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domingo, 8 de febrero de 2015

 
EL GRAN CRESCENCIO CAMACHO*

Y…«NUESTRA MÚSICA TAMBIÉN TIENE MELAO»
 Por Rogelio España Vera


La fecha dispuesta para hacer la entrevista fue el 22 de Diciembre del 2.004, pero sufrí un accidente casero fracturándome el antebrazo y la clavícula y desde luego hubo que enyesarme y postergar la entrevista. 
Cuando le fui a entregar el libro «Nuestra Música También Tiene Melao», donde aparece esta entrevista, uno de sus nietos no podía creer que su abuelo apareciera en el libro y que hubiera sido tan importante y, no dejaba de repetir que se lo iba a mostrar a sus compañeros del colegio. 
Esto es una muestra de cómo se pierde la memoria histórica con lo más granado de nuestra musicología si no se acometen proyectos como el de «Nuestra Música También Tiene Melao». 
Crescencio Camacho nació en Villanueva Bolívar el 14 de Septiembre de 1.918, hijo de Rafael Camacho con Ana Isabel Olivo. 
Estudió hasta quinto de primaria en la escuela Alberto Mendoza de Villanueva. 
De 1.940 a 1.941 prestó el servicio militar obligatorio, dice él que entregado por su propio padre, su madre lloró el día de juramento de bandera. 
Crescencio cantaba por doquier y tenía un primo llamado Nelson García Olivo, 15 años mayor que había estudiado en el Conservatorio de Panamá y aparte del Español también sabía Inglés, era amigo de Adolfo Mejía y participó en la Sosa Jazz Band, tocaba con excelencia la trompeta y su hermano Francisco, la guitarra. 
El padre de Crescencio tenía una cantina en el pueblo y allí frecuentaba un inspector de rentas, quien le consiguió trabajo como guarda en Santa Rosa y ahí conoce a Ester Vivanco con quien se casó y tuvo 7 hijos. 
Junto con Pedro Batista también de Villanueva conforman la agrupación «El Rebusque», porque hacían música no para vivir de ella, sino para poder sostener su vida de bohemio y mujeriego, llegando a hacer toques en la zona de Tesca en Cartagena, pero en una ocasión él manifestó al entonces investigador Dr Emery Barrios que cuando salió del ejército había creado un sexteto con Andrés Pedroza.  
CRESCENCIO Y LA ORQUESTA NUEVA GRANADA  
En Villanueva, existieron unos músicos que estaban emparentados con Crescencio y era una familia al estilo de la Orquesta Aragón de Cuba que desde los abuelos hasta los nietos hacen parte del grupo musical. 
Esta era la familia De Ávila, cuyo fundador y más veterano fue Alfredo y sus hijos Juancho en la batería, El Chino en el primer saxo y viajan a Cartagena ampliándose el grupo con Toño Blanco, Rafael Barreto en el bajo, Roberto De Ávila en la trompeta y Evelio en la tumbadora, de vez en cuando Crescencio los acompaña, lo mismo que Pedro Laza en una época y es cuando toman el nombre de Nueva Granada, pero una madrugada un personaje llamado Rafael Ayola, agrede a Julio cortándole la cara, y el agresor caminaba por las calles como si no hubiera pasado nada, razón que motiva a Julio a quitarle la vida por considerar aquello una burla pero también fue la pala que cavó la tumba a la orquesta. 
NUEVOS LARES EN LA VIDA MUSICAL DE CRESCENCIO 
En Montería estaban el pianista Armando Pérez, Simón Mendoza y otros cartageneros que les iba muy bien haciendo toques donde una señora que tenía un grill, entonces el clarinetista Víctor Velásquez, el soprano Gregorio Figueroa y el maestro Crescencio se sienten atraídos por la propuesta de irse para la Capital Ganadera de Colombia y se embarcan en la lancha «Dueña del Sinú», al llegar y establecerse organizan la Orquesta Ondas del Sinú bajo la dirección de Juan Oviedo, pero posteriormente un grupo de músicos provenientes de Sincelejo hacen un toque en Montería y convencen a Camacho para que se vaya para esa tierra y organizan un grupo con Pello Torres, Rufo Garrido y Manuel Lamadrid, llamado «Danubio Azul», su director fue Rufo y llegaron a tocar porros y cumbias, precisamente el 9 de Abril de 1.948, mientras Jorge Eliécer Gaitán caía asesinado, ellos se encontraban en plena práctica. 
Gracias al impulso de la industria fonográfica en Cartagena y viendo que las cosas no iban bien en Sincelejo, la policía chulavita prohibió los toques de las agrupaciones musicales porque aglomeraban demasiada gente y eso podía ser peligroso para el régimen conservador. 
Las cosas llegaron a ponerse tan feas que Crescencio, Manuel Lamadrid y Nestor Montes salían con machetes por el monte para ver qué lograban conseguir, claro que mientras en Sincelejo no había posibilidades para los músicos, en Cartagena tenían gran acogida, por eso Crescencio decide probar suerte en La Heroica, cuando Antonio Fuentes lo ve cantar no lo piensa dos veces y lo lleva a los estudios de grabación, presentándoselo a Clímaco Sarmiento, Pedro Laza, Víctor Morales, Lucho Velásquez, Edrulfo Polo, Lalo Orozco, Julio Rodríguez y otros que él no recuerda. 
En 1.952 empezó a grabar con Pedro Laza y su voz se propagó en toda la Costa Atlántica con temas como «La Olla», «Cayetano Baila», «Carmen Elena», «Pan Caliente» y «Vámonos Caminando». 
Su voz era tan pegajosa que el célebre empresario Víctor Reyes dueño de «Mi Kiosquito» en Barranquilla, solicita las presentaciones de Crescencio, en esa época este sitio se constituyó en la Meca, donde todo buen artista deseaba exhibirse. 
Después que logré entrevistarlo, yo seguí visitándolo en su casa del Barrio Chile y una vez le entregué una foto que le tomó Dorian Meza, un samario coleccionista y residente en Bogotá. 
En una de aquellas conversaciones, me contó que en su época, tanto a los cantantes como a los compositores, no les daban crédito en los discos de acetato sino a los directores de la orquesta, por ejemplo, aparecían «Pedro Laza y sus Pelayeros», «Rufo Garrido y su Banda» u orquesta, etc. 
Al igual que grabó con Pedro Laza, también lo hizo con Rufo Garrido, grabando «El Queso», «Las Brujas Son», «La Carestía», «Suena la Timba», «Buscando el Carro», «Cumbia Brava», entre otros. 
Con la «A Número 1» de Pianeta Pitalúa graba el tremendo éxito «La Gigantona». 
Con el Pibe Velasco hace el famoso mano a mano «Falta la Plata» que posteriormente graba el Joe Arroyo. 
Él me dijo que el Joe fue a buscarlo para hacer el dúo con él, pero que mejor le recomendó a Víctor «EL Guachi» Meléndez. 
En 1.965 graba con «Los Corraleros de Majagual» dos temas en el LP «Mujeres Costeñas», uno es precisamente «Mujeres Costeñas» y «El Mondongo», en la carátula aparece una bella costeña recostada en un cocotero y al fondo se ve la bahía muy común en nuestro medio. No hay que confundir esta canción con «El Mondongo» que aparece en otro LP titulado «Corraleros en Salsa», cantado por Tony Zúñiga con el piano de Juancho Vargas. 
SOBRE EL COMPADRITO Y TU NO VALES NADA 
Algunos comentarios atribuyen el tema «Compadrito» a Crescencio, pero en varias oportunidades que fui a visitarlo, me reiteraba, que la canción era de un músico que tocaba el bonbardino llamado José María Baquero y que también algunas personas se lo atribuían al Curro Fuentes. 
Con el maestro Alberto Burgos Herrera, visitamos el año pasado al reconocido trompetista Manuel García Barcasnegra «El Tíbiri» y comentó que fueron a grabar con Discos Phillips, pero faltaba un número, y entonces Crescencio sacó de su bolsillo «No Vales Nada» del compositor Dionisio Páez y en el ritmo que lo cantó, no le gustó al productor musical porque no tenía estructura de cumbia o de fandango, afortunadamente para la  música colombiana, no  se consiguió otro, además ya no había tiempo y el productor se resignó a aceptarlo, se tuvo que meter de relleno y cuando, «Tu No Vales Nada» empezó a escucharse en las emisoras la gente compraba el LP por él, llegó a gustar tanto que hasta el Jhonny Pacheco y Pupy Legarreta, lo interpretaron en ritmo de chachachá moderno. 
La mayoría de los éxitos musicales que grabó no eran de él, pero si llegó a componer canciones como «La Descarada», «Se me rompió el paraguas», este fue grabado por el Joe Arroyo, también «Cicharrón Pelúo», «Avelina», «La Calle», «Cayetano Baila», «La Boquillera» y otros más. 
Antes de que le diera la enfermedad que lo llevó a la tumba, Crescencio tenía su banda organizada, «Los Nuevos Pelayeros» y se reunían en el parque El Centenario, su oficina de contactos, la integraban Jairo Arellano en la primera trompeta, Manuel García Barcasnegra en la segunda, Ciro Olascuaga y César Quiñones en el saxo, Raúl Gallego en el saxo tenor, Neil Cisneros en el bombardino, los Hermanos Mattos en el bajo, Oswaldo Bosa en el piano, Andrés Ramos en la percusión, Chato Barrios el bajo y la guitarra y Alfredo Almanza en la voz. 
También lo vi haciendo ensayos con «La Típica Cartagena», como director al lado del Michi Sarmiento, estos los hacía en el Barrio Olaya Herrera, tengo algunas filmaciones de estos ensayos. 
Como él participó en la grabación de «La Palenquerita», dice que la primera vez la presentaron en Mi Kiosquito de Barranquilla y la voz que pregonaba las alegrías era la de Julio Aicardi. 
Aparte de porros, cumbias y fandangos, la Banda de Crescencio también tocaba otros ritmos musicales, por ejemplo cuando el boom de la salsa en Cartagena, ellos presentaban algunos temas y él me confidenció que ya estando muerto Tony Zúñiga, la gente todavía le preguntaba por él y el maestro Alfredo Almanza su cantante en «Los Nuevos Pelayeros», me reveló que ellos cantaron la salsa brava de Jhonny Pacheco, de Joe Cuba, Los Hermanos Lebrons y muchos temas de Los Melódicos y la Billos Caracas Boys. 
Él hace coros en la grabación de Pedro Laza cuando grabaron con el Jefe Daniel Santos, desafortunadamente no aparece en la foto histórica acompañando al Inquieto Anacobero. 
Hay una polémica en torno al LP «Monicongo Prieto» donde aparece un tema original de los Muñequitos de Matanzas Santana en Salsa, porque él le dijo a un guaquero que no había grabado eso, pero de pronto pudo ser que la falta de lucidez, dada su edad no le permitió recordar con exactitud, porque algunos músicos que yo he entrevistado, han manifestado que ya no se acordaban de eso, en fin, ahí tenemos otra polémica más como la de la Múcura. 
ANÉCDOTAS 
Una vez iban viajando en lancha de Puerto Obaldía Panamá para Acandí Chocó y de pronto se desata una tempestad, Crescencio dice que solo se aferró a su canto y Eolo no tuvo otra alternativa que retirarse. 
En cierta ocasión Pedro Laza estaba alternando nada menos que con la orquesta de moda, Lucho Bermúdez y Matilde Lina en La Morita de Santa Marta y la fila era tan larga que parecía no tener fin, cuando les tocó el turno a ellos el frenesí era apabullante y los aplausos  eran para el grupo y la gente decía: 
«Que toque Pedro, Que toque Pedro y su cantante Crescencio». 
EL ADIOS 
El pueblo dando el último adiós al juglar
El 13 de Diciembre levó anclas para jamás volver, su parte física, pero su música sigue ondeándose por el Universo y sólo los oídos finos pueden detectar la sabiduría de su canto porque hasta el pájaro cocui de Puerto Rico y los ruiseñores de Sudamérica se han quedado mudos por tu cantar, pero fue despedido al son de «Falta La Plata». 
Quien quiera saber más sobre nuestra música costeña, debe adquirir «Nuestra Música También Tiene Melao», de mi autoría, y se consigue en la sede de Amajubol Calle Segunda de Badillo en Cartagena. 
*Entrevista realizada el 28 de enero del 2.005

sábado, 7 de febrero de 2015

LAS PARADOJAS DE LA DEMOCRACIA COLOMBIANA

La estafa y la ética andan agarradas de mano, atrás quedaron las diferencias…

Por Juan V Gutiérrez Magallanes

Esta Colombia mía y tuya, donde la ética se pone en manos de violadores de la Ley, como en el caso de la diputada Ángela María Cano, quien habiendo sido detenida por estafa agravada, era miembro de la Comisión de Ética de la Asamblea de Antioquia. 
¡Oh, Colombia de inconmovible conciencia ante hechos que repugnan y conllevan a la protesta, por golpear derechos fundamentales de la Humanidad! 
 Y nada pasa. 
Seguimos con la mirada fija en los pies del hijo de Shakira y preocupados al máximo por el disfraz que luciremos en el carnaval de «La Arenosa», no importa que nuestras cárceles sean focos trasmisores de agentes patógenos por la promiscuidad en que se mantienen los detenidos, ¿de qué se  ufanan entonces nuestros gobernantes?, si tenemos un departamento del Chocó, en donde  se ha claudicado en la búsqueda de soluciones para la corrupción que lo corroe. 
¡Pobre Colombia, parece que no nos conmueve la muerte atroz de niños indefensos! 
Pero, en cambio, si somos capaces de prender veladoras y subir de rodillas el Cerro de Monserrate,  por la mejoría del  dedo de James. 
¿Qué nos pasa? 
El Señor Presidente pregona la búsqueda de una educación de calidad, cuando en muchos departamentos se  fomenta  la llamada «Educación Contratada», un sistema del Ministerio de Educación, que podríamos considerar como nocivo para el sector, conclusión que sacamos por la explicación que hace la senadora Sandra Villadiego, expuesta en El Universal( 5-2-2015): «La educación contratada consiste en la contratación de organizaciones sin ánimo de lucro, y no nombrar maestros;  esto ha llegado al punto de que hay colegios que desde hace varios años no tienen docentes y están graduando muchachos sin clase de Español, Inglés, Matemáticas, esto da una visión de la mala calidad de la educación». 
 A todo esto, ¿qué nos pasa? 
Colombia es el país donde el diablo elabora hostias confinando al olvido a nuestros congéneres.


viernes, 6 de febrero de 2015

RÉQUIEM POR EMIRO ESPITALETA RAMOS
«OBSERVASTE MÁS ALLÁ DEL BLANCO Y EL NEGRO PUES PUDISTE VER TODOS LOS COLORES» 
           «Los amigos son como las estrellas, cuando la noche es oscura, es cuando más brillan»
                                                                                                                               Jaime Otazú
        Por Rogelio España Vera

Emy, como todos le decían, había nacido en el Barrio de Getsemaní el 25 de Junio de 1.944. Hijo de Rubén Espitaleta Filgran con Rosa Helena Ramos. Su padre fue un liberal de izquierda y practicante de la masonería. La familia se traslada al Barrio Torices sector Loma del Diamante. 
Emiro estudia la primaria en el Colegio Francisco de Paula Santander del Barrio de San Diego y la secundaria en el Liceo de La Costa de Fernán Caballero Vives, quien fuera su profesor de Filosofía. 
En ese colegio, junto con su hermano Vidal (q. e. p. d), bioquímico y presidente de la Asociación de Investigadores de La Costa, conocieron al gran cantante cartagenero Jacky Carazo, quien interpretara muchos temas en el Afro Combo de Pete Vicentini, más especialmente «El Huevo», que ganara El Congo de Oro en el Carnaval de Barranquilla. 
Culminados sus estudios secundarios, se va a Medellín donde hace hasta el IV semestre de Ciencias Sociales en la Universidad de Antioquia, pero las constantes revueltas estudiantiles lo obligan a regresar a Cartagena, vinculándose entonces a la docencia en el municipio de Santa Catalina, pero por las frecuentes persecuciones politiqueras es trasladado a la Concentración Escolar de Enseñanza Media de Calamar, donde desarrolló una labor demasiado humana y pedagógica con la Juventud Calamarense. 
Emiro posteriormente culmina su licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Libre. 
Su hijo Emiro Rafael el día de su sepelio, dijo a los acompañantes, mientras la Naturaleza rociaba su tumba, que había sido un buen padre y un buen hermano y para quienes pudimos tratarlo, excelente amigo y, como profesor, sus obras hablan por sí solas. 
Como humano podríamos adaptarle la frase del comediante argentino Facundo Cabral, «no daba las sobras, sino lo que le hacía falta». 
Todos sabemos que era servicial como ninguno y el único que estaba pendiente de lo que nos pasara. 
A él le cabe justo y a la medida lo que dijo William Shakespeare, que, «una persona es grande cuando extiende su mano, cuando cierra su boca y abre su corazón, cuando su sensibilidad es tan grande como su tamaño, y es gigante cuando se interesa por los demás, y es enorme cuando vive de acuerdo con lo que dice, cuando trata con cariño y respeto». 
Ese era Emiro y, gracias a él pude entablar amistad con Adriano Barros, un profesor de Humanidades pensionado de la Universidad de Cartagena con una vasta cultura y entre los tres pasábamos horas en amenas conversaciones de Historia, Literatura, Filosofía y Música. Don Adriano, como así se le decía porque no llegó a tener título universitario, era hermano del más prolífico compositor de Colombia, José Benito Barros Palomino. 
Emiro Espitaleta aparte de ser gran docente, también fue gran investigador, tiene un trabajo sobre La Historia del Colegio de Calamar, donde trabajamos, inclusive yo le hice el prólogo y espero que las autoridades educativas de Calamar lo publiquen, para beneficio de la juventud estudiosa. 
Emiro como lo dice el investigador y pedagogo de la Universidad de Antioquia, Iván Bedoya, «no oía la música sino que la escuchaba», lo que es propio de los oídos finos, por eso estaba presente en casi todas las tertulias que yo organizaba y como todos los melómanos tenía sus predilecciones por El Benny Moré, La Sonora Matancera, la Billos Caracas Boys, Los Melódicos, las descargas de Palmieri y la música de Richie Ray. 
Te fuiste en ese viaje sin retorno ese 26 de noviembre de 2.014, pero dejaste huellas en el tiempo, porque te interesaste y entendiste a todos y observaste más allá del blanco y el negro pues pudiste ver todos los colores.

martes, 3 de febrero de 2015

                       «Corran, 
que están matando al loco 
Jacinto...»                 
  
 GARCÍA MÁRQUEZ Y EL ESCRITOR ANÓNIMO

Por Gilberto García M*
La vida a veces nos coloca barricadas invisibles que nos distancia de lo que queremos y que con el paso de los años se nos borra de la memoria para ganarnos el bien merecido apelativo de hombres y mujeres ingratos. 
Tal vez fue lo que me ocurrió a mí. Enamorado de mi pujante pueblo salí de su hermosa tierra un cinco de febrero de mil novecientos ochenta y dos. 
No imaginaba entonces que habrían de transcurrir casi veinte años para que  volviera a interesarme de nuevo por el pueblo. 
Y volver a sentir entonces su respiración secular despertando a media noche tras comprobar que todo estaba en calma. 
Y volver a sentir su vaho embriagante que nos despertaba de madrugada para bañarnos en el río, pues con la llegada del alba nos esperaba el colegio. 
Creo que si hubo una época de oro para mi vida, esa fue, indudablemente, la infancia y la adolescencia vividas en Fundación. 
Era ese pueblo un recodo del Magdalena, (el departamento, no el río), en donde cualquier foráneo presentaba el documento de su sonrisa, y de inmediato la vieja matrona hacía sacrificar en su honor la gallina más grande, o el pavo que más pesara. 
Y aunque el pueblo por esos años reflejaba la bonanza que da el narcotráfico, todo el mundo vivía tranquilo, y sólo nos alarmábamos cuando el señor de la esquina, pasaba, de repente, de ser un hombre humilde, a dueño de una amplia mansión o de un edificio de dos plantas. 
Entonces formulábamos preguntas sin respuestas que nos arrinconaban en el cuadrilátero de la vida. 
Cuando el árbitro detenía la pelea era porque, nosotros, estupefactos, noqueábamos a la incógnita, pues comprobábamos que al día siguiente, el muerto que conmocionaba a la población, y que había sido descubierto en una de las riberas del río, era nada más y nada menos que el señor de la esquina... 
Pero veinte años parecen nada, pero son veinte años en que la atracción que sentía por la población se fue a pique, y ahora solamente trato de armar este relato con vestigios de recuerdos, aquellos que no han sucumbido ante el latigazo del olvido. 
Me veo pequeñito con el torso desnudo, una pantaloneta desteñida, sin interior, y marchando en fila india hacia la acequia. 
Vivíamos entonces en Sampués, pero era como si viviéramos en Fundación. 
Por esos años—hace veintiuno, pues les aclaro que en mil novecientos setenta y siete vendimos la casa en Sampués y compramos en Fundación— yo me preguntaba que por qué Sampués debía de pertenecer a Aracataca si Fundación está ahí, mucho más cerquita. 
Esas inquietudes dejaron de atormentarme, desde cuando el profesor Willson Soto, Director de la Escuela Rural Mixta de Buenos Aires, otro corregimiento de Aracataca que queda al otro lado de la carretera que va para Fundación, en una ceremonia solemne nos advirtió que los alumnos del último grado de primaria deberían ser el orgullo del plantel cuando ingresáramos el año entrante a primero de bachillerato, en el Francisco de Paula Santander de Fundación. 
«Ustedes deben de sobresalir de entre los demás alumnos», dijo. 
El tiempo se encargó de curar las heridas de la melancolía. ¡No saben cómo me sentí al dejar a Sampués, pues el paso de la primaria al bachillerato coincidió con nuestro traslado al barrio El Porvenir de Fundación! 
No sé si será por mi formación, orgullo o tontería, pero soy de los hombres a quienes los prejuicios no lo dejan seguir frecuentando los mismos lugares en donde vivió por años. 
Será por cuestiones que no podría explicar o por simplemente no recordar las vicisitudes que pasábamos en Sampués, cuando un padre que se marchaba a una finca llamada El Labrador—ubicada en las proximidades de El Copey—regresaba cada mes, con su diente de oro alumbrando nuestros pesares, con el producto de su jornal, que dejaba, apenas quedándole para el pasaje de regreso, en la Tienda del Viejo Andrés Romero, quien nos fiaba los víveres, y cuando no en la Tienda de Hipólito mancilla. 
Nos enfrentamos los primeros días a un ambiente distinto. El Porvenir venía a ser un barrio diferente a Sampués.  
Nosotros lo pudimos apreciar en sus desiertos del Sahara donde el clima áspero nos hacía ver alucinaciones. 
En Sampués teníamos la bendición del río por un lado y la acequia por otro. Había árboles de almendra y robles sembrados a lo largo de sus calles. 
Pero en cambio, en El Porvenir, gozábamos de una aridez maldita. 
Para rematar era un barrio que quedaba en los suburbios del pueblo. 
A las dos de la tarde, cuando la gente en Fundación acostumbra a hacer la siesta, nadie lograba pegar los ojos atormentado por el endiablado calor. Y los burros, acosados por las moscas, se iban directo para las pozas, donde decían que salía el mohán y el hombre sin cabeza. 
Siendo yo un adolescente detesté al nuevo barrio como si Dios no hubiera hecho con su barro a los habitantes de esta pobre patria. 
Vivía añorando las aguas frescas del río y la acequia. 
Pero poco a poco nos fuimos acostumbrando a la vida que no merecíamos, pues nuestros pecados sólo se limitaron a hurtarle a los pobres ancianos el ocho de diciembre las velitas que ellos prendían en honor a la Virgen de la Inmaculada Concepción. 
«¿Qué castigos podría imputarnos Dios?», solía preguntarme a menudo. 
Pero el sudor del cuerpo terminó con la amargura, pues nos fuimos acostumbrando a él. 
¿Acaso no termina el albañil acostumbrándose a embadurnarse a cada momento de cemento, cal o yeso? 
¿Acaso el mecánico no termina en una grata y afable camaradería con los aceites e implementos de las máquinas. Y, ¿el vendedor de carne? 
Poco a poco nos fuimos acostumbrando a las  nuevas perspectivas que teníamos como nuevos marineros de aquel barco llamado Fundación. 
Poco a poco entramos a formar parte de la tripulación. Y con el tiempo nos fuimos acostumbrando al movimiento alternativo de la embarcación y a las penurias que nos producía el océano. 
Así nos fuimos olvidando de los sinsabores con que nos acogió el barrio. Nos integramos a su vida cotidiana y de un momento a otro nos contemplábamos esperando el turno en una enorme fila que teníamos que hacer para llenar aquellos recipientes con agua. 
Además de carecer de agua, la luz eléctrica era deficiente, y tuvimos que construir con rabia, porque el suelo de caliche parecía de concreto rígido, un excusado para no embarrarnos los pies de excremento humano, pues el lote de atrás, enmontado y con todo tipo de alimañas, fue convertido en una gigantesca letrina pública. 
Ahí una culebra mapaná casi le muerde las nalgas al loco Jacinto, quien al momento de bajarse el pantalón y calmar las ganas de cagar, sintió un fresquecito en el culo, tan sólo para que entonces todo el barrio terminara de despertar, pues el demente había gritado «mamá» con todas sus fuerzas. Y saliera al instante doña Ramona armada con un palo de escoba gritando que «corran, que están matando al loco Jacinto...» 
Cuatro años después yo me hallaba tan ensimismado en las lecturas de Honoré de Balzac y Charles Dickens que los días aquellos vividos en El Porvenir eran tan sólo un vago recuerdo. 
Quien viera al barrio en mil novecientos ochenta y dos tal vez no alcanzaría a imaginar que El Porvenir hubiera sido un barrio en donde uno andaba navegando en una atmósfera de calor a toda hora. 
Pero que después, a medida que fue poblándose y cambiando el panorama, se convertiría en un barrio modelo. 
Yo, quien entonces garrapateaba mis primeros relatos que mostraba a la profesora Dora de Polo, me fui convirtiendo en el alumno ejemplar en todos los cursos donde milité. 
El año anterior había concluido el cuarto de bachillerato y jamás imaginé que en el mil novecientos ochenta y dos—mientras escuchaba la radio—la noticia de ese día fuera a ser la clave para mis aspiraciones futuras: Gabo había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura, y el influjo de la noticia había motivado en mí la voluntad férrea para seguir siempre hacia adelante, y convertirme en un escritor anónimo. 
De tal manera que fui leyendo todo lo que llegara a mis manos hasta el punto que comencé a coleccionar a los Clásicos y a los escritores contemporáneos de moda. 
Gocé en demasía aquella vida hasta el momento en que la misma se partiría en pedazos. 
Por razones que no valdría la pena comentar abandonamos a Fundación. 
Tan sólo para que ahora hayan transcurrido casi veinte años. Y las barricadas invisibles todavía continúen en mi vida. Y que no tenga pensamientos de regresar, pues no sé si será por mi formación, orgullo o tontería que lugar de donde yo me marche, casi nunca a él vuelvo a regresar. 
Centro de la ciudad de Fundación (Magdalena)
Aunque me duela mi pueblo, y me hayan dicho que el colegio donde estudié hasta cuarto de bachillerato—el Francisco de Paula Santander—ahora se halle enfrente de donde yo viví. 
Y pensar que hacía casi veinte años me quedaba tan lejos. Y pensar en la gran caminata maldiciendo a todo el mundo por el calor infernal. 
Cartagena, Noviembre de 2000
*Editor General La Calvaria Literatura 
en 4:06 p. m.   

miércoles, 28 de enero de 2015

HAY FESTIVAL, QUE SE ALCE EL TELÓN...
TÍTULOS QUE EN LA LIBRERÍA 
DEL ALMA ENSOMBRECEN EL DEVENIR
Por Juan V Gutiérrez Magallanes 

Peter Florence, Hay festival
¡Ay, Cartagena!, vuelve Hay Festival—sin la gélida ciudad galesa Hay-on- Wye—gracias al embrujo experimentado por Peter Florence, quien como todos los años no escatimará esfuerzos y en esta versión mostrará a Juan Luis Guerra y su Lluvia de Arroz a quienes sólo poseen la bondad de este cereal, sin que esto impida sentir una «Liquidación Final» , «Con el agua al cuello»  y «Pan, educación, libertad» de Petros Márkaris, a un centavo de ser negada a los niños de extramuros, en la ciudad de «piedras y fortificaciones». 
Sí, aquí en Cartagena, la del «Hay Festival», la del mundo de corrupción y olvido, haciéndole juego a «El Libro de las diversiones» del periodista Frédéric Vitoux, en el que no se representará el turismo sexual de las adolescentes. 
Tampoco habrá distancia con las representaciones de Pablo Montoya, en su «Tríptico de la Infamia», un símil que lo podemos apreciar en los barrios alejados de la periferia.  
La ciudad se verá reflejada en los ensayos del historiador Álvaro Tirado Mejía, por el dolor que experimentará, al contemplar cómo se derrumba lo que fue un patrimonio hasta los años sesenta, para permitirnos entonces hablar de una especie de «Boom», un turismo que mira las fachadas desde el famélico caballo que narra una historia amañada, teniendo apenas esto un poco de semejanza con lo que hace Xavier Ayén.  
El escritor Laurent Binet se quedará por un tiempo en Cartagena para escribir la novela sobre el florecimiento de los Corruptos y hablará con el dramaturgo Fabio Rubiano para llevar a escena toda la tragedia de la ciudad.  
Leila Guerrero, periodista y editora de Gatopardo hará una crónica sobre las obras arquitectónicas en la que se reflejará  la desidia  y el desamor por la ciudad.
El poeta y catedrático de literatura española Luis García Montero, mostrará una similitud a su obra «Habitaciones Separadas», en que se mostrará el desequilibrio entre las dos Cartagena. 
Laurent Binet, escritor francés
Con la venia de la periodista, cantante y escritora, Sylvie Simmons, se hará una muestra con «Soy tu Hombre», argumento en que se contempla la vida del político corrupto, quien retorna a sus aspiraciones por un puesto en el gobierno de la ciudad, él se considera el único que puede gobernar a Cartagena 
Christian Schwochow hará un complemento a su obra «Western» (Oeste), experimentando lo cotidiano de zonas marginadas de Cartagena, donde basta pisar una raya de tiza blanca, que determina el límite entre una calle y otra, para en seguida ser objetivo de muerte... 
La ciudad se mostrará sin que Saúl, el pegador de carteles de la funeraria, se entere que  «Hay» una muestra de cultura que invita a la Champeta, sin dejar que ésta se conjugue con los aires del porro y la cumbia. Quizás  él se pregunta, «¿por qué no hacen alusión a los escritores de la ciudad, que yo siempre escucho, en los programas de la Emisora de la Universidad de Cartagena?  
La escritora Margot Glantz, se sale de la ruta trazada del «Hay Festival» y  se dirige al puente Benjamín Herrera, que comunica a Marbella con Torices y queda estupefacta al mirar el caño y ver cómo pululan los desechos y restos de animales muertos, para recordar «Coronada de Moscas» y «Síndrome de  Naufragios» y exclama, que en todo aquello hay «Saña».
El escritor Sergio González hará un símil entre «Huesos en el Desierto», y la realidad de los pueblos de Bolívar, la desolación entonces se plasmará en un lienzo de abandono, semejante a un «Campo de Guerra». 
John Carlin a través de «Factor Humano», invita al expresidente Uribe observar los factores humanísticos de la personalidad de Mandela, para luego buscar un entendimiento entre las partes en conflicto. Señala a través de este libro los elementos necesarios para establecer un ambiente de sana convivencia. 
Mientras en el imaginario del pueblo, se presentan textos escritos y cincelados sobre neuronas de naturaleza lítica, Títulos que en la librería del alma ensombrecen el  devenir. 
La agonía del Museo de Arte Moderno
Un Transcaribe, fortín de Falsedades
La Inseguridad
La Eliminación de los Cuerpos de Agua
Los hedores de calles perfumadas
La Anulación de Cartagena como Patrimonio.
La Casa olvidada del Tuerto López
La Negación del Transporte en bien de la Movilidad
John Carlin, escritor británico
Todos estos textos muestran la realidad de una ciudad olvidándose de sus pintores, artistas, escritores y monumentos, en detrimento de perder su condición de Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad. 





sábado, 24 de enero de 2015

DE LAS DIEZ MEJORES NOVELAS RUSAS

Vicisitudes y cotidianidad de un escritor de extramuros

Por Gilberto García Mercado*

Fedor Dostoievski
Cuando se vive en un barrio de extramuros el escritor se enfrenta a varios universos. Y digo que a varios universos porque, en ese reducido espacio, confluyen las bondades y maldades del género humano sin que nadie salga herido, pero si se es residente del lugar. 
No conozco el caso de alguna persona bondadosa que haya tenido problema con otra mala, por habitar en el mismo barrio. 
Aquellos sucesos que se salen de lo normal, quizás sucedan porque ya vienen signados por la Providencia y, porque se sitúan hacia el polo negativo de esta zona de extramuros que no quiero nombrar. 
Sucesos que podrían ser la excepción a lo expresado con anterioridad, de que el bien y el mal en un barrio como el nuestro, se miran la cara, no se saludan pero es como si constantemente lo hicieran, se respetan y, a pesar de alguna piedra de tropiezo se levantan y, ambos continúan ese camino de todos los días, crucificados por la opinión pública del escarnio y la ignominia, simplemente por habitar en una zona de extramuros. 
En estos confines de lo urbano la Literatura es la misma ya seamos franceses, chinos, alemanes, ingleses o hispanoamericanos. Lo que la hace diferente es el apoyo que le pueda dar el Estado, los organismos descentralizados, la empresa privada, universidades y colegios para que se pudiera decir, en aquellos tiempos como ahora, por ejemplo, que la mejor literatura sigue siendo la rusa. 

Leon Tolstoi
Y por consiguiente sus 10 mejores novelas de todos los tiempos son: Las Almas Muertas de Nikolai Gogol, Oblomov de Iván Goncharov, Humo de Iván Turguenev, Crimen y Castigo de Fedor M. Dostoievski, Resurrección de León Tolstoi, Los Artamonov de Máximo Gorki, Sachka Yegulev de Leónidas Andreiev, Sujodol de Iván Bunin, El amor de Juana Ney de Ilia Ehrenburg, y El don apacible de Mihail Cholojov. 
En un barrio de extramuros se halla la mejor Literatura, el problema es que no ha llegado si quiera un genio que la haga trascender. Tampoco la ayuda requerida para estimular a tantos noveles escritores cuyo talento se ignora, y que a causa de tantas vicisitudes, en el camino resbalan y caen, desmayan, y ya no vuelven a levantarse jamás. 
Declinan y, terminan tirando la toalla en su último round contra las adversidades que se oponen a la narrativa, el cuento o la poesía.

«Las mejores novelas y cuentos aún no se han escrito» escucho decir a menudo y, me valgo de tal expresión para reflexionar pues estoy en el barrio indicado, abrazando la buena Literatura que fluye en esta zona de extramuros. 
Máximo Gorki
Sin embargo, es bueno reiterar que en una zona excluyente al escritor se le margina, los servicios públicos no son los mejores, los menores de edad ya fuman la cannabis sativa, el hacinamiento en las viviendas es cosa singular y, un vecino te prende un pick-up desbordando los límites de los decibeles permitidos el sábado por la mañana y, lo apaga el lunes por la noche. 
Aquí se refugian los bandidos, el farsante que se sube a los buses diciendo que es ciego pero que a la vuelta de la esquina, lo producido por su labor de vivir a expensas de la misericordia de la gente, se lo harta en cervezas para volver con los mismos escrúpulos al día siguiente en la misma faena. 
Este tipo de situaciones representan para el escritor, llámese sobreviviente del Holocausto que encierra la Literatura su mejor escuela, su mejor universidad pues aquí se tropieza con todas las pasiones, los problemas del espíritu, los dones para bien o para mal del hombre. 
La Literatura, dependiendo del talento que la escriba saldrá siempre bien librada. Hay tantas historias por desentrañar, tantos comportamientos extraños y disímiles que la narrativa y la poética siempre andarán de fiestas por estos barrios de extramuros… 
Mihail Cholokov
En busca de fijar una posición del escritor frente a las atmósferas y ámbitos de estas zonas marginadas, bastará decir que el narrador siempre tendrá algo que contar, una hipótesis que plantear, una conducta que aplaudir o sancionar, una visión universal contemplada desde los umbrales de la pobreza, la violencia y la drogadicción. 
Es, pues, la perspectiva que en el plano personal dejan muchas enseñanzas, a partir de la cotidianidad en una comunidad que parece que hablara distintas lenguas pero que las une y entiende un fuero interno, algo relevante, que permite que el agua y el fuego convivan en el mismo escenario. 
Alguien alguna vez me decía, «¿cómo puede escribir usted en un barrio de extramuros?». Pero enquistado como estoy en la barriada, hay más dificultad cuando escribo fuera de mi entorno que cuando lo hago en él. Hay tanto material en todos los aspectos, que el escritor se convierte en un vigía, en un confidente de almas, en un curador con la palabra, en un observador de la mujer perezosa que prefiere vender su cuerpo que trabajar. 
Aquí se halla también la concubina que se levanta a las once de la mañana y, la señora del servicio es la madre a quien la concubina paga sus favores. 
En estas zonas marginadas se aprecia el aliento de aquellos personajes que, como en A Sangre Fría —la Literatura de No Ficción— el escritor norteamericano Truman Capote tomó para escribir y recrear, quizás, su obra capital. 
En una cárcel de la vida, en donde todos vivimos recluidos, ya sea por esta o aquella circunstancia, algunas veces se cohabita con personajes que cumplieron una condena y experimentaron en carne propia el infierno de las cárceles. 
¿Qué hay entonces en esas mentes, algunas veces limpiadas por la pena, y Dios, y otras veces acumuladoras de venganza y amargura, con las ganas de reincidir luego de purgada la condena? 
El caso del psicópata Garavito es un ejemplo recurrente, luego de expiada la pena se aferra al Salvador como una forma de remediar ese comportamiento terriblemente repudiado por la sociedad. Este grotesco personaje ya es un atractivo literario para que el fabulador con la belleza de la palabra escrita desmenuce a la posteridad las oscuras perturbaciones de un alma quizás pagana y sufrida que busca la redención… 
Nikolai Gogol
Entonces El Cartucho en Bogotá, La Chinita en Barranquilla, o las Comunas de Medellín son lugares privilegiados, por citar unos cuantos, privilegiados en el sentido que los fenómenos que se dan en la Literatura Universal se hallan presentes en estos barrios marginados. 
No es extraño entonces darle tarjetas de bienvenida a la Literatura Urbana, con el pálpito del ciudadano que vive el día a día de una sociedad de consumo desgastándose, por aparentar lo que no puede ser. 
Aparece el género de la Novela Negra mezclando dramas, asesinatos para alimentar la pasión de un lector morbo. 
Al iniciar este trabajo hablaba que el narrador se enfrenta a varios universos, cada personaje que habita en nuestros barrios de extramuros, es un escenario único, un ámbito en donde hay algo de particular, o la conducta si se pudiera decir exclusiva, de ese alguien o personaje que representa ese micro universo. 
¿No es entonces ese singular escenario en donde se mueve y cohabita el Psicópata Garavito, un espacio único? 
Nadie más que él sabrá explicar las oscuras perturbaciones que lo llevaron a ser el personaje principal de su Novela. 
Entendido así, podría colegirse que el escritor que se inicia en nuestros barrios de extramuros es un bendecido por el Dios de la Literatura, por el sencillo hecho de que este es el lugar donde confluyen las pasiones humanas, presentes e inherentes en el expendedor de drogas, delincuentes, prostitutas, escritores, pastores cristianos, sacerdotes, veteranos de guerras olvidados por siempre, boxeadores, artistas, etc. 
Es un bendecido porque aquí encuentra el artesano de las letras todo aquello que al escritor natural, se le dificultará adquirir si no habita en un barrio de extramuros. 
Mientras que el escritor natural para explorar los ámbitos que integran la comedia humana tiene que hacer maromas y malabares, el narrador de extramuros recibe toda la información, la descripción y las atmósferas con una gran ventaja: el fabulista se las goza, y si le toca la fatalidad de cohabitar con la verdadera pobreza, nadie más que él para trasladar todas esas pasiones a la Literatura de Extramuros. 
En treinta años de convivir entre diversos micro universos he comprobado que quienes lo integran hacen desde los inicios en esa sociedad de extramuros un pacto tácito entre ellos. A pesar de vivir los malos y bondadosos en un mismo lugar, aprenden a respetarse, no violan esas fronteras que limitan los territorios y, aunque parece absurdo, los unos cuidan de los otros y viceversa. 
En cuanto a los que delinquen, quienes optan por ello asaltan, agreden y, hasta asesinan como en todo barrio de extramuros pero raramente la victima pertenece a la comunidad. 
Mario Mendoza
Por estas calles abandonadas abundan los poetas, narradores, cantantes y todo aquello que signifique vida, es decir, lo que el ser humano inspirado en la belleza de la palabra escrita, crea, en los trazos de unas manos y una policromía escarbada, arrojada luego desde las llanuras del alma, para ofrecer así la habilidad o destreza que desde tiempos milenarios se conoce como Arte. 
En Cartagena se presenta una situación muy particular. Con esa herencia de lo Colonial pero también con las ventajas de ser Patrimonio Histórico y Cultural, el arte en todas sus manifestaciones aflora como si estuviera renaciendo desde las cenizas del olvido. 
El folclor, y sobre todo aquello que deriva de culturas milenarias, afrodescendientes e indígenas —el raizal de la Urbe— está llevando sus creaciones desde las zonas de extramuros para colocarlas en medio de una plaza colombiana, reclamando ante Colombia y el mundo una puesta en escena de la cotidianidad nacional en procura de volverla universal en esa lucha de David contra Goliat. 
Se reclama entonces así la atención del ciudadano universal para con lo que se crea, se fabrica y, produce en el país. 
Así la ciudad se ve abordada por los grafitis, por la literatura de la novela negra. Por un literato que argumenta que los extraterrestres son los dioses del cosmos. Por la champeta con ese particular toque cartagenero, por Ane Swing que no desmaya en revelar las creaciones y los bailes de sus ancestros matizados por los nuevos ritmos modernos. 
De tantas vidas paralelas en estos lugares de barriada, nadie podrá decir que por aquí no se pasea ese personaje psicológico y absurdo, de Dostoievski, en su novela corta Noches Blancas. Ni El Satanás de Mario Mendoza, o El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez, (nuestro orgullo Premio Alfaguara), tampoco dirán que por aquí no se pasea La noche de la Trapa de Germán Espinosa, ni El Reino Errante de Jorge García Usta. ¡Si Melquiades y Úrsula Iguarán no hacen más que deambular por estas calles! Todos ellos cohabitan en estas franjas de extramuros, es la gran ventaja del fabulista que reside aquí, solazarse con esa pléyade de personajes. 
Garavito, Personaje de Novela



Por último: el Gobierno decide sobre estas paredes y calles destapadas de nuestros barrios urbanos. El escritor es un testigo del tiempo que espera. 











*Editor General


miércoles, 21 de enero de 2015

LA AREPA DE HUEVO: FUSIÓN DE TRES CONTINENTES

LOS FRITOS DE GREGORIA, EN LA BAJADA DEL PUENTE DE CHAMBACÚ…
«Gregoria mujer de alta estatura trenzaba la masa de maíz en figuras ofrecidas a la Candelaria» 
Juan V Gutiérrez Magallanes 
La mesa de fritos de Gregoria, era un altar en que se sincretizaban dioses, penates y divinidades de etnias llegadas al Puerto de Cartagena. 
Con manos de orfebre la mujer afiligranaba sobre la blanda masa figuras geométricas satisfaciendo el gusto de quienes llegaban a la mesa de Goya. 
En sus ágiles manos aparecían Carimañolas, dirigibles microscópicos de yuca aromatizados con el picado de carne ensalzada con tomate y cebolla, recuerdo que al degustarlas el silencio se rompía con aquel sonido suave y crocante. 
Las Empanadas de media circunferencia, doradas gracias al maíz de ancestros aborígenes, guardaban en su interior el secreto de viejas fritangueras. 
Las Arepas de Dulce, circunferencias de maíz de Cuba guardaban el anís y, el toque dulzón hacía agua en las papilas gustativas; los Chicharrones cortados en cuadritos semejaban un tablero de ajedrez, con sus  fichas carnosas que atraían las miradas invitando a «la recreación gastronómica», era un privilegio saborear un Chicharrón del Altar de la fritanguera más famosa de Chambacú, ella guardaba con llave los secretos culinarios de sus ancestros. 
Oficiaba alrededor de la Empanada  o Arepa de Huevo, una especie de culto, algunas veces a su mesa llegaban orantes explicando el simbolismo antropológico de las frituras, uno de ellos precisó es «la fusión de tres continentes, el huevo representa a Europa, el maíz a América y el toque de sandunga con aceite a África». 
Las Empanadas de Huevo, el manjar de los dioses, hacían placentera la vida. 
Gregoria preparaba el Pan Relleno, era medio pan de sal cubierto con un picado de cebolla, ají, tomate y una pizca de huevo batido, freídos en aceite quedaban crocantes  y agradables a la voracidad  de  nuestros  ojos. 
Bastaba con un pan relleno y un «raspado» de los almibarados del negro Higinio para gozar de un buen día. 
Por allá, por la calle zigzagueante, se regaba el olor de los Buñuelos de Frijolito, eran ovalados, de frijol y una cuantas pizcas de arroz colocados en el molino manipulado en las mañanas por Pelayo, la masa que salía era pastosa, y olía a semilla de vegetal, los Buñuelos competían con las Empanadas de Huevo, en la solicitud que hacían los chambaculeros de los manjares producidos en el Altar de Gregoria. 
Cuando ella dejó de oficiar en la mesa, su hija continuó la labor en  aquel retablo, y era identificada por el sabor de sus Buñuelos, que llevaban cincelada la marca de la oficiante mayor: Doña Gregoria. 
En sus Patacones amarillos o verdes, figuras de forma romboide y aplanada, con ribetes festonados y superficie de pequeñas grietas, se apreciaba el punto de sal, preciso, el ideal para acompañarlo con la Kola Román del momento.  
Gregoria poseía un alto sentido de la sazón, cualidad que se apreciaba en la preparación de las Asaduras, vísceras de cerdo guisadas, con el olor de las viandas de las cocineras de la Cueva del Mercado del Getsemaní,  ellas sazonaban la carne de monte y  adobaban el bistec de cerdo ganándose en la región el calificativo de mejores en dicha preparación. 
Los fritos de Gregoria hacían detener al ciudadano en el puente, mientras las papilas de los chambaculeros se preparaban para la gran comelona.


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El Anciano Detrás Del Cristal Por Gilberto García Mercado   Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árbol...