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lunes, 20 de septiembre de 2021

En El Edificio Tongaloa

 «A LA CONDESITA NO LE AGRADA MUCHO EL REGGAETÓN»


«La Condesita alegró los corazones de la calle Real»


Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes



La partida hacia otra dimensión del perro Manolo había dejado un vacío en el alma de los residentes del edificio Tongaloa. Ahora no había quién pusiera orden a los anibienes (animales) que se atrevían a incursionar en las habitaciones de aquellas residencias. Se pensó de inmediato, en la necesidad de buscar, un ser que pudiera captar el hálito de espiritualidad dejado por el noble Manolo y, por esas casualidades que hacen fiesta en el corazón, se enteraron los residentes del nacimiento de la hija de la Condesa, ésta era una gata de un renombrado pedigrí, la cual hacía parte de una familia prestante de Manga.

La mamá gata se había atrevido a mantener relaciones amorosas con uno de los gatos «coteros» de Transportes Botero y Cía, de aquella idílica unión, nació Carlota, llamada por los residentes la pequeña Condesita. Aquel hecho no quedó en el anonimato. Consideraban que se había atentado contra el buen nombre y la honorabilidad de la familia, (con el cruce entre la Condesa y el felino ayudante de camiones).

Ante el honor perdido, la prestante familia había hecho todo lo posible para desaparecer a la hija de la Condesa. La comunidad cartagenera, de inmediato, se dedicó a buscar los medios necesarios para darle amparo a la gatica, y que esta olvidara los malos tratos a que la habían sometido. No faltaban las malas voces que la llamaban con sarcasmo y burla “La Condesita”. Todo aquello se olvidaba cuando llegaban a conocer las vivencias de Carlota en el edificio Tongaloa.

Ella dormía en el mismo lugar que ocupara en vida el perro Manolo. Y como un caso bastante singular que desbordaba lo esotérico, Carlota se fue rodeando de una aureola que hacía recordar al noble animal. Al fin y al cabo ella había sido llevada para intimidar a cuanto animal se acercase a las habitaciones, especialmente a los ratones, que ponían en jaque los libros y documentos históricos de la ciudad.

Carlota jamás llegó a matar a otro ser, con una sabiduría asimilada del éter espiritual dejado por Manolo, llamaba a los de la manada a través de ondas especiales convenciéndolos para que se retiraran de las habitaciones y buscaran otro lugar en dónde vivir. De esta sabia conducta, Carlota mantenía aseadas en gran manera las habitaciones granjeándose el cariño y el aprecio de sus vecinos. Ella nunca perdió su espíritu de criatura juguetona, su presencia causaba mucho regocijo entre las señoras que la contemplaban: la gata se volteaba boca arriba para que la acariciaran. (A la minina le gustaba escuchar el grito de los pregoneros que transitaban por la calle Real).

Las pocas veces que visitó el Parque Apolo en el Cabrero, quienes la contemplaban no ocultaban su admiración y, absortos, presenciaban cómo era capaz de compartir con los demás animales, especialmente con los pequeños, a los que trataba proteger, dando muestra de la asimilación del hálito espiritual dejado por el noble Manolo.

Han pasado los años y la gata Carlota escucha la música con demasiada atención, especialmente los temas que requieren de voces educadas y exigentes. Por cierto: a la Condesita no le agrada mucho el regguetón.

           Imagen de Thomas Wolter en Pixabay  


Juan V Gutiérrez Magallanes


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