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viernes, 15 de marzo de 2019

De Cartagena y los Performance en la Periferia


«¡DE CORAZÓN,  COLABÓRENME CON UNA MONEDA!»

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes


Voy midiendo los pasos y relacionándolos con los encuentros de las niñas de senos descubiertos que amamantan a otros niños. Nos muestran un cuadro de un performance por el cambio de una moneda, algunas veces se elimina la obra maestra por un simple caramelo, para permitirle a la madre adolescente extraer leche de los mustios senos que expulsan lamentaciones, están extenuados, exangües y parece que se negaran al duro juego de la vida. 
El eco de las manos extendidas, continúa recorriendo las calles de Cartagena:  
«De corazón colabórenme con una moneda». 
Los niños en competencia extienden sus manos, tratando de recoger la caridad que vende indulgencias para alcanzar la calma de las conciencias.  
Los niños se olvidan de la seriedad de sus juegos, ríen como niños y piden con la seriedad de los adultos mostrada por Jorge Zalamea en El Sueño de las Escalinatas.  
Las niñas de senos mustios al sol, cuajan sus lágrimas para implorar la piedad, se convierten en madres percusionantes, golpean permanentemente el corazón de los transeúntes, sin alcanzar la melodía de la canción de la misericordia olvidada.  
«Dame para un pan», «Sólo te pido una moneda», «Dame una moneda tengo hambre», «Por amor a Dios, una moneda».  
Se rompe la onda del eco y las voces se van acumulando hasta llegar a ser confundidas por el pregón que predice la salvación para los que dan un diezmo a cambio de indulgencias.  
Los prestidigitadores anuncian un Apocalipsis diferente al que viven los niños en las calles de la ciudad.  
El pregón del predicador del dios castigador, muchas veces se confunde con la perorata del cochero, que, ante la audiencia de cuatro extranjeros, inventa una Nueva Historia de la ciudad, sin que se interrumpa el mapalé desenfrenado que baila una pareja, ante la majestuosidad de la efigie de Bolívar. 
Al volver el silencio, se escucha:  
«De corazón colabórenme con una moneda». «Un caramelo por la muestra gratis de una madre adolescente en intención de amamantar…»  
Los niños extienden sus brazos y cantan una canción que ya no taladra los corazones de los transeúntes, se convierte en un sonsonete que deja caer una maldición de los que detentan el poder, queriendo convertir el mundo en una finca bien alambrada, que se tapiza con frases de variados sabores:  
«Por Amor a Dios Colabóreme»; «Colabóreme con una galleta»; «Colabóreme con una moneda».  
El suelo se siente duro porque adquiere mayor resonancia y la numeración de los pasos dados se ha perdido. Los niños distraen el hambre con la risa del Mimo que gana la Caridad que brinda el turista. Estos niños han aprendido a jugar con el hambre para ganarle a la tristeza el olvido. El saxo bota una melodía que deja escuchar en la otra acera la oración del oficiante de la miseria:  
«De Corazón, por amor a Dios regálenme una moneda»; «hoy no he comido, regáleme una moneda»; « ¡Tengo Hambre!».  
Vuelven las manos extendidas en el juego de los que ponen a prueba la caridad pregonada por la maestra que se olvidó del mundo que está viviendo. El Pastor que vocifera desesperadamente la llegada del Apocalipsis, como una forma de lavar sus culpas, señala la melodía de los que compiten en el logro de la caridad:  
«!De corazón, una moneda por el amor de Dios¡»; «¡Tengo Hambre no he comido!»; «¡Una moneda por el amor de Dios!».  
La melodía, no deja eco, se nubla y se pierde entre el pregón que prestidigita los números de la lotería. 
Juan Vicente Gutiérrez Magallanes
 



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