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sábado, 23 de marzo de 2013

La Columna De Valeriano

El Llanto De Los Peces Por El Caño Juan Angola

       
                                               "Con caracoles pequeños, me alimentaba             
con camarones, alimentaba a los peces
con ostras y jureles volvía a alimentarme
con mi atarraya y mi bote salvaba el mundo"                                                                                                   Valeriano      

              Por Juan V Gutiérrez Magallanes 
     
Eran fluidas sus aguas de irisados colores, donde el verde se mutaba en múltiples tonalidades que dejaban apreciar el tenue azul de la sonrisa de una nube, que había aprendido a jugar con las risas de los robalitos y mojarras  que se adornaban de los coloidales farolitos de urticantes seudópodos. 
Todo era tranquilo, como así se ha manifestado a través de la tradición oral, desde tiempos del Cacique Canapote...  
El Caño de Juan Angola, hijo hidrante de la Ciénaga de la Virgen, en su recorrido de meandros hacía un pacto con el Mar Grande de los Caribe, para hacerse meritorio de anidar en sus aguas a los hijos de ese Mar de las Antillas, fuente mítica de los Caribes, Juan Angola se enternecía en la custodia de Jureles, Chinos y Sierras que marinaban en competencia con las Mojarras, Macabies, Lebranches, Anchovas,  Aguamalas, Agujetas, Sábalos, Guabinos, Barbudos y Pipones. 
Todo esto, tenía la audiencia de los Caracoles, Camarones, Algas, Jaibas y Ostras. 
Las aguas del Caño surcaban con la libertad natural que hacen los ríos de las vírgenes selvas  de la Amazonía, y se podía escuchar el canto de los peces, cuando pasaban y sentían el abrigo del puente Benjamín Herrera. 
Era esplendoroso el recorrido de las aguas, continuaban con el anido y la protección de peces mayores como los Meros y Quelonios, las grandes Tortugas, que en sus noches de fiesta, desviaban su rumbo y llegaban a las aguas del Caño de Juan Angola, cuerpo de agua que sentía la bendición de viejos ancestros, venidos del territorio africano Ndongo, gobernado por Ngola, conocedor de los secretos de las especies que habitan las zonas abisales de otros mares. 
El Caño de Juan Angola, era libre en la trayectoria de sus aguas, razón que le permitía compartir la vida con la respiración alegre de los crustáceos, como camarones y cangrejos y jaibas, todos ellos palpitando entre las algas, de múltiples colores, juguetonas con las burbujas de oxígeno que brindaban para hacer más placentera la vida, en el cauce de aquel brazo de agua que se acogía a los dones de la naturaleza. 
Los bordes del Caño, formaban un encaje de espuma por los movimientos pausados de los caracoles y las ostras, ofreciendo una calle de honor a los peces llegados del Mar Grande. 
Con el paso del tiempo, fueron estrechando el cuerpo del Caño Juan Angola, se fue  interrumpiendo el paso ligero que sus aguas, hacían por los senderos cercanos a la población de La Boquilla, para confraternizarse con la salinidad y la oxigenación que brindaban las aguas del Mar Grande. 
Romerías de desechos provenientes de todas las industrias y sectores de la ciudad, colmaron sus orillas. 
Agotaron el oxígeno de las algas e impidieron el acceso de los peces originarios del Mar de las Antillas o Mar Caribe. 
  
Juan Vicente Gutiérrez Magallanes
Los peces que alcanzaron a llegar al otro extremo del Caño de Juan Angola, a ese apéndice que llega y bordea a la Isla de Manga, gritaron o más bien lloraron por el exterminio a que estaban siendo sometidos. 
Hoy, el nieto del último pescador del Caño Juan Angola, Pellón, todas las tardes llega al Puente de Chambacú a escuchar el llanto de los peces, según su versión, porque en realidad lo que escucha, está en su imaginario, porque, al Caño, le han dado muerte de fauna.



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