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viernes, 12 de abril de 2013

MEMORIAS DE CHAMBACÚ


LA TRAICIÓN DE "EL PAPA CAÍNO"

"Que Chambacú sobreviva en el tiempo": Juan V Gutiérrez  Magallanes
Permanecía en ensoñación masticando el tabaco, cuando no estaba cantando un bolero nostálgico, que poco tenía que ver con su vida, porque la suya era tan simple como las frases que usaba para dar explicación a su hacer de hombre solo. De individuo que poco esperaba de los demás, muy a pesar de vivir de lo que a otros no le gustaba hacer, o no querían hacer. Dispuesto para hacer cualquier diligencia, siempre que ésta tuviera una recompensa que avivara sus momentos con viejas canciones como: Rondalla de Alfonso Esparza Oteo:

En esta noche clara de inquietos luceros
Lo que yo te quiero te vengo a decir
Mirando que la luna extiende en el cielo
Su pálido velo de plata y zafir…

Pocas veces finalizaba una canción, quizás esto lo había aprendido del cantador a pretil que pernoctaba por el barrio.

Aunque se mostraba  destinado a imitar lo que otros no querían hacer, pero él estaba allí con sano corazón y, emprendía el camino con su imagen a cuestas, que debía trasladar desde el lugar del difunto, donde se había cumplido el novenario. La efigie—esa que ya no era necesaria para el acto—caminaba con él en el regazo y un poco inclinado, situación que no era por el peso de la efigie, sino por la presencia de  excreciones de callos en los pies desde muy niño, lo que siempre le impidió llegar a ser un gran boxeador, porque tenía buen estilo, lo que había demostrado cuando se calzó los guantes con Kid Valentín, «El Aguatero»; ahora pasaba por la situación de tener que decidir entre repetir lo que otros no querían hacer y, lo que su avidez por uno cuantos pesos le tocaba el corazón y debía cumplir—era muy cierto que él tenía mejores oportunidades que Edipo frente el querer del Oráculo—El Papa avanzaba por la calle haciendo breves estaciones bajo los alares de las casas, cuyos propietarios le preguntaban por el encargo, algunos por simple curiosidad y por poder tocar la imagen con el género que sostenía la rama de palma que guardaban detrás de la puerta de la calle, la mayoría de las estadas requeridas le preguntaban por el origen de la figura que portaba, era una imagen labrada en madera de guayacán, sobre ésta se había aplicado un barniz, un toque de piel natural y lozana humedecida por el sudor del Papa, debido a la alta temperatura de las once de la mañana y la dificultad para transitar por las calles empedradas en difícil equilibrio.

Largo trayecto faltaba para llegar a la casa dueña de la imagen redentora...

Al pasar por el frente de la casa de Doña Zoila María, escuchó lo que había temido desde cuando él emprendió aquella labor:

— ¿Papa, vendes la imagen?—le reiteraron.

—No, señora—manifestó el hombre un poco preocupado.

Continuó el camino observando cómo el sol, se ocultaba por una nube. La  brillantez borraba el aviso en la alcaldía. En él rezaba el desalojo de los habitantes del barrio.

 Eran casi las doce del día, cuando escuchó de nuevo la voz:

—Señor, ¿por cuánto vende el milagroso?—le reiteraron.

—No señora, no está en venta—respondió, ahora un poco malhumorado, por tener que decidirse entre cumplir con lo ordenado por los dueños del Caído, o aprovechar la oportunidad, que no era tan sencilla, donde el objeto no tenía la similitud de una realidad vivida por la humanidad, con un lastre dejado en la conciencia de ésta, así que, continuó su misión con mayor lentitud, sentía que los pensamientos no lo dejaban avanzar en la simulada procesión, un poco comprometedora...

Durante aquel trayecto, se le había olvidado el canto de su canción favorita, de Vedan C.J. Sanders, en la voz de Carlos Gardel: «Adiós muchachos», tampoco se había atrevido a masticar su tabaco número ocho, muy a pesar de que el día se había iniciado con un sol muy refulgente y luego un nimbo lo ocultara.

Las cosas que estaban sucediendo tenían un tinte diferente, había algo que no lo dejaba tranquilo, así que ya faltándole pocas cuadras para terminar la faena, se asomó una señora vestida con traje de mangas largas y falda sobre las rodillas, a quien le decían «La Chibolo», (sus últimos años de jolgorio los había vivido en el sector de «Aires Cubanos», donde la vida era hedónica con pesares en las mañanas de los lunes):

—Joven, le compro el sacrificado—dijo la mujer.

—No, señora, no está en venta—manifestó él.

Ya se hacía en su trajinar de hombre dispuesto a los días, sin ataduras de ninguna clase: Un reto que había que buscarle una solución en su calidad de hombre libre para una canción y un encargo.

Pensó en la propuesta de «La Chibolo».

Cuando iba a doblar en la esquina para llegar a la casa del sacrificado, el hombre volvió sobe sus pasos:

— ¿Cuánto me da?—dijo pausadamente. —Sí Judas lo vendió en persona, y que no lo venda yo en imagen...

El Papa Caino, recibió  tres pesos, sin ningún remordimiento. Él era un hombre que no sabía, porqué le decían Papa, tal vez por ciertos momentos de bondad y, Caíno, por las travesuras que algunas veces se le ocurrían.

Entonó su canción:

Adiós muchachos compañeros de vida,
Barra querida, de aquellos tiempos.
Me toca a mí hoy emprender la retirada,
Debo alejarme de mi vieja muchachada.
Adiós muchachos ya me voy y me resigno,
Contra el destino, nadie batalla…
Es Dios el Juez Supremo, no hay quien se le resista,
Yo estoy acostumbrado, su ley a respetar,
Pues mi vida se deshizo con sus mandatos…

Terminó haciendo de la canción un estribillo, hasta cuando se opacó el brillo de las treinta monedas de diez centavos en la marihuana del día.

En medio de aquel letargo, entonó una vieja guaracha, de Curelio Machín: «Sin Corazón en el Pecho».
                         
                  Si naciste sin corazón en el pecho
                  Tú no tienes la culpa de ser así,
                  Tu desdén es la causa de mi tormento
                  Tu desdén es la causa de mi sufrir…

En  la penumbra de aquel estado de levitación, sobre la mesa donde habían jugado la última partida de dominó, recordó la Canción del Dolor de Rafael Hernández: «Tengo clavada en el alma, como una canción que implora, como una canción que llora un infortunio de amor...canción del doloooorrrr…»




juanvgutierrezm@yahoo.es

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