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jueves, 25 de agosto de 2016

Personajes Hundidos En La Soledad


Los Cuentos de Álvaro Cepeda Samudio


Por Juan B Fernández Renowitzky*


Álvaro Cepeda Samudio ha escrito un libro a primera vista extraño. Un libro en el cual se recogen fragmentos de diálogos en los bares y se divaga sobre asuntos aparentemente inconexos con una arbitrariedad que se parece mucho, como alguien decía, a las pesadillas. Un libro, en resumidas cuentas, que algunos pueden considerar como la imagen de Álvaro Cepeda, en franela, fumando calilla y caminando, con las manos metidas en los bolsillos y una casi insultante desfachatez, por la vía más difícil de la literatura. 
Sin embargo, el desconcierto inicial que producen los cuentos Todos estábamos a la espera, es el mismo que, en ciertos espectadores, producen las películas irreprochablemente filmadas. El aparentemente desorden proviene, en ambos casos, de una premeditada, de una virtuosa técnica. Todo ha sido puesto allí para captar la atención del lector o del cineasta como una trampa. 
Estas breves páginas están–ante todo–magistralmente escritas. Álvaro Cepeda comienza su aventura editorial publicando el mejor libro de cuentos colombiano. Por el aspecto del estilo, que es seco y traslúcido, y que conlleva al mismo tiempo una cierta displicencia, no solo hay que decir que estos cuentos están escritos sumamente bien, sino que quizá, en algunos momentos, están demasiado bien escritos. Por la manera como se refieren a conflictos, como exponen situaciones, escapan a toda influencia literaria, muestran una profunda e inconfundible originalidad: hablan, inevitablemente, de un mundo aparte. 
Los personajes de Cepeda Samudio se encuentran, con relativa insistencia, hundidos en la soledad. Un muchacho está solo, sentado con los amigos en las altas sillas rojas del bar. Solo, al salir a la calle de la mano de una provocativa muchacha. Solo, en la aglomeración del “subway” en Nueva York. Su soledad es la más tremenda de todas: la soledad en compañía. Cuando Cepeda dice “todas”–y lo dice a menudo–resuena más desolado, nostálgico e irrescatable que cuando cualquiera persona dice “uno”. 
Parece, a veces, que esa soledad fuera a quebrarse, que los personajes fueran por fin a encontrar–licuándose una sorpresa–el amor. Pero cuando están a punto de alcanzarlo, no hacen sino aniquilar la posibilidad de que nazca: el amor es para ellos una prolongación de su propia soledad, una búsqueda de sí mismos en el rostro innumerable de los demás. Al agruparse los personajes que Cepeda Samudio ha elaborado con una fina sustancia poética no hacen sino multiplicar su incurable aislacionismo, llevarlo al vértigo que producen las progresiones geométricas.
 Con cada cuento, el autor traza un círculo mágico. No quiere hablar exclusivamente de lo real–ni tampoco únicamente de los sueños–sino, mezclándolos, ejercer ciertas influencia encantadoras en el lector, llevarlo a una zona en donde todo, pero principalmente lo fantástico, está permitido. En los cuentos de niños hay hadas y en los de Cepeda Samudio hay payasos con guitarras verdes. Hay también focas haciendo piruetas con pelotas de colores en el hocico. Este juego poético le da a los cuentos del joven escritor barranquillero una atmósfera alucinante que es, para el autor, la misma de la infancia y de ese sitio siempre maravilloso en donde la infancia  puede rescatarse a voluntad: el circo. 
* Tomado de Magazín del Caribe. Año XI. No. 56. Escritor y periodista barranquillero. Durante muchos años fue director del diario El Heraldo.



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