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miércoles, 31 de marzo de 2021

Pasando Lista a...

EN SEMANA SANTA, LA GENTE VIVÍA
CONFINADA CON LOS SUYOS

 

Por Gilberto García M

 


Ni modo, no nos queda de otra. Quienes nacimos por la década de los sesenta hemos aprendido a recibir lo que nos brinda la vida con una resignación e impotencia que raya muchas veces en la tristeza y las lágrimas.

En casi sesenta años, la historia del hombre ha dado un vuelco hacia una vida insulsa y vacía que, si nuestros abuelos vivieran, no creerían lo que acontece en una tierra que ya no puede más con esta carga de desechos y horadaciones en su corteza que la tienen al borde del cataclismo.

Eso por un lado, pero por el otro, respecto a cómo nos ha cambiado la vida, la humanidad ha aprendido a insensibilizarse, a importarle un rábano lo que le sucede al vecino de al lado siempre y cuando se mantenga la despensa y la nevera repletas para no morir por la hambruna.

Si, en estos casi sesenta años hemos entrado a la era de lo moderno y lo artificial. Con qué facilidad se han perdidos las costumbres y valores de los cuales hacíamos alardes hasta ufanarnos de lo lindo. La tierra era bendita y nos brindaba lo mejor de ella. Hoy, territorios que son necesarios para el sostenimiento del planeta, los llamados «pulmones del mundo», dan paso a la explotación de oro y petróleo porque hay que asegurar el sostenimiento económico de la humanidad.

Todo ha cambiado en la tierra nuestra. En Semana Santa la gente vivía confinada con los suyos guardando el recogimiento espiritual con tal devoción que Dios se sentía por todas partes. Pero vinieron los hombres perversos y cambiaron las reglas del juego. Los afanes de la vida moderna mecanizaron la conducta del hombre, las ideologías se fueron hacia los extremos, y la liberalidad en todo se fundamentó, el hombre podía casarse con otro hombre, la mujer dormiría con su igual, alguien podía inmolarse por defender sus ideas, y al niño no se le corregiría por temor a traumatizarlo, el cambio de sexo no sería un problema mayor y asistimos a la contemplación de una Sociedad que desde más de un lustro perdió el norte.

El cannabis y la cocaína se consumen como productos de la canasta familiar. Nadie está exento de alguna enfermedad, porque hoy no se cura sino que se controla la afección. Hasta la música ha soportado esta lenta pero real derogación hacia el abismo.

Quiero entonces quedarme con la escena del cura de Macondo que con sus campanazos alertaba a la población si una película se podía ver según los parámetros de la vida sagrada de aquellos años.

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