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miércoles, 28 de octubre de 2020

Ese Franz Kafka...

«Mis Viajes Literarios» 


Por Gilberto García Mercado


«Eso de ser escritor no va conmigo», me dicen los amigos mirándome fijo a los ojos cuando en la taberna de la esquina ellos pagan todas las tandas de cerveza. Y es que hará como unos quince años cuando me gané un premio literario en la Alcaldía que una señorita entre melosa y coqueta me dijo: «Te felicito, ahora si vas a ganar plata». Y cosa extraña, la espontánea frase es lo que primero viene a mi mente, veinte años después pateando guijarros en la Avenida Pedro de Heredia de Cartagena, recordando el premio en la Alcaldía, y a la ingenua e inocente jovencita perdidamente enamorada de unos momentos que me han servido para recordar y sentir lástima por tipos como Franz Kafka.

Tenía razón el escritor, la inseguridad devastó su alma hasta el punto que le pidió a un amigo que mejor incinerara sus obras. Ah, pero yo estoy vivo y el bendito premio no me ha servido para nada. Quizás Franz Kafka ha reencarnado en mí y ahora estoy pagando por aquel individuo al que tanto su padre torturó. No quiero aprovecharme de la historia maravillosa de este autor que murió sin saber lo monumental en que se convertiría su obra, tampoco en lo enigmático y en el estilo singular de sus textos, en la escuela que fraguó sin saberlo, para aprovecharme de exteriorizar mi dolor a mis cincuenta y cinco años de estar escribiendo y con la pobreza acentuándose más y más. Entiendo que la Literatura es un don del cielo que, si te apartas de los designios de Dios, es decir que si en tus creaciones pretendes usurparlo tendrás verdaderos problemas.

Porque el escritor es el único ser del universo que puede inventarse un mundo, es más puede degradar a Dios hasta empequeñecerlo, desaparecerlo y convertirse en su fuerte contrincante. Lo sé, porque yo me desvié. Comencé a escribir con la obsesión y el egocentrismo de sentirme el mejor, el centro de este universo, en «mis viajes literarios» no tenía tiempo para decirle al Padre Santo, «gracias por la vida».

Sí, había ganado un premio, que me representó unos cuantos pesos y el anhelo enfermizo que pronto sería aclamado en todo el Orbe, porque cuando me entrevistaron en la estación radial y el periodista auguró cosas muy bonitas para mí, fue cómo una maldición que me arrojara el demonio a través de aquel comunicador.

Escultura de Franz Kafka

La misma joven, inocente e ingenua pero enamorada de mi obra me sonrió en la entrada de la emisora y por toda respuesta del famoso escritor recibió el desprecio al esquivar el abrazo cariñoso que me hacía al tiempo que yo subía a la limusina del Alcalde a celebrar mi triunfo en el edificio del ayuntamiento. 
Fue la debacle, por más que queme pestañas, nadie se interesa por mi obra. Me da pena con la matrona austera y de malas pulgas que entre dientes dice cuando me atraso en la renta de mi habitación: «Pobre tipo, un trabajador sin sueldo». Con cincuenta y cinco años a cuestas, entonces me acuerdo de Franz Kafka y me entran unas ganas enormes de arrojar esas novelas inéditas que en las gavetas sobreviven al ataque de criaturas de siglos, en esa llama flameante y eterna en la que a diario se queman mis sueños.

Imagen 1 de Emily_WillsPhotography en Pixabay Imagen 2 de ALEX Ivanov en Pixabay

 

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