Translate

La Donación de nuestros Lectores nos motivan a seguir hacia adelante. ¡Gracias!

domingo, 22 de marzo de 2020

De Las Fatalidades De La Vida


Un Lumbalú Para «EL Volcán» Mejía


      Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

   El Volcán Mejía (Q.E.P.D)   
Nadie hubiera aceptado que el hado de Carlitos, hubiese estado marcado por el final de su padre, Tiburcio Mejía; pero los números con que la señora Concha marcaba los cartones de la lotería que utilizaba para jugar en la casa de «La China» , le mostraban metas torcidas que debían alcanzar Tiburcio y Carlitos. 
El primero era un hombre que sabía medir sus pasos por el sendero que atravesaba, tenía una venta de plátanos en el  antiguo mercado de Getsemaní, esta labor la suspendía a las tres de la tarde, llegaba a su casa después de cruzar el puente de Chambacú y, saludar con reverencia, a los que cazaban tontos y miraban lanzar las monedas al aire en el «juego de la tablita». 
A las cinco y media, Tiburcio regresaba de su casa vestido de blanco liquiliqui de dril Supernaval, caminaba marcando sus pasos con suavidad por lo tortuoso y escarpado de las calles de Chambacú. 
En uno de esos cruces románticos que tantas veces se le presentan a un hombre que sabe echar un piropo y ser galante ante las contorsiones de una mujer, se le presentó Roquelina, una negra de veinte años de caderas amplias y busto palpitante, se enamoraron y trajeron al mundo a Carlitos. 
Este muchacho era uno más para «El Juego de la Libertad», en el que participaban Bernardo Caraballo, Pedro Vanegas, en la esquina de la escuela «Amor a Cartagena», estaba el poste que se tomaba como centro del juego. Los tres, en su inconsciente mantenían de manera latente «un sueño»: Ser boxeador, para ganar toda la plata del mundo y, vestirse con la elegancia de los grandes boxeadores que se enfrentaban en el Luna Park de los Estados Unidos. 
El padre de Carlitos, se retiró del negocio del mercado y compró el kiosco que estaba situado a la bajada del puente de Chambacú, éste era un sitio que se hacía acogedor por la música que allí se escuchaba, con preferencia, toda aquella de la gran Sonora Matancera, la preferida por los muchachos del puente era la interpretada por «El Jefe Daniel Santos». 
Al kiosco bajaban los muchachos de la Calle del Jardín del barrio San Diego, donde permanecían en un goce de extremada convivencia, aquello estaba apadrinado por la risa bonachona de Tiburcio, que siempre afloraba en su rostro. Nadie jamás se imaginó el desenlace fatal. Y pero aún: nunca se pudo dar una explicación al siniestro hecho, cuando uno de los dieciocho hermanos, quizás el más pendenciero, le diera muerte a Tiburcio Mejía. 
       
Bernardo Caraballo, Ex boxeador Amigo          
No alcanzó a llegar con vida al Hospital Santa Clara. Ese día era domingo, los pick-ups y radios se apagaron, el barrio se oscureció, el brillo de la Loma de Vidrio se opacó y, María de Jesús elevó una oración a María Santísima y, no sé por qué razón trazó una cruz inmensa sobre la calle del Mondongo, donde vivía la madre de Carlitos. El barrio quedó consternado, los horizontes se hicieron más tortuosos por la ira contra el destino de Tiburcio. 
Los días se fueron cubriendo por voces que trataban de alegrar los pasos que debía dar Carlitos, su cuerpo se fue fortaleciendo para buscar la estatura del padre, lo que era observado por «Kid Hielo», el entrenador de boxeo de la calle del Mondongo, éste lo sometía a una larga jornada de entrenamiento, favorecida por una alimentación de tuétano de res con abundante harina de plátano verde disuelta en agua de panela. 
Carlitos adquirió la contextura de su padre, tenía una talla aproximada de un metro con ochenta y un largo alcance para conectar un jab. Estaba en completa adolescencia con una elasticidad en su cuerpo semejante a la que mostraba el Benny Caraballo. 
Llegó el día esperado de su primera pelea y parecía que todos en el barrio estuvieran esperando la hora. Ese sábado se notaba mayor efusividad en las expresiones de los chambaculeros, la tristeza de su madre quedó oculta por una leve sonrisa y unas palmadas que le dio el Sargento Aguirre, animándola para que creyera en la fortaleza de su hijo. 
El encuentro se realizó en el Circo de la Serrezuela, el contendor era un muchacho desconocido pero con un récord bastante bueno, la pelea se pactó a cinco round. 
Cuando el encuentro se inició se notó un silencio en los oyentes de Chambacú, pero a medida que avanzaba se lograba captar el bullicio  a través de  la radio, igualmente en la Loma de Vidrio, se escuchaba el griterío emitido por los espectadores de la Serrezuela. 
«El Volcán», remoquete que le había puesto un periodista al ver la contundencia de su derecha durante las prácticas, logró con un jab de derecha al mentón de su contendor el primer nocaut de su carrera boxística. 
A partir de aquel encuentro su vida cambió en lo que respecta a mejores condiciones económicas para su familia, sin llegar a alterar el don de caballerosidad que había heredado de su padre, condición que lo cubría de mucho aprecio no solo de los chambaculeros sino de los cartageneros en general. 
         
           Antonio Cervantes, Icono del Boxeo
«El Volcán» Mejía realizó veintiuna peleas en su carrera boxística, su último encuentro lo realizó en Venezuela. Fue sparring de Pambelé con quien tenía una amistad de viejos chambaculeros y sabían brindarse la alegría que otorgan los buenos recuerdos, especialmente los convividos en el kiosco del viejo Tiburcio a la bajada del Puente. 
Era muy común encontrarnos con «El Volcán» Mejía, cuando ya su vida boxística había entrado en el reposo de los «ensogado y los toques de campanas», lo que nunca se extinguió fue su  movimiento de hombros tratando de esquivar los golpes, sin inspirar ningún temor porque su sonrisa afloraba en sus labios para responder a un saludo de «Campeón». 
Ya el viejo barrio de Chambacú, había quedado en el imaginario, ahora su residencia estaba en la  periferia más extrema, donde las pandillas se  envalentonan y se «mancan»  con Changón de una bala para «tumbar» lo que sea. 
Apenas la noche comenzaba, «El Volcán» se sintió poseído por el placer que le brindaba la seguridad  de ser un hombre pacífico y querido, se  sentó en una banca de una calle de los alrededores, miró su celular y en este momento bajó la guardia quedando expuesto a recibir el nocaut que repetiría el sino de su padre. 
Se apagó el pick-up de la esquina y, nuevamente los chambaculeros celebraron un Lumbalú por «El Volcán» Mejía. 
Juan V Gutiérrez, Escritor
  

  

No hay comentarios:

Seguidores

HAY QUE LEER....LA MEJOR PÁGINA...HAY QUE LEER...

Hojas Extraviadas

El Anciano Detrás Del Cristal Por Gilberto García Mercado   Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árbol...