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domingo, 26 de abril de 2020

¡Ay, El Amor de Deily Esther!

Un Pañuelo En El Parque 

Por Nemesio E Castillo  Serrano *

Encontré un pañuelo en el parque, en la misma banca en donde suelo sentarme siempre; blanco, con algunos trazos de cosmético en sus flancos y con un agradable olor a perfume de mujer.  
Sentí que aún conservaba la tibieza de las manos que lo poseyeron. Me erguí mirando alrededor buscando a su dueña. Casi al final del sendero, vi la silueta de una mujer que se alejaba camino a la salida. Apresuré unos pasos y la llamé: «señora, señora, señora». Quizás no me escuchó; pero me dio la impresión que apresuraba sus pasos ante mi llamado.  
Tal vez era una mujer joven y el apelativo de señora aún no aplicaba en ella. Debí decirle: joven, dama, o señorita. Pero bueno, eso fue lo que le dije en el momento.  
Tal vez se le hizo tarde, ante algún compromiso, y por eso iría de prisa…  
**  
Este parque ha sido uno de mis lugares favoritos, aquí he venido por mucho tiempo. Me es acogedor en la medida en que me conecta con la naturaleza. Sus contrastes entre árboles, jardines, pájaros, soledad y silencio, le dan un aire de tranquilidad y sosiego. 

Después de una semana, cumpliendo con compromisos y responsabilidades, vuelvo al parque. Hoy también es viernes por la tarde, como la semana pasada. Aquí en mi mochila tengo el pañuelo que me encontré; ¡de repente hoy pueda encontrarme con su dueña!… 

«Algo que me ha intrigado del pañuelo, es el olor de su perfume, un olor que para mí no es desconocido», me evoca un pasado… Me gustaría verificar su nombre. 

De la banca del sendero de enfrente, veo pararse a una mujer, con las mismas características a la que vi el viernes pasado. Intento acercármele, pero se aleja con pasos ligeros.  
Quiero tener más evidencias del perfume; he estado haciéndome algunas conjeturas sobre un pasado que aún limita con el presente.  
** 
—Buenos días, señorita.  
—Buenos días, a la orden, ¿en qué puedo servirle?  
—Estoy buscando un perfume, del cual no recuerdo su nombre; pero tengo su fragancia en un pañuelo, le agradecería grandemente si pudiera ayudarme.  
—Permítame el pañuelo.  
Le entregué el pañuelo, previamente se puso unos guantes antes de tomarlo, lo acercó con mucho tacto a la nariz. Luego entró a un recinto contiguo. Me quedé mirando las vitrinas llenas de perfumes. Después de algunos minutos apareció. 

—Bueno caballero, los perfumes se clasifican según su fragancia predominante. La mayoría de los perfumes femeninos, al cual pertenece éste, corresponde a la familia de los florales; predomina en él, el sándalo y la magnolia. Son elaborados con altas concentraciones de esencias; motivo por el cual conservan su aroma por más tiempo. La fragancia del pañuelo es la del perfume original. Su nombre es…  
—¡Oh, gracias señorita! Es usted muy competente y conocedora del arte de las fragancias. Me ha confirmado lo que ya creía, «sí, ese es su nombre». Hace algún tiempo esta fragancia, era un tanto cotidiana a mi olfato, me cautivaba, hoy vuelvo a reencontrarme con ella. Por favor, véndame uno… 

—Está usted adquiriendo un buen perfume, ¡podría ser un regalo especial! 

—Ojalá y este perfume llegara a las manos de quien me lo ha hecho comprar. Muchas gracias, señorita. 

«Qué ironía de la vida»; una vez, cuando ella cumplió años, quise regalarle uno de estos, y cuando llegué a la perfumería quedé anonadado ante su precio, y tuve que conformarme con un ramo de gladiolos y una caja de chocolatinas. Hoy lo he comprado sin saber cuál será su destino. 

Bueno ya pude verificar, que es el mismo perfume que usaba Deily Esther; esto es como un hilo conductor que me lleva a evocar sus recuerdos. Linda joven, de finos modales, delicada, sensible e inteligente con inclinaciones hacia el arte y la cultura. Su voz era como una melodía recurrente, ¡mi nombre sonaba en sus labios como el arpegio armónico y ensoñador, caricia para mis oídos!
**
Una vez más en el parque. Este parque está muy bien cuidado, Alfonso le mete empeño para mantenerlo acogedor. Él podría tener unos cuarenta y cinco años, de tez trigueña, cabellos ondulados y con la estatura promedio del hombre latino. En su comportamiento, y por lo que hemos interactuado, denota buen genio, amabilidad y cultura. 

—Hola Alfonso. ¿Cómo han estado las cosas por aquí?  
—Bueno mi amigo, por acá, nada extraordinario, pocos visitantes, pocas brisas, y un calor moderado. Esperando que llueva, para poder podar algunas plantas y trasplantar otras que han crecido en las macetas. Claro, que me ha quedado tiempo para leer el libro que me prestaste. ¡Buen tema para reflexionar, por su contenido filosófico y humanístico! Con algunos postulados que a mi parecer son cuestionables.  
—Tengo la misma opinión, pero sigue leyéndolo con ese sentido crítico, y luego lo comentamos.  
—Claro me parece bueno que lo hagamos, amigo Henry.  
—Bien, nos seguimos viendo. 
                                                **   
Anoche soñé con ella, la vi que entraba en mi habitación. Percibí el aroma de su perfume. Quise hablarle, pero de repente un fuerte portazo en la ventana, tirada quizás por el viento, me hizo sobresaltar. Realmente no sé, si estaba despierto o dormido en ese momento…  
No pude dormir en el resto de la noche, me levanté; salí al patio y allí sentado en una mecedora escuchaba el ladrido lejano de un perro; las estrellas tachonaban el infinito profundo y misterioso. Uno y otro gato saltaban por paredes y techos; una leve brisa mecía las ramas de los mangos.  
Allí sentado, sus recuerdos me llegaban como enjambre; no dejaba de relacionarla con la mujer del pañuelo en el parque; la misma que fugazmente me ha parecido haberla visto por esos camellones sin reparar en nadie. En algún momento anhelé vehementemente que amaneciera. Nacía en mí la ilusión de que ella había regresado, y quería indagar un poco sobre mis presentimientos.  
** 
Una vez más sentado en la banca del parque, tratando de hilvanar las ideas. Todas giraban en un pasado entre los límites del presente. 

—Hola Henry, quise adelantarme con el café, y ser yo el que brinde hoy.  
—Buen detalle, amigazo. Cae muy bien a esta hora de la tarde. «Precisamente estaba pendiente de hablar contigo». ¿Cómo estás de tiempo?  
—Digamos, que no tengo prisa.  
—De casualidad has visto por aquí a una mujer: de unos treinta y cinco años, delgada sin ser flaca, de estatura promedio, tez clara, cabellos castaños claros, ojos color miel. Nariz fileña. Labios delgados…  
—Bueno no es tan fácil responder, porque aquí llegan muchas mujeres con esos rasgos. Pero por la descripción pensaría en una mujer con perfiles de reina. No obstante, creo que he visto en el parque una que otra vez a una mujer con esas características. Trato de ser prudente, respetando la privacidad de los demás, sin embargo, en ocasiones discretamente a uno le roban las miradas mujeres con esos atributos.  
—Claro que, sí, hay alguna que he visto, que puedo relacionarla con esas características que me has dicho, y ha sido precisamente en esta banca, y en la del frente al final del sendero, que me ha parecido verla—continuó el hombre.  
—¿Qué tanto puedes estar seguro de eso?... 
—De 1 a 10, digamos que 6.5 aproximadamente. ¿Pero dime: a qué mujer te refieres?...  
—Tu respuesta me lleva un poco más cerca de lo que he estado imaginándome. Se trata de Deily Esther, una joven que conocí cuando estudiaba el bachillerato; con la cual tuve el idilio más hermoso e intenso que jamás haya podido olvidar. Estudiábamos en colegios diferentes, pero pertenecientes a una misma sociedad. Con la diferencia que en uno estudiaban los alumnos de estratos más altos, y en el otro los de estratos más bajos, «como éste servidor». Ella estudiaba en el otro. Los patios eran independientes, no tenían paredes que los separaran, pero si tenían sus límites bien marcados, nosotros ya sabíamos cuál era nuestro patio de recreo, y cuál era el de ellos. 
Los alumnos de una y otra institución éramos independientes, y muy poco interactuábamos, salvo en algunos eventos culturales, artísticos o deportivos. Como verás, existían barreras sociales que nos separaban y límites establecidos. Sin embargo, en ocasiones tenía la oportunidad de verla y saludarla. 
Como en una Semana Cultural que la vi presentando el monólogo «Adiós amigo», en el que los fuertes lazos de unión entre un campesino y su perro, son rotos intempestivamente. Allí tuve la oportunidad de saludarla y felicitarla por su brillante puesta en escena.  
— Muy buena tu presentación, Deily. Me conmoví tanto que estuve a punto de llorar.  
— ¡Oh, gracias! Perdona... ¿Cómo es que te llamas?  
—Henry. Tú más humilde y sincero admirador…  
—Ustedes tampoco se quedaron atrás en su obra de teatro; impecable presentación, muy buena la temática y talentosos actores. Mis felicitaciones también para ustedes—señaló la joven ahora desbordada en entusiasmo. 

Este fue el primer encuentro que tuve con Deily. Pero fue en un taller de artes plásticas de su colegio, en el que tuve el segundo encuentro con la joven. El taller funcionaba los sábados en la mañana, y tendría una duración de tres meses. De tal manera que fue el momento propicio para interactuar en torno al arte y el de descubrir algunas cosas en las que estábamos de acuerdo. 

Un día me le acerqué para mirar la cabaña en miniatura, construida con materiales artesanales de bahareque, y elementos típicos de las construcciones campestres; uno de sus caminos laterales, conducía a una laguna con árboles florecidos a su alrededor.  
—Qué hermoso trabajo—dije a la muchacha— Es toda una expresión artística. ¿En qué te inspiraste?  
—En la finca que tenemos, a las afuera de la ciudad—añadió Deily. 
—Te felicito por las dos cosas.  
__ ¿Cuáles dos cosas?...  
—Por tu trabajo artístico, y por tu finca—agregué subrayando las palabras.  
«Cómo me gustaría ser el jardinero de esa finca, para de cuando en cuando ver aparecer la mariposa más hermosa del jardín», pensé. 

Cuando tenía la oportunidad como Cupido le lanzaba mis piropos. Hablábamos bastante durante los talleres, y aun compartíamos mucho luego de finalizadas las clases. Pasamos de saludos y besitos en las mejillas, a miradas especiales, agarradas de mano, y a un primer beso en la boca. 

Así comenzó nuestro idilio. Ya no la apartaba en ningún momento de la mente; eran veinticinco horas de las veinticuatro con que contaba para recordarla. Ella se notaba también interesada. Era una relación que estaba fragmentando las ya tan cuestionadas barreras sociales. No obstante, seguimos promoviendo nuestras ilusiones en lo más profundo de nuestro ser.  
Estaban en el mismo salón de clases, Roxana, una hermana que la seguía a todas partes y, Olga, una prima muy querida que era al mismo tiempo su confidente y amiga. La hermana se fue dando cuenta que nuestra relación pasaba de ser una simple amistad a algo que poco a poco se iba tornando serio. En algunas ocasiones aún delante de mí, hizo comentarios no muy buenos sobre mi origen. Con el tiempo los padres de Deily terminaron por enterarse de nuestra relación. Pasamos de la más agradable comedia, a unas escenas ambiguas y dramáticas, en las que éramos los protagonistas. 
Sus padres le prohibieron que me volviera a ver. A Roxana le exigieron que estuviera pendiente del mínimo detalle sobre cómo iba evolucionando la fallida relación. Esto lo habíamos intuido Deily y yo, pero no estábamos preparados para afrontarlo, no teníamos un plan B, es decir, «nos cogió el vendaval sin tener dónde guarecernos».  
Así transcurrían las cosas; con sólo el aliciente de Olga, quien se convirtió en nuestro medio de comunicación. Ella era descomplicada, alegre y carismática, con menos prejuicios sociales que su prima Roxana.  
—Tremenda historia, digna de compadecer. Vivir una situación así es difícil. Sobre todo en esas edades en las que se viven las pasiones con mucha intensidad. ¿Qué sucedió después?...—interrogó Alfonso ahora bastante interesado por el giro que tomaba la historia. 

—Los padres siguieron recordándole las prohibiciones; la amenazaron con mandarla a estudiar a Europa si continuaba viéndome. La astuta y malévola Roxana comenzó a sospechar de Olga. Lo que obligó a la prima a ser más precavida en tales asuntos, no quería tener problemas con Roxana ni con sus tíos. Esto desde luego, fragmentó las comunicaciones entre Deily y yo. 

Un día me llamaron a la coordinación del colegio. El director me manifestó que había recibido una queja de la otra institución, en la que se me acusaba de estar propasándome con una niña de aquella institución. 

Me dijo que eso era algo muy serio y, que podía traerme consecuencias graves. Confesé que solo era amigo de una alumna, por afinidades del arte y la cultura, pero que siempre la había tratado con respeto.  
El director me conocía bien, sabía de mi rendimiento académico y buena conducta. Me sugirió que me alejara de la chica porque podía traerme problemas mayores. Allí estaban metidas las manos de los padres de Deily. Era como una forma de intimidación y de mostrar sus influencias. Sí comenzaban a ejercer presión sobre mí, ¡cómo sería con Deily!... me preocupaba, no solo sentía pena y dolor por mí mismo, sino por ella también. Sentía que yo era el culpable de la absurda situación por la que estaba atravesando la joven, tanto que llegué a contemplar la posibilidad de alejarme. Quizás así podía contribuir a que se arreglaran las cosas con sus padres. 
Pasamos largos días incomunicados, con toda clase de restricciones y la estricta vigilancia de Roxana; todo debido a los arraigados prejuicios sociales muy en boga en la sociedad.  
Una mañana estando en el patio a la hora del descanso, me sorprendió Olga con una carta enviada por Deily:  
«¡Querido y siempre recordado, Henry! 
Mi mayor deseo es que estés bien, o por lo menos mejor que yo. Mis padres no han disminuido su presión, todo me lo tienen controlado. Han seguido pensando en mandarme a España, creo que esto es un hecho. Este es nuestro último año de bachillerato, el año académico está en sus finales, y para el año entrante no tendremos que volver a las instituciones. Cosa que me desconsuela. Te envío esta carta para que sepas que sigues estando en mi vida, eres mi mayor ilusión. No sé qué pueda suceder mañana, jamás te voy a olvidar. Te pido que no sufras, sigue siendo alegre, inquieto, inteligente, con aspiraciones y sueños. El tiempo te deparará éxitos, tienes la visión del triunfador y lo mereces. Por favor, no me contestes la carta, sólo quiero que la leas. No quiero saber de tu pena ni dolor, aumentaría mi sufrimiento. 
Prefiero pensar que estás bien, y recordarte como el joven amable que has sido siempre. Lo mejor es esperar un poco y evitar complicar las cosas; por ahora todo es incierto e impredecible. Deseo que estés bien, no te niegues la oportunidad de seguir viviendo y de hacer realidad tus sueños e ilusiones.  
Tuya, Deyli 

—Terrible experiencia, qué gran tristeza y dolor. En la carta se denota una profunda melancolía, una abrumadora impotencia ante la adversidad recalcitrante. ¡Lamento tu paso y el de esa jovencita por tan difícil situación! Siento pena por lo que les pasó. —añadió Alfonso al borde de las lágrimas. 

—Allí mismo en el patio, me había apartado un poco de mis compañeros y había comenzado a leer la carta a la sombra del almendro, la ansiedad me consumía. Mientras leía, sentía que dardos incandescentes se me iban clavando en el pecho y en el alma. Cundo dejé la lectura no pude contener las lágrimas. Mis compañeros lo notaron; estuvieron en todo momento brindándome apoyo y consuelo. Uno me brindó algo de tomar que me ayudó a aliviar la apretazón en el pecho. Aun cuando no había forma de sanar la herida, si se mitigó el dolor; «¡nobles amigos que ayer tuve la dicha de tener!»... ellos perdurarán en los anales de la historia; son un pasado de amistad y compañerismo que aún ennoblecen el presente.  
Después de recibir la carta de Deyli, no quise agravar la situación, preferí mantenerme al margen de las cosas, y no contestar sus misivas. Tenía razón en lo que pedía, yo estaba dispuesto a sacrificarme si con eso aliviaba su dolor. 

—¿Qué sucedió luego de darle un tiempo a las cosas?—volvió Alfonso a inquirir bastante interesado en el desenlace de la historia. 

—Continuamos sin poder comunicarnos; la veía algunas veces, ambos levantábamos las manos para saludarnos, era un saludo triste y lastimero, dado desde dos mundos distantes. Difíciles de conciliar. Ambos interpretábamos el mensaje. «Aun cuando estamos distantes, nuestros sentimientos nos mantienen unidos».  
Terminó el año lectivo y todas las comunicaciones se fragmentaron entre la mayor tristeza.  
Lo último que supe fue que la habían mandado a estudiar artes plásticas a España  
** 
Ya han pasado más de diez años; sus padres marcharon a la capital, largas temporadas pasaron en Europa.  
Ahora, después de tanto tiempo, han ocurrido algunas eventualidades que me han reconectado con ella: el pañuelo en este parque, en donde algunas veces estuvimos, su perfume, la silueta de mujer que he visto, y que relaciono con ella, los sueños, y las bandadas de recuerdos en la memoria.  
He estado pensando que ella ha vuelto, que quizás me ha estado observando en la distancia, sin querer aún comunicarse, tal vez no tenga el valor para hacerlo. Todos éstos son como conexiones abstractas que me conducen a Deyli. 

—Bueno, pero, ¿no tienes un medio para saber de ella? Tienes que hacer algo para salir de dudas.  
—Sólo hay un hilo conductor: su prima Olga. Sé, en qué ciudad vive, es ejecutiva de un banco. Planeo ir a buscarla y pedirle el favor que me dé noticias de Deyli; a estas alturas no sé qué pudo haber pasado con la muchacha.  
**
—¡Hola Olga! Discúlpame si llego a incomodarte.  
—Hombe, Henry ni más faltaba; tanto tiempo sin verte. Pasa… 
Seguimos a una oficina, me siento frente a ella separados por el escritorio. Toca un timbre, aparece una señora, y pide dos cafés.  
— Bueno, dime, ¿en qué te puedo servir?  
—Llegar hasta acá no ha sido fácil, me embarga la pena. Una vez más pido disculpa si en algo llego a incomodarte, «amiga por el ayer que marcamos». Aprovecho la ocasión para manifestarte mi aprecio y satisfacción por volver a verte».  
—Ni más faltaba, aún sigues siendo mi amigo a pesar de los años. Me complace verte. Puedes hablarme con confianza, sigo siendo descomplicada. 

Le narré cómo he estado inquieto por saber algo de Deily, las intuiciones que había tenido en torno a la mujer, y que por esa razón me atreví a llegar hasta donde mi amiga Olga.  
La notaba inquieta y como salida un tanto de contexto. Se tomó dos cafés, como si estuviera angustiada. Hice un pare y en silencio la observé por instantes… 
—¿Qué te sucede Olga?, ¿No te sientes bien?... Si tienes algo urgente, podemos concluir aquí. O hablaremos en otra ocasión…  
—No es nada ajeno a lo que me cuentas; sino que lo que me dices es extraordinario.  
Nemesio E Castillo Serrano
— ¿Por qué lo crees tan extraordinario?...—pregunté. 

— ¡No sé cómo decirte esto! Siento una pena tan grande que casi no puedo controlarme. Difícil situación, el tener que darte tan triste noticia, después que me has dicho esas cosas, detrás de las cuales se encierra un gran misterio… No hubiera querido que este momento me cogiera desprevenida, pero nunca estamos lo suficientemente preparados para todas las cosas; evidentemente esta es una de ellas. Pero no tengo otro camino que decirte la triste verdad… 
¡Henry, Deily murió hace tres meses!… 

Imagen de Rondell Melling en Pixabay Imagen de Free-Photos en Pixabay Imagen de Free-Photos en Pixabay Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay Imagen de Pexels en Pixabay  (De arriba abajo en su orden)
*Tomado del libro: Entre versos y Prosas 

1 comentario:

Unknown dijo...

Excelente trama. Seduce al lector a no soltar el libro hasta hasta llegar a su desenlace final

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