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viernes, 23 de julio de 2021

#elveranodemivida

EL POBRE E INEXORABLE VERANO DE SOFÍA


Por Gilberto García Mercado


Todos estuvieron de acuerdo en salir cuando el sol despuntara en el horizonte. Habían dormido poco y mal y las incidencias de la noche se reflejaban con cierta austeridad en sus semblantes. Al principio marchaban enterados de las horas y los días y de una fecha en el calendario. Sin embargo, los obstáculos encontrados en el camino, algún río crecido o el desplome de una roca, más lo cenagoso del terreno por la persistencia de la lluvia, influyó para que el grupo perdiera la noción del tiempo y se replegara bordeando los montes y serranías con una cautela enfermiza.

Jonás de vez en cuando se adelantaba para inspeccionar que no hubiera trampas o posibles deslizamientos en el camino que colocaran en peligro a los viajeros. De tal manera que ahora cuando las últimas penumbras de la noche son expulsadas por los rayos de un sol inclemente, los viajeros perciben en sus espíritus la esperanza de aún no estar perdidos en este verano incipiente y frágil que alguien podría reducir en simples astillas solo con las manos.

―Por fin dejó de llover―había dicho Jonás, meciéndose de un lado a otro la tupida barba.―Creo que si nos damos prisa la hallaremos.

Habían perdido todo, casas y familias sucumbieron en aquella avalancha mortal que fue noticia de primera plana en los principales diarios del mundo. Los aldeanos se asombraron ante aquel fenómeno de la naturaleza que volvía una y otra vez a recordarles el dulce y expresivo rostro de Sofía. Ella llegó con el verano, fue ese aroma sutil y dulzón del durazno maduro, cuya corteza seducía el gusto de cualquiera de los jóvenes de la aldea.

Tener una chica bella y con la chispa de sus ojos verdes sonriéndole en todo momento a la vida, era la mejor bendición que Dios podía ofrecerle a un pueblo esclavo y cómplice en todo momento de sus autoridades. Dicen que el amor enceguece, que no permite ver más allá de nuestras narices respecto de la criatura que atrae y pone a palpitar trémulo el corazón. Sí Sofía era el gran sentimiento que cualquier caballero esperaba sobre su vida, ahora los jóvenes de la aldea lo dudaban. Porque su arribo a Las Begonias le robó la calma a más de uno, los viejos en romería hacían largas filas con todo tipo de regalos que entregaban con el amor brotándole por los poros a la bella y dulce mujer.

―No molesten a la joven―exclamaba colérica y fuera de sí la patrona de la vecindad a los ancianos―No sean impertinentes, pues Sofía duerme y lo último que ustedes desearían es que la bella dama se marche de Las Begonias en donde todos somos felices con solo verla.

Truenos y relámpagos se precipitaron sobre la aldea. Sombras negras y sombrías se enseñorearon sobre la población, llovía desde los principios de los tiempos, la vegetación y los montes de los alrededores bramaban con una intensidad increíble. No obstante, la presencia de Sofía se erigió sobre ese cielo triste y descompuesto exhortándolo en todo momento a que no dañara la integridad de Las Begonias.

La gente entonces aprendió a vivir entre diluvios y crecientes que se precipitaban desde lo alto de las estribaciones de la sierra y amenazaban con borrar del mapa al pueblo que se había convertido en el anfitrión perfecto para la dama. Podría entonces decirse que en Las Begonias se hallaba una población ingenua y condenada, en donde los parroquianos aprendieron a vivir entre lluvias y truenos a partir de la entrada triunfal de una tal señorita Sofía. Podría afirmarse que en esta población se podía entonces aplicar la frase bíblica sobre el amor, en la que reza: «Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta». Porque toda una generación de poetas, narradores, hombres cultos y grandes estadistas y científicos sucumbieron ante la enloquecedora belleza de una tal Sofía. El frío de inviernos de siglos nos replegó en Las Begonias. Quizás sin darnos cuenta fuimos la primera comunidad de hombres y mujeres que murió por amor.

―Hay un cadáver de una mujer rubia y de ojos verdes en la ribera del rio―grita uno de los vigías encargados de abrir caminos al grupo de hombres que riñe por encontrar el pobre e inexorable verano de Sofía.

Ya es de tarde, la noche se viene sobre estas soledades cuando vemos el rostro de la occisa. Tiene la apariencia de Sofía, pero definitivamente no se trata de la mujer que ha puesto a Las Begonias en esta deplorable situación. A lo lejos el cielo se estremece, se desgaja el diluvio, en la inmensidad la lluvia impetuosa repliega a la gente en sus refugios. El verano que creíamos que había llegado no fue tal, el frío comienza a producir en los cuerpos hipotermia, huele a vegetación y a raíces descompuestas.

Gilberto García Mercado
―Sí, se llama Sofía y nos urge encontrarla―le digo a un indígena de los alrededores.

―No desperdicie ni gaste su tiempo―me dice el interlocutor, absorto, como si tuviera en otra dimensión―La joven pasó por aquí en el mejor de los veranos que se hayan dado en la región.

El grupo de hombres flacos y harapientos fruncen el ceño al ver en la distancia, al bordear los senderos de la montaña a un verano incipiente y frágil que alguien podría reducir en simples astillas solo con las manos. 
Imagen de my best in collections - see and press 👍🔖 en PixabayImagen de MBatty en Pixabay 











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