El Cronista Y La Reina Helena Brown
Por Gilberto García Mercado
Esta lluvia no cesa. Hace dos días que no para de llover. La ciudad está sitiada por ángeles diluvianos. Me asomo a la vastedad de la lluvia y siento que soy un personaje de uno de mis relatos que reposan y esperan a la buena de Dios.
¿Quién se arriesga a publicarlos? Mientras la ciudad reflexiona con cada gota de lluvia—en la casa del lado se escuchan villancicos anunciando a diciembre – Nidia, la hermana que ha llegado del Centro, se quita el impermeable y, con unos ademanes que tratan de espantar la juventud que se le escurre, me extiende el periódico.
Entonces la veo. Allí está, y no difiere mucho la fotografía con el sueño que tuve una hora después cuando Ernesto Quiroz me telefoneó a la casa, porque quería una entrevista exclusiva, con Helena Brown, la Señorita de la provincia de Moraima.
Y estaba el cronista bajo un sol espléndido, como esperando que algo apareciera, de repente en el cielo y, en un extremo precedida por gendarmes alados—guardias del Olimpo—apareciera el coche de Helena Brown, con la majestuosidad de ser ella una hija de Zeus.
Alguien entonces en el sueño me dio una palmadita en el hombro y volví de mi ensoñación y extravío.
Desperté con el mismo deseo que le pedí al Genio de la lámpara aquella vez en el Cereté de mi adolescencia, cuando todavía en el país los sueños se hacían realidad…
--Quiero conocer una reina—le pedí al Genio de la lámpara.
El primer día moví cielo y tierra para entrevistar a la beldad. No les podía quedar mal a los lectores. Aclaro que un enviado especial llegaría en dos días, eso me dijo Ernesto Quiroz por lo cual me sea desconocido lo sucedido hasta hora, pues lo único que deja marchar esta lluvia es mi pluma sobre el papel.
Estoy sitiado y quién sabe qué será de Helena Brown. Yo me pregunto si eso que suena en la casa del lado son villancicos, o acaso imagino escucharlos…
Me quedo viendo la foto. Debo de estar atrapado en una de esas dimensiones del tiempo de la que no puedo escapar.
Nidia al partir para el Centro me había dicho: «Te llamo un taxi para que te recoja en la casa». Pero créanlo o no, que me quedo sin movimiento mientras Nidia toda extrañada ante mi silencio, se exaspera y, entiende por este un rotundo «no». Hasta ahora, cuando extendiéndome el diario, cree que he vuelto a resucitar:
—Al menos así te informas—me dijo.
La lluvia sigue. A veces arrecia y afloja, y algunos moradores donde el invierno comienza a producir estragos, amenazan con hacer una propuesta fuera de tiempo: «Las fiestas deben suspenderse, el desastre es evidente». Además varias viviendas de los alrededores del Cerro de las Mercedes, se han venido abajo. Un hombre al caérsele la casa fue sepultado. Lo dijo la televisión. Y es que sobre Moraima no llovía en serio como ahora. Para el Alcalde es una situación difícil. A veces, en la tregua de esta llovizna, desde los extramuros de la ciudad, parecieran venir unos lamentos tenues, como si Moraima fuera toda esa criatura que se queja, la lluvia…
Pero no basta esta lluvia. No bastará esta ni todas las lluvias por venir, ni aunque suspendan las fiestas para que yo escriba sobre Helena Brown.
Porque es la representante de la mujer provinciana. Porque ha robado vítores y vivas y muestra orgullosa los ojos de nuestras mujeres.
Ah,…y algo que tal vez sea la varita mágica que detenga esta lluvia: Ese temperamento Caribe propio de nuestras Diosas cuando la vida o Zeus le brinda otra oportunidad.
Qué llueva todo lo que quiera, porque eso está fuera de contexto. Helena Brown aparece como en mis sueños: hendiendo el cielo, y su coche precedido por gendarmes alados… (En seguida, la idea de la lluvia se esfuma. El Alcalde logra sortear la difícil situación y, yo puedo al final conseguir una cita con la muchacha).
Sobre la ciudad el cielo espléndido, pero no como en el sueño, sino como en esta realidad…
Vino a engalanarnos con la desbordante alegría de quien después de conocer una enfermedad—la deprimente invalidez—supo que la vida hay que vivirla, gozarla intensamente hasta cuando a la alegría no le aparezca la primera arruga, sino, todas las arrugas…
Gilberto García M |
Por lo pronto Helena, vuela libre y que asome en tu rostro la sonrisa franca. Deja en cada corazón el artificio de la belleza y el sueño. Deja el palpitar, el calor de tu cuerpo en esa blusa que estaré completamente seguro arrojarás sobre el público. Esa blusa que para siempre se petrificará en el cielo de Moraima, como un pedestal invisible pero que uno ve.
Porque suceda lo que suceda en estas fiestas, tú estarás en el alma nuestra.
Ahora adorable beldad, parto hacia nuestra entrevista. Estoy completamente seguro que apenas la vea, haré la venia frente a la joven, y como si me escuchara el mundo entero, aunque sólo escuche mi pensamiento, exclamaré: «Helena Brown, qué bella eres, mujer. Siento que te conocía, que te esperaba». Pero entonces abro los ojos, y confirmo que estoy despierto.
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