzar hacia la otra orilla.

El hombre pensaba en que no había escrito el artículo que debía entregar a «El Pilón» para su edición del sábado.

De repente por la mente le pasaron como relámpagos los deliciosos motes degustados, en «La Sabana», en plena Semana Santa.

—Ya sé…—se le prendió un bombillito en la memoria—Escribiré sobre los diversos motes de «La Sabana». 

Y de inmediato empezó a recordar los nombres de las sabrosas y sazonadas viandas, además preguntó a los amigos con que se tropezaba en el camino sobre otros motes de «La Sabana».

Luego de una dedicación abnegada al oficio, al fin el viernes por la mañana entregó al periódico «Los Motes de La Sabana». El artículo lo publicaron el sábado. 

A los quince días de la publicación, fui a la ciudad de Los Santos Reyes, a disfrutar del Festival De La Leyenda Vallenata, y estando en Hurtado libando unos tragos de Aguardiente, en el apacible Guatapurí, cerca de la Sirena, mi compadre Muñoz me contó sobre «Los Motes de La Sabana» que le había publicado «El Pilón». 

— Compa y… ¿de cuáles motes escribió?—pregunté picado por el gusanillo de la curiosidad. 

—De todos— me respondió Muñoz. 

—¡¿De todos?! —repetí con extrañeza—Haber, dígamelos.

Él empezó a nombrarlos:

—Mote de queso, Mote de Guandú, Mote de Chicharro, Mote de suero, mote de berenjena, mote de bleo, mote de frijol. 

—«¿Y esos son según usted «Los Motes de Las Sabanas»?, pues fue muy osado al colocar el título «Los Motes de La Sabana». 

—¿Y qué título le hubiera puesto usted? —me increpó el compadre. 

—Pues cuando uno no sabe mucho sobre algún tema—argumenté creyéndome dueño de la situación— Se le saca el cuerpo. Así que yo hubiera escrito «Algunos motes de La Sabana». 

—¿Aja y dígame cuál me faltó?—señaló el hombre. 

—Por lo pronto voy a decirle tres:—precisó el interlocutor— «Mote ´e Candela», «Mote é Candia» y «Mote de C…». 

Apenas escuchó nombrar el último mote, se sorprendió.
— Y… ¿cuál es ése mote?—preguntó Muñoz. 

Y empecé a contarle, al son de las aguas del río Guatapurí: 

«En San Juan de Betulia, exuberante tierra de los Buelvas, Gil, Avilez, Macareno, Acosta. El hijo de un excelente cuidandero de Don Robustiano Gil, un trabajador de hacha y machete, criado soportando los más duros avatares de la vida. Acostumbrado a pasar la noche contando las estrellas desde la hamaca guindada en el halar del caney, en los corrales de varetas donde retozaba el ganado». 

«Antonio Avilez contrajo nupcias con una agraciada niña de una de las familias pudientes del pueblo: la de Don Robustiano Gil de la Barrera».
«Toño le llamaban a aquel joven fornido, sano, bonachón, inocente en el trato, esos que no poseen ni pizca de malicia. Que no conocen lo que es el doble sentido de las cosas. Las llaman así, como se conocen en su argot terruñal, «hablaba directo y sin rodeos». 

«En cambio, ella, una tierna criatura, criada con todas las comodidades. Las plantas de sus pies nunca habían sabido lo que era pisar la tierra descalza, pues sus progenitores le comentaban que si lo hacía se contagiaría de los males que deambulan por la vida. Sus padres no fueron gustosos de aquellos amores, pero ante tanta insistencia de la muchacha, optaron por aceptar el disparatado casamiento». 

«Después de la luna de miel, en Santa Bárbara de Coveñas, unos días antes del carnaval, Toño picaba el ñame espino el que iba a sembrar en la roza de la loma del pozo. Con el zoco y de un solo tajo cercenaba al ñame el extremo opuesto al del nacimiento del bejuco, que los campesinos llaman «el culo del ñame». 

Mercedes Gil, su mujer, recién bañada, llegó contenta a donde estaba el marido en la faena con los ñames y, con aquella voz melodiosa, pechichona e inocente dijo: 

— Toñó, amor mío, como es el primer viernes de la cuaresma, ¿de qué quieres que te haga el mote para el almuerzo? 

—Bueno, mija...hazlo de culo—respondió el marido, y siguió picando los ñames, sin alzar siquiera la vista. 

No se dio cuenta del impacto que provocaba en la mujer aquellas palabras. 

La tierna criatura, ruborizada y llena de vergüenza al oír la respuesta del marido, salió en silencio, «cariacontecida». 

De inmediato, como pechichona que era, montó en la mula mora rabicana que permanecía ensillada debajo del tamarindo, por si algo se ofrecía, y se fue gimiendo a la casa de sus padres a poner la queja.
Al llegar hecha un mar de llanto, sus padres sorprendidos, fueron a su encuentro, y la interrogaron: 

—Ay nena, ¿qué te pasó que llegas llorando? ¿Acaso te hizo algo tu esposo? 

La mujer así respondió: 

—Yo que con tanto amor, fui donde Toño estaba picando los ñames, los que va a sembrar a la roza y pregunto con tanto cariño, que, de qué le iba hacer el mote para el almuerzo, y ¿saben con qué me salió?, me da pena con ustedes repetirlo, pero se los voy a decir para que vean lo vulgar y mal hablado que se ha vuelto Toño, porque él no era así. 

Me dijo que hiciera «el mote de culo». 

—Ahhh... —dijo el viejo—. ¿Y de qué más se lo ibas a hacer? 

—Ay papi—se quejó la hija— Usted le da el lado a ese puñetero. 

—Ajá mija, si eso es lo único que no se siembra del ñame y es lo que queda para uno comer—explicó el viejo. 

Mi compadre Muñoz y mi hijo Rodrigo Gregorio, si no estoy mal, se mearon de la risa, con el “Mote é Culo”.

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