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viernes, 19 de diciembre de 2014

Hoy tienen diez hijos, fuera de los tres que se murieron en el parto.

 LÁVATELA BIEN, ¿OÍSTE?
Por Rodrigo José Hernández Buelvas
San Juan de Betulia,  otrora «Caja Afuera», en aquellos lóbregos días era pujante centro de agricultura y de la cría de ganado criollo, de lechería y engorde.
 
Por ser tierra virgen daba buena cosecha y excelentes pastos.
 
Tres familias eran las acaudaladas, Macareno, Gil, y Acosta. Formaba parte de esta última Rafael Acosta Banquez, quien convivía con la agraciada señora Rosa Bohórquez, hermosa trigueña de grandes ojos negros, descendiente directo de los Bohórquez y Almanza de Don Alonso, corregimiento del pujante San José de Corozal.
 
Rafo y la niña Rochy, como los nombraban en el pueblo, tenían tres hijos rollizos bien espigados.
 
La familia pasaba el día en el monte que Rafo poseía en las afueras del pueblo, en el camino real que conduce a «La Villa de Tacasuán», un poquito más allá del «Arroyo Quita Calzón», en un punto llamado «Las Cruces».
 
El monte colindaba con la finca de José Blas Díaz, quien residía en Corozal.
 
La Niña Rochy se ocupaba en la faena de elaborar el queso con la leche que él ordeñaba en la madrugada; atendía, también, a las gallinas, pavos, patos y demás aves de corral, además le echaba el suero dulce, conchas y desperdicios a los marranos, que engordaban en el chiquero dispuesto bajo el frondoso uvital y, como si no fuera poco, de ñapa, la mujer debía estar atenta al  cuidado de los tres mocosos que no sumaban ocho años entre ellos.
 
De la alimentación no se preocupaba, pues eso le correspondía a Petra, la mulata, querida de Joche, el cuidandero.
 
Pero miren lo que son las cosas. Algunas mujeres no valoran lo que tienen para luego estar amalayándose de su suerte.
 
Una tarde nublada, cuando los goleros empezaban a retornar al frondoso chagualo del pozo viejo a guarecerse de la noche, Rosa dijo al marido:
 
—Rafo, me he dado cuenta que yo le gusto a Toño, el de Juan Gil, y me anda sonsacando para que me vaya con él. ¿Tú qué opinas?
 
—¿ Y a ti te gusta?—fue la respuesta de él.
 
—Sí, bastante—afirmó la mujer.
 
-Ajá...¿ y yo qué voy a opinar entonces? Si a ti te gusta, pues vete con él—dijo Rafo, humilde, comprensivo y sin malicia.
 
Por la noche la ayudó a empacar la ropa, algunos trastos y en los guacales acomodó seis gallinas faisan, un gallo basto colorado, tres pavas gordas y dos patos blancos, estos últimos los reemplazó porque cagaban demasiado, por dos gallinas negras colimbas; además empacó un bulto de ñame, otro de batata, ahuyama, yucas moni blancas, y unos macitos de «guandús verdes».
 
A las seis de la mañana le embarcó los guacales y los bultos en el primer Jeep que pasó, despidiéndola con una sonrisa de resignación, pues él sí la quería de verdad.     
 
El hombre se quedó como si nada estuviera pasando, continuó con los quehaceres cotidianos, claro que ahora debía atender los oficios de su mujer.
 
—Pero  qué se va hacer—se lamentaba con voz temblorosa el campesino—Así son las cosas, hay que afrontarlas conforme se vayan presentando.
 
A los cinco días, agotadas las provisiones que se llevó, Rosa, bien temprano y sin bañarse siquiera, irrumpió en el monte donde Rafo ordeñaba las vacas.
 
El perro Canelo y la Mona salieron al encuentro meneando la cola cerdosa, y metiéndosele entre las piernas, que casi la tumban.
 
—Buenos días, Rafo—dijo ella.
 
—Buenos días... —respondió él escéptico y extrañado ante la presencia de Rosa—... ¿Y qué te trae tan temprano por aquí? Yo te hacía, echando el de los pajaritos.
 
–No, qué va— manifestó la mujer— Toño me salió mala clase, comelón… y  hasta me pega.
 
—¿¡Cómo va a hacer eso!?—exclamó estupefacto el hombre.
 
—Así como te lo estoy diciendo—reconoció Rosa.
 
Luego de una pausa que pareció eterna, él preguntó:
 
 —Ajá... ¿y tú que quieres que haga ahora?
 
—No, a ver si me recibes de nuevo—expresó al borde de las lágrimas la mujer
 
—Ah, bueno...si te quieres vení otra vez, qué se va hacé, vente. Pero... lávatela bien, ¿oíste?—ordenó Rafo y siguió ordeñando, como si nada a las vacas.
 
Hoy tienen diez hijos, fuera de los tres que se murieron en el parto.
 

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