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martes, 13 de diciembre de 2022

Crónica de Vida

CUESTIÓN DE GOBERNABILIDAD


Por Gilberto García Mercado


A principios de diciembre acudí a una IPS que llevaba seis o siete años atendiendo a mi padre y cuál no sería la sorpresa cuando me hallé con una edificación abandonada, gris, y, cuya puerta principal, a la manera de la mejor película de terror, estaba asegurada con gruesas cadenas sujetas por pesados candados. Son estas imágenes, que, repetitivas, se exhiben a lo largo de la geografía colombiana las que entristecen el corazón y dejan un mal precedente en el discurrir cotidiano del colombiano. Si quien acude a estos centros hospitalarios, la vida misma no nos preparara para lo peor, ante tales eventualidades, seguro que, fácilmente, caeríamos en depresión, y, entonces, conservar la calma conllevaría a un gran esfuerzo y dificultad.

¿En qué momentos se derrumban las finanzas de un centro hospitalario? Cuesta trabajo imaginar que donde antes hubo esplendor, atención ejemplar, y sonrisas cordiales de enfermeras ofreciendo refrescos y pasabocas mientras llegaba el turno para verse con el médico, ahora te enfrentes con una fachada en ruinas y con un gran cartel enmohecido en el que reza escuetamente: «Diríjase a su EPS a programar su cita». Es una realidad dura, pero más irritante es el hecho de que jueguen con tu dignidad, que ni siquiera te informen sobre esos cambios o cierres de esos centros hospitalarios, como si la vida de los pacientes no les importara, cuando el desprevenido ciudadano acude con la fe más grande del mundo a una cita con su médico.

¿Qué ocultan las IPS o las EPS? Cerrar un establecimiento de la noche a la mañana, cuando se prevé la liquidación de las mismas, deja un mal sabor, es como si escondieran algo, y, ante una inminente investigación de sus arcas, lo mejor sería cerrar antes de que el escándalo les explote en la cara.

Solo quienes viven inmersos en el Negocio de las EPS y las IPS, saben el alcance de esos Emporios Económicos. En plena Pandemia, la gente se rehusaba a que los «entubaran» porque era de dominio público que el Gobierno pagaba a las Empresas Promotoras de Salud 20.000000 de pesos por cada fallecido. Es decir, dejar morir por covid-19 a cinco personas en una EPS representaban 100.000.000 de pesos. ¿Verdad o mentira? Eso se comentaba en los corrillos de los barrios populares.

No obstante, el haberme enfrentado a la indignante situación me llevó con la paciencia del que acude a una EPS, a reprogramar una cita con el especialista que ve a mi viejo, y ahí me llevé la gran sorpresa de mi vida. Aunque había muchos pacientes, una enfermera, cuya amabilidad hacía olvidar las malas experiencias pasadas, me reprogramó la cita, reiterándome que ese mismo día lo atenderían tres especialistas, enfatizando que la EPS le apostaba a prevenir las enfermedades.  

Entonces fue cuando me acordé de unas de las políticas banderas que esgrimió el entonces candidato a la Presidencia de la República, el Doctor Gustavo Petro Urrego: el de prevenir las enfermedades y que el médico deje su sitio de confort en sus consultorios con aire acondicionado y se vuelquen a los hogares. En ese instante salí fortalecido de la IPS, imaginé una Colombia más digna y en donde los hijos entierran a los padres y no al revés.

«El cambio es posible», pensé, mientras abordaba el autobús.

        

      

    

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