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domingo, 16 de junio de 2013

PÁGINAS PARA NO ARROJARLAS AL CESTO DELA BASURA...

LECTURA RECOMENDADA PARA LOS CANDIDATOS A LA ALCALDÍA DE CARTAGENA

«LA EDUCACIÓN DESDE LOS HOGARES: CLAVE PARA ERRADICAR LOS MALES DE CARTAGENA»
Por Gilberto García M 
Informe Especial La Calvaria Literatura
La pobreza de Cartagena es deprimente por donde se la mire..
Quien viene a Cartagena de Indias con el propósito de disfrutar de sus balnearios y monumentos quizás no alcance a apreciar algunos problemas sustanciales y estructurales que ahogan al raizal y que se podrían contrarrestar si desde los hogares otra fuera la educación que se impartiera. Lo cierto es que en los últimos veinte años Cartagena dejó de ser una pequeña ciudad para convertirse en una gran Urbe con los problemas atinentes a las grandes capitales sin que la ciudadanía se haya preparado para ello.
Así que, en un ámbito en que todos se conocían se pasó a ser «un extraño dentro de la misma ciudad». Hay que reiterar que ella no fue ajena a los problemas de orden público a lo largo y ancho del país y, que parte de ese crecimiento urbanístico pero también desordenado, se produjo gracias al desplazamiento de los ciudadanos del Interior de Colombia y lugares cercanos hasta la ciudad de don Pedro de Heredia.
Algunos expertos en el tema, sociólogos, trabajadores sociales, juristas, sicólogos, la clase política, etc. han conceptuado sobre estos males esbozando hipótesis e implementando planes de choque sin que hasta la fecha ninguno brinde resultado halagüeño a la vista.
No obstante, otro hubiera sido el destino y otros los derroteros si la ciudad—, llámese los ciudadanos, el raizal, sus líderes, la clase política y la sociedad en general— se hubiera preparado para ello.
Hoy vemos una urbe desfigurada, con avenidas y calles pensadas para épocas de antaño, no para la ciudad actual. Con una pobreza que trasciende los límites inimaginables, desempleo, problemas de movilidad, inseguridad, déficit en la red hospitalaria y una mala prestación de los servicios públicos.
El panorama, entonces, no puede ser más desolador.
Al principio la ciudadanía puso el grito en el cielo ante la proliferación de males sociales totalmente desconocidos en nuestro entorno. Fenómenos como los de la prostitución, delincuencia, el sicariato, el micro tráfico, la extorsión, el pandillismo, la drogadicción y la corrupción terminaron por sumir a la Heroica en una gran crisis sin que hasta el momento hayamos salido de ella
La solución, que debería estar en la dirigencia local con nuestros alcaldes y concejales, y en manos del Gobernador y senadores y representantes, aún no se da porque, ellos, en su sabiduría han atacado el problema desde sus Despachos y desde las Escuelas, con todo tipo de programas de resocialización, subsidios, asistencia al adulto mayor, deporte y recreación, etc. Pero los resultados no han sido los mejores.
Y mientras los encargados de transformar la mentalidad del cartagenero no se vayan por la educación desde la casa, si no se entiende que la raíz del mal proviene de allí, seguiremos sopesando nuestros problemas sin que se vislumbre una luz al final del túnel.
Lógicamente que con una población duplicada, las expectativas de esa población requiere empleo, viviendas dignas, buenas escuelas, anchas y espaciosas avenidas, parques y lugares de recreación. Pero si no inculcamos la educación de padre a hijo, los saberes desde la casa, por mucho esfuerzo que se haga el barco en que navegamos acabará en el naufragio.
Los hechos de sangre se convirtieron en algo natural...
Si el Gobierno y la dirigencia local implementaran políticas que fomentaran las relaciones interpersonales, es decir, propiciando la armonía y respeto entre los hogares, tendríamos una sociedad más ecuánime, justa y equilibrada. Porque si en una casa, se respetaran los valores y cada quien no faltara a los principios tras de los cuales se rige la convivencia pacifica, otra suerte tendrían los hogares cartageneros. De nada entonces valdrá, que las autoridades implementen distintas clases de programas sociales—que hasta se los auxilie con dinero en la educación— si todos esos buenos propósitos no se acompañan con la educación que debe partir, como ya hemos dicho, desde la propia casa.
De nada valdrá entonces, hacer alarde de ostentación, involucrar a todos los estamentos de la sociedad cartagenera, con programas como el de mantener la ciudad limpia, educar al peatón para que cruce en los lugares señalados para ello, cederle el puesto al anciano o a la mujer encinta en el bus, tratar con respeto al prójimo, acompañar al drogadicto con programas de rehabilitación, si no ponemos en practica los principios generales que se imparten a partir de los hogares. Hoy nuestra sociedad presenta fisuras, grietas que minan la cotidianidad del ciudadano haciéndolo una persona sin sentimientos, importándole poco las finanzas de Cartagena, el detrimento patrimonial que se pueda originar con las malas acciones, a él sólo le importa desangrar el erario público, buscar un beneficio particular con perjuicio general.
En la medida en que el hogar vuelva a las andanzas que nos relatan nuestros mayores, es decir, a un respeto mutuo, los buenos días al amanecer, decir para dónde va el hijo no sin antes pedirle permiso al padre, establecer un horario que no deje por fuera al muchacho mientras los mayores duermen, respetarse entre los hermanos y no desautorizar a la persona que regaña cuando tiene la razón, sino más bien apoyándolo, esta sociedad comenzará a construirse sobre pilares que no van a ceder fácilmente.
Es cosa común observar en un barrio de extramuros, la hacinación en las viviendas, la madre, hijos e hijas en paños menores, niños a uno y otro lado, quizás un primo aquí o allá, una pareja conviviendo, dos o tres perros más allá. En fin, el individuo se va acostumbrando a vivir así hasta el punto que se pierde el respeto y el pudor y es entonces cuando el hombre propenso por naturaleza al mal dejará escapar sus bajos instintos.
Al hombre desde sus orígenes, en el hogar, debe educársele con buenos principios. Volver a sentir el miedo visceral que implicaba que en un supermercado a alguien lo cogieran hurtándose algún artículo. El escarnio y la vergüenza pública era tan difíciles de sobrellevar que la persona terminaba asilada en otra ciudad mientras duraba la afrenta pública. Y la sociedad no olvidaba tan fácil. Hoy grandes preclaros, hombres de la política, funcionarios de estado, magistrados, hombres reconocidos por su trayectoria pública, son cogidos in fraganti, se demuestra su culpabilidad, se acoge a los beneficios de la ley si colabora con las autoridades, el hombre en dos o tres años queda libre, vuelve a postularse en algún cargo público, reincide y la ciudadanía lo vuelve a elegir. ¡Habrase visto tamaña recompensa
En la medida en que se vuelvan a impartir los decretos de la Urbanidad de Carreño, que el profesor se interese por los alumnos, y estos por el profesor, en la medida en que el padre recupere esa autoridad sobre el hijo, que éste sumiso acepte lo que el padre diga, que haya diálogo entre las partes, que el grado de autoridad entre los hermanos se respete, que las acciones nuestras no se oculten, que las consultas entre consejeros escolares sea cosa común y, no miedo, Cartagena comenzará a despojarse de los males que la aquejan.
Porque una sociedad justa es aquella en que al turista no se le cobra el triple valiéndonos de nuestro conocimiento sobre la ciudad y el desconocimiento del que llega. Quien debe poner la primera bolsa plástica o desecho de basura en el bote debe ser un cartagenero. Quien debe dar transparencia pública en el manejo de la hacienda pública será un cartagenero. Si no nos involucramos como sociedad a desarraigar males como la corrupción que hasta hacía tres décadas eran ajenos a nuestro entorno, no blindaremos a los estudiantes de ahora contra males futuros, que si no estamos firmes nos hundirán en el mar de la corrupción y la lascivia. Es mejor prepararnos desde casa para la batalla, que la excusa no sea que a usted no se le comunicó.
Trabajar desde la casa, como algo sagrado aunando voluntades sobre determinados temas a seguir, como la adopción de una carrera por estudiar, debe ser motivo de consulta que propicie la confraternidad y no la dispersión del núcleo familiar. LC






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