Translate

La Donación de nuestros Lectores nos motivan a seguir hacia adelante. ¡Gracias!

miércoles, 21 de diciembre de 2022

#cuentosdeNavidad

LITIGIOS POR NAVIDAD

Por Gilberto García Mercado


Desde muy niño soñaba con un hombre sucio y harapiento, cuya barba lo hacía ver como un descendiente de profeta. Desde muy niño se asomaba por la ventana, viendo cómo las aguas del río se desparramaban por la pendiente. La tierra quejumbrosa por tales amaneceres, le devolvía ráfagas de un viento frío y triste que le recordaba que estaban en diciembre. Entonces todo se confabulaba para que la naturaleza fuera más benigna, los almendros y los robles se revestían de nuevas hojas y los pájaros saltaban, en medio de una sinfonía de trinos, de un árbol a otro. Por la ladera, recortados contra la montaña, recuas de burros, mulos y caballos, se perdían camino de la gran ciudad, cargados con bultos de yuca y ñame, plátanos, y uno que otro petate con tomates o verduras para dar un sabor exquisito a los alimentos. Cuadros, imágenes y sensaciones acompañaban los suspiros de un niño que se anquilosó en el tiempo. Porque, ya desde muy anciano en los senderos de una vida, Serafín Santana tenía la facultad de volver sobre esos dos periodos de su existencia, y, el del niño, a todas luces, fue una etapa de condena y negación, de absurda fragilidad detenida en la infancia, en el chiquillo que se quedó atrapado entre los recuerdos de una Navidad gris, pero que significó una alegría infinita, una exhibición de imágenes sucesivas de un abuelo que muchas veces tendió las manos a un niño vegetando para siempre por diciembre, con el correspondiente sufrimiento de Serafín Santana siempre que se aproximaba Navidad y Año Nuevo.

Él se negaba a partir de la ribera del río, el viejo insistía en que tenía que desprenderse de ese paisaje fascinante, el niño describía argumentos defendiendo con rigor sus puntos de vista que siempre confluían en la belleza y la alegría por la Navidad. No obstante, tal disyuntiva los llevaba por diciembre a entristecerlos, fuera el chico o el viejo, por Navidad sentían que algo les faltaba. Serafín Santana, siguiendo el rito familiar, abría los regalos colocados alrededor del árbol e iba depositando en las manos de sus hijos y nietos las dádivas del niño Dios. Muchos años atrás, el niño Serafín Santana se asomaba por la ventana viendo en esa atmósfera irreal muchas luces de colores y a los hombres adornando sus hogares esperando el nacimiento del Niño Jesús.

—Ya es hora, viene el Niño Dios—exclamaban por todas partes los hombres, mientras una claridad, súbita, alumbraba y se tomaba por completo cada habitación de aquellas casas.

Por la tarde, los niños se reunirán en la plaza, de manos de sus padres presenciarán el escenario en donde interpretarán las escenas del nacimiento de Jesús. Serafín Santana aprieta las manos del patriarca, el gozo de la navidad se ha volcado sobre el pueblo, la inocencia de los niños se deja ver por todas partes. No hay en sus semblantes, la mínima estampa de maldad, sus risas espontáneas y sinceras hace que el tiempo no represente en los parroquianos el temor acuciante por la vejez. El estallido de los juegos pirotécnicos, refleja en la plaza el rostro de los chicos, es tan especial el momento que niños y padres se fusionan en risas y abrazos y asisten en una perfecta camaradería al nacimiento de Jesús. No obstante, en medio de la celebración, el recuerdo viejo de la Navidad se mimetiza entre la gente. Es una sombra vieja y arrogante, el profeta de la actualidad, el personaje contemporáneo que en medio de sus arritmias y angustias tiende una mano al niño Serafín Santana diciéndole que abandone de una vez y para siempre, en esos límites del tiempo, todo nexo con la acuciosa navidad. El niño gime y patalea, hace un berrinche dejando entrever que nadie lo alejará de esa dimensión en donde por siempre ha elegido permanecer.

—Vete, viejo. Bien lejos de donde no te recuerde—manifiesta el niño Serafín Santana—Yo soy feliz en este pueblo de los recuerdos.

La sombra se ha quedado pensativa luego de haber repartido los regalos a sus hijos y nietos. Se ha retirado en un rincón de la sala, es feliz en medio de una sociedad fría e inexpresiva, ha aprendido a comportarse a pesar de los egoísmos, a pesar de todo el tiempo permanecer en competencia, como aceptando los desafíos en las empresas, de enarbolar la bandera que te coloca como el primero de la sociedad en aceptar que entre más bienes materiales tengas más será tu seguridad y poder entre la gente.

—¿Por qué no abandonas a diciembre? —interroga Serafín, el Viejo.

—De ninguna manera—manifiesta con denuedo el Joven Serafín—En donde tú te hayas, solo hay avaricia y dolor. Aquí, en cambio, estoy contento. Además, no envejezco como tú. ¡Mírate!

Luego de la cena navideña, luego de haberse hartado lo dispuesto por las familias, de haber ingerido licor y haber bailado hasta el cansancio, el viejo Serafín en su lecho de anciano pregunta a la abuela:

—¿Estás satisfecha con tu vida, Eleonor?

—¿Qué pregunta es esa?—agrega inquieta y alarmada la mujer—El ser anciana significa el haber salido triunfante por los caminos de la vida.

—¿A costa de que hayas sacrificado la vida de un niño? —agrega apesadumbrado el viejo Serafín.

Gilberto García M
La mujer no le responde. Su esposo ha debido beber más de la cuenta, y eso, asociado a sus años, le han debido afectar la razón. El hombre duerme feliz, se perdona a sí mismo creyendo ver entre sueños al niño de su infancia sonriéndole porque al fin han logrado ponerse de acuerdo en algo. A lo lejos un villancico narra una historia de navidad, un niño en la ventana se embelesa en la contemplación de una madrugada glacial, los copos de nieves advierten al mismo hombre en la ventana, muchos años después, que las diferencias no importan, no bastan para ser feliz.

No hay comentarios:

Seguidores

HAY QUE LEER....LA MEJOR PÁGINA...HAY QUE LEER...

Hojas Extraviadas

El Anciano Detrás Del Cristal Por Gilberto García Mercado   Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árbol...