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miércoles, 18 de marzo de 2020

Reflexiones y Paradojas sobre El Covid-19

El Virus Es Muerte, Pero Nos Invita A
Protegernos y Proteger a Los Abuelos 

Por Belinda Figueroa Cuadro

Desde la intimidad de mi hogar, espacio que me sirve de refugio, y como refugio me blinda de no ser atacada silenciosamente por un enemigo oculto, el coronavirus o COVID-19, un virus mortal que tiene la capacidad devastadora de destruir vidas, cuyo origen es incierto, pero, que es una realidad, está viviendo entre nosotros, escribo estas reflexiones. Llegó importado a Colombia como regla base de la globalización, pues, el COVID-19 es una enfermedad globalizada que la traen los viajeros que tienen la posibilidad de conocer placenteramente otras latitudes, vestido de elegancia invernal. Creo que, si tuviéramos un sistema de salud fortalecido, seguiría igual la incertidumbre, pero, estaría un poco más tranquila porque habría camas bien dotadas para mucha gente, y no sé sí por mi exagerada sensibilidad me estoy imaginando miles de muertos como los de Wuhan en China y más recientemente en Italia.  
Traigo a colación un fragmento de la obra del Premio Nobel de Literatura, José Saramago, «La ceguera»: «Una ceguera blanca se expande de manera fulminante. Internados, en cuarentena o perdidos por la ciudad, los ciegos deben enfrentarse a lo más primitivo de la especie humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio». Eso es lo que esta cuarentena nos plantea, sobrevivir a cualquier precio: dejar de ver a los familiares cercanos es un gran sacrificio, no poder interactuar físicamente con los compañeros y estudiantes en esta calidez caribeña, que hace parte de nuestra esencia como seres humanos y como personas, es frustrante. Pero, realmente, ¿quién es ese enemigo oculto que puede estar en un sutil estornudo de alguien, en cualquier superficie, en mis manos, herramientas principales para escribir, comer, saludar y crear manualidades? Las debo proteger porque ellas me podrían enfermar y, a su vez, enfermar a otros.
El nacimiento del nuevo año 2020, auguraba prosperidad, abundancia, proyectos y esperanza en que iba a ser un año de suerte en las inversiones, cambios de hábitos y rutinas etc., pero, lentamente, los medios suenan sensacionalistas y la incredulidad se apropia de mí por instantes, pero, no puedo negar que todo ha sido trastocado por ese enemigo invisible, imperceptible a la vista humana. El estar confinada para salvaguardar la vida y la de los seres queridos, me hace brotar el filósofo que llevo por dentro, como lo planteó alguna vez Walter Riso, ya que, surge un mundo de interrogantes, como: ¿era necesario que la humanidad tuviera un alto en la falsa idea que nos inculcaron los libros de Ciencias Naturales y Sociales de que somos la especie superior?  
Cuando el COVID-19 nos muestra la fragilidad humana, ante tanta prepotencia, porque no conoce de preferencias de ninguna clase, ¿por qué este enemigo invisible y silencioso ha puesto en jaque a las economías más prósperas y voraces del planeta? Pienso que es una oportunidad histórica para las economías emergentes, débiles y mezquinas como la de Colombia, de ser resilientes y solidarias con los más desprotegidos, víctimas de políticas corruptas a lo largo y ancho de la geografía nacional durante toda una vida. Qué paradoja la del COVID-19: es muerte, pero, nos invita a protegernos y a proteger a la población más vulnerable, siendo aún más paradójico, pues, nos obliga a proteger a los adultos mayores en una sociedad que desprecia lo viejo y hace apología a lo joven y bello.  
Será que, una vez finalice la crisis, que esperamos que sea pronto, ¿seremos mejores personas más humanas y solidarias? ¿Estaremos convencidos de que la vida es un bien preciado, en un país que ha construido la cultura de la violencia, en el que es tan fácil matar a alguien por cualquier tontería? ¿Por un celular o porque me miró mal? Nos hemos vuelto «maestros» de la intolerancia. ¿Y nuestros políticos qué? ¿Aprenderán la lección del COVID-19 y, por fin, serán verdaderamente honestos? Con planes de gobiernos ajustados a la realidad de sus regiones, guiados por el deber ético de la moral kantiana: el deber ser, el hacer el bien, de preocuparse por el otro, teniendo claro el deber como la necesidad de una acción por respeto a la ley, a sí mismo y a los demás. 
El Coronavirus llegó para quedarse y, como Mario Benedetti nos lo regaló en su poema «Cielito de los muchachos»: «Están cambiando los tiempos para bien o para mal, para mal o para bien, nada va a quedar igual». 


1 comentario:

Wilson Herrera dijo...

Excelente. Bely
Completamente de acuerdo con tus planteamienris

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