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domingo, 13 de julio de 2014

FAUNA, FLORA Y CALOR

LAS IGUANAS: ¡ UF, QUÉ CALOR!
Juan V Gutiérrez Magallanes

Doce y media del día y el parque de las Américas de Magangué brillaba no por el efecto del reflejo de los árboles, sino por la mustia forma que presentaba la epidermis de los almendros.

La brillantez cuprosa era por el efecto del sol sobre la superficie de la tierra. El parque mostraba la tristeza del general Simón Bolívar, la amargura del general Francisco de Paula Santander y la desdicha del general José María Córdoba, sus rostros permanecían cetrinos en respuesta al polvo levantado y a la resequedad del suelo del parque de las Américas.  
Ya no se sabía por qué se le había puesto aquel nombre, las astas de las banderas estaban agonizando por el desamparo y orfandad en que fueron cayendo los flamantes símbolos de otras épocas. 
Estuvimos al borde del paroxismo cuando observamos en la mitad de un círculo ardiente, dos grandes iguanas que se abrazaban entre sí, con el único propósito de protegerse de los incandescentes rayos del sol, aquello era peor que un desierto, porque en la ciudad hay la esperanza de un oasis, pero en aquel parque sólo quedaban las hojas marchitas que en otra época fueron los pulmones de Magangué.
Las iguanas volteaban los ojos suplicando a los generales.  
Ellos contemplaban la desesperación de las iguanas descendientes de los primeros reptiles que habitaron el Caño de Baracoa: éste ya no estaba. Pues había desaparecido para darle vida al parque de Las Américas que ahora también agonizaba por la sed, al pie de uno de los brazos del río Yuma o de la Magdalena, una de las arterias fluviales más grandes de Colombia.  
En procura de un camino corto para llegar a nuestro destino, entramos al parque de las Américas y nos enfrentamos a aquella situación desesperante de las iguanas.  
Uno de los escritores que iba en el grupo, lanzó un grito de desesperación, —hombre criado al pie del río y alimentado con peces que copulan con iguanas—hizo un recipiente con hojas de tabaco carmero, que guardaba celosamente para regarlas al último indio chimila de Talaigua Nueva, vertió agua en el improvisado recipiente y logró calmar la sed de las iguanas.  
En el momento en que los reptiles tomaban agua, los ojos del Bolívar se humedecieron, aquella acuosidad en la efigie era por la bienvenida que le habían hecho en Santa Marta. 
Las iguanas buscaron refugio debajo de la sombra de un viejo árbol carcomido por el comején. Una vieja bandera flameaba en el árbol en oposición al calcinante sol, en ella había un letrero desteñido que rezaba: «Este Parque, es vida y sirve para la recreación de los niños, cuídelo».











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