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miércoles, 13 de mayo de 2020

FRESCO Y VITAL

El Hombre Sin Personalidad

Por Miguel Facio Lince

La vida rutinaria de La Villa es desesperante. ¿Qué hacer en ella, en medio del marasmo de los días sin huella y de las noches oscuras y melancólicas, en que ancianos, adultos, jóvenes y niños parece como si tuvieran la misma edad, pues practican los mismos juegos y se aburren de las mismas cosas? 
La uniformidad deprimente de un día tras otro empuja a los hombres de La Villa a buscar la alegría artificiosa de unos rones o cervezas calientes en la única cantina con salón de billares, en donde se casan partidos de dos contra dos y hay mesas regadas en el patio para jugar naipes, dados, damas, ajedrez y cuanto pueda a ayudar a matar el tiempo.  
Los que no participan en los juegos se arremolinan alrededor de las mesas y se arrellanan en bancas a lo largo del salón de billares, para emocionarse también con los jugadores.  
Otros hombres se sientan en el parquecito frente a la cantina, a ver pasar a una que otra mujer joven para hacer malabares mentales con el sexo, o a echar castillos en el aire mientras viajan y se trasladan a sitios que solamente existen en la imaginación calenturienta de ellos.  
A medida que avanza la noche la mayoría comienza a dar cabezazos de sueño, pero se aguantan hasta tarde en la cantina, para ver si alguien logra una larga serie de carambolas o ejecuta alguna jugada fulminante en cualquiera de las mesas.  
La ociosidad es madre de todos los vicios y también de todos los chistes crueles y chanzas pesadas que se inventan a manera de diversión.  
Es el caso de lo que ocurrió con el dueño de la cantina y el reluciente reloj que marcaba las horas, los minutos y los segundos que permitían cobrar el tiempo exacto de cada partido de billar. 
Una noche el reloj desapareció misteriosamente de la repisa donde estaba a la vista de todo el mundo en la pared. En medio de las miradas socarronas y las risitas contenidas de los espectadores, el dueño lo buscaba frenético de ira debajo de las bancas, en los rincones y en los sitios más insospechados.  
Trinaba de rabia y maldecía la madre del ladrón en la forma más soez. Pero nada encontró. Dos semanas después, cuando le tocó hacer la periódica limpieza del tinajero y echar alumbre al agua de beber, allí lo halló oxidado en el fondo de la tinaja. Afortunadamente el reloj de la iglesia contigua al parquecito, donde sonaban las horas, las medias y los cuartos de hora, permitieron superar la pérdida ocurrida.  
Pero desde entonces era raro el partido de billar que no daba lugar a una pelotera entre el propietario de la cantina y los jugadores de turno, por no saber la duración exacta del tiempo jugado, que se definía siempre cuando el cantinero recogía las bolas de la mesa de billar y salía hasta la puerta, seguido de los espectadores, para determinar en el reloj público el tiempo que era necesario pagar.  
Goyo Río era el más empedernido y el de mayor edad de los jugadores habituales de la cantina, gente joven en su casi totalidad. A pesar de ser casado y tener cuatro hijos ya, hacía parte de una «cuerda» de muchachos solteros, con los cuales era inseparable.  
        
       Mompox, Escenario de Los Cuentos de Miguel F
Una noche jugaban al «platillo», que consistía en colocar un plato en el centro de la mesa de billar, para que todo el que lo tocara con alguna de las bolas pusiera cada vez veinte centavos en él. Cuando alguien hacía tres carambolas seguidas sin tocar el plato, recogía todo el dinero depositado allí. Esa noche memorable llegó un instante en que el platillo estaba tan repleto de monedas que ya resbalaban y caían al paño del billar.  
Fue ese el momento en que la plantica eléctrica de la cantina comenzó a subir y bajar de ritmo repentinamente, hasta que dio un resoplido final y todo quedó a oscuras. 

Se produjo en seguida una rebatiña de gritos y golpes en que nadie sabía quién pegaba.  
El cantinero corrió en busca del candelero previsto para estas emergencias. A la luz vacilante de la vela todos los espectadores contemplaron asombrados el platillo vacío, con unas cuantas monedas regadas sobre el billar.  
El dueño de la cantina sentenció manoteando:  
«Esta vaina tuvo que hacerla uno de los que estaban cerca del billar. ¡Esto fue alguno de los jugadores, carajo!» 
Inmediatamente gritó uno de los muchachos:  
«¡Por mi madre que fue uno de nosotros!...¡Qué se mueran los hijos del hijo de puta que se cogió la plata!».  
Goyo Ríos rugió: «¡La puta madre de todo el que crea que fui yo, carajo!».  
Y salió enfurecido de la cantina. En mitad de la calle se dio cuenta que llevaba el taco de billar en la mano y lo tiró con rabia al subir al pretil de su casa.  
         
         Mompox, La Villa
Su esposa, Chepa, se despertó asustada con el ruido inusitado de la puerta, abierta de un violento empujón. «¿Qué te pasa, mijo?...¿Vienes bravo?». Goyo Ríos aprovechó para descargarse de su ira: «¡Malditos!...¡Pero no vuelvo a determinarlos!...¡Son unos vergajos todos!». Chepa agarró la coyuntura para darle con la cantaleta de todos los días: «Te lo vengo diciendo, mijo. Esos muchachos pueden ser hijos tuyos. Ya estás muy viejo para esa vida. Tú eres culpable de que te falten al respeto así. No tienes personalidad, Goyo». 
«¿Personalidad cómo?», preguntó él. 

«Pues que tú no te das la importancia que mereces…Qué no pareces un hombre serio y responsable…Qué te dejas llevar por los otros…Que haces los que esos muchachos quieren. Fíjate cómo sales corriendo apenas te pitan en el carro viejo, sin preguntar ni siquiera para dónde van. Tienes que darte importancia,…que te esperen,…que te respeten…». Goyo la interrumpe y le dice: «Tal vez tengas razón, mija. Te aseguro que en adelante voy a ser distinto. Tendré personalidad con esos pendejos». Y continúan hablando largo sobre su cambio de vida con ella y con sus hijos, ya que una y otros se quejan de su indiferencia en el hogar.  
Al siguiente día, como todos los domingos y días de fiesta, muy de mañana se oyó el mismo escándalo de siempre frente a la casa de Goyo, con el carro viejo pitando sostenida y estridentemente, y los muchachos gritando a todo pulmón: 

«¡Goyo Ríos, apúrate, que vamos a llegar tarde!...Qué hubo!...¡Rápido, carajo, que estamos listos todos!».  
Con tranquilidad Goyo se acerca al poyo de la ventana, se asoma serio por ella, con la cara embadurnada de espuma, en camisilla, con una toalla tirada sobre el hombro, y les grita:  
«¡Hombre, van a tener que esperarme un rato, porque apenas me estoy afeitando¡ Apaguen ese aparato mientras salgo…Yo no…».  
No lo dejaron terminar la frase. Con estrépito de mofle roto, el motor del viejo carro fue acelerado fuertemente. Goyo Ríos palideció al darse cuenta que lo dejaban.  
Corriendo entró al cuarto, agarró los zapatos, las medias y la camisa y salió disparado detrás del vehículo, que logró alcanzar al doblar la esquina siguiente. 
Se trepó al carro y se limpió la espuma de la cara mientras acababa de vestirse en medio de protestas y recriminaciones a los muchachos: 
«¡Vergajitos!...¡Creían que me iban a dejar!...¡Desgraciados, ustedes me las van a pagar todas juntas!...».  
La personalidad de Goyo Ríos acabó de quebrarse y diluirse en medio de los tragos de ron y los chistes y la parranda de todo el día, que fue a terminar la noche entera en el CUCAN-BAR, el único cabaret de mujeres de la vida que había entonces en La Villa.  
        
        Miguel Facio Lince
Con las primeras luces del alba regresó a su casa. 

Como en la precipitud de la ida se le habían quedado las llaves, empezó a patear la puerta y a gritar: «¡Chepa!...¡Chepa!..».  
Asustada su esposa saltó azorada de la cama y corrió a abrirle la puerta. Goyo Ríos entró haciendo eses al caminar. Borracho como nunca, con la voz gangosa increpó a su esposa furioso: «¡Te voy a advertir una vaina!...¡No me vuelvas a hablar de personalidad!...¡Por esa maricada casi me dejan los vergajos estos!...Déjate ya de la cantaleta esa…¡Qué personalidad ni que carajo!...» 
Imagen de TanteTati en Pixabay Imagen de Gerd Altmann en Pixabay (1 y 2 Arriba)

lunes, 4 de mayo de 2020

Fusión de Danza y Escritura

        Manuel, La Huella Continental
               
                        Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

                                                                                                       
Manuel,
Dejaste tu huella continental
Por los ancestros traídos a América
Con tu pluma como Cetro Sacerdotal
Narraste la humanidad venida de África 
Cruzaste la América con el mensaje
Del canto de arrullo en las mañanas
En la travesía del río por el largo viaje
De negras con dulces regazos de Nanas 
Oh, Manuel,
Changó de textos de esplendor
Narradores de historias al golpe del tambor
llevaste a Eurasia el folklor sanjacintero 
Tú y Delia fusionaron la danza y la escritura
Con el hacer del negro en bien de la Cultura
Como se oye en el canto melodioso del gaitero
  
                Cartagena de Indias, Mayo 4 de 2020












domingo, 3 de mayo de 2020

«Chambacú con Carreteras»

Tiburcio Era Un Hombre Bueno y lo Mataron

 «No fueron silenciados por las Moles Inteligentes»                                             


                                 Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes                                                                                                    
                                                                   
Al bajar el Puente se asomaba el rostro de Tiburcio
Alegraba el día con la sonrisa que le brindaba a la palenquera 
Bartola saludaba a Gregoria que hacía filigranas de maíz
En su altar de mangle. 
Tiburcio era un hombre bueno, y lo mataron
Quedó con la sonrisa en su rostro y el eco del bolero «Perfidia» 
Los destellos del Yatagán del Sargento Aguirre
No han podido alumbrar la Justicia para esclarecer
Las sombras de la enajenación
De la Isla con el plagio fallido. 
Han dado muerte a los sueños de Manuel Zapata Olivella,
El arrullo de Ángela Vásquez quedó en el cieno
Del Caño Juan Angola. 

                                                                                 









           
Ahora los poemas de Raúl Gómez Jattin se tejen
En los mangles talados por el caracolejo de Martín
El negro Feliciano extiende su brazo de Vulcano
Para redondear el metal de agua fresca, 
La voz de Margot se endulza para pregonar
El peto de granos blancos que llega a la zapatería 
Se oye el pregón de las natillas que rompe el silencio
De las monedas buscando el brillo de las medusas,
Nadie interrumpe el sonido acompasado
Del cornetín del viejo arjonero, 
Sólo se permite el acompañamiento del tambor
De Juan Pacheco en el recuerdo de un porro «paliteao». 
Se oye la voz de Ceferina en los consejos a su hijo Pambelé
Pabla lanza su mirada en reconocimiento de las cabras
Masticando la superficie de las cañabravas del corral. 
Caraballo hace sombra con las figuras reflejadas
En el charco de la calle de María Galé y el Ñeque. 
Las voces del Ño, el Pastrana y el Zuqui, se nublan en
Las nubes que se van formando por los gases de la marihuana. 
La salsa guarachosa que sale de la boca del Puente,
Permite que Lola Pea y Estrellita suelten un pase
Alegrando la tristeza de María, «La Bollera». 
El brillo de la Loma se opaca por el carbón de Juana Maza
Permitiendo los saltos de velillo de «Dinamita Pum»
En entrenamiento para su próxima pelea
En el Circo de la Serrezuela.
 

                                              











El canto baritonado de Emeterio aplaca el hambre de los de la orilla,
Y Carmen Pérez brinda una oración por los que asisten
Descalzos a sus lecciones de amor 
Higinio acaricia el hielo con el aguaje del vendedor de raspado
Que conoce la sed del albañil. 
La tumbadora del Múcura descansa
de los sones dados en el Caribe. 
Allá al final del rincón se tuesta el maní de María Carreazo
Vendido por Lucho Pérez y Tomás Moreno,
En el Variedades y el teatro Caribe 
El canto de los Marrugo y Vásquez «Chambacú con Carreteras»
Se volvió una realidad para la Diáspora de quienes
Sembraron con voces de cáscaras sus huellas de libertad.
Juan Gutiérrez Magallanes

domingo, 26 de abril de 2020

¡Ay, El Amor de Deily Esther!

Un Pañuelo En El Parque 

Por Nemesio E Castillo  Serrano *

Encontré un pañuelo en el parque, en la misma banca en donde suelo sentarme siempre; blanco, con algunos trazos de cosmético en sus flancos y con un agradable olor a perfume de mujer.  
Sentí que aún conservaba la tibieza de las manos que lo poseyeron. Me erguí mirando alrededor buscando a su dueña. Casi al final del sendero, vi la silueta de una mujer que se alejaba camino a la salida. Apresuré unos pasos y la llamé: «señora, señora, señora». Quizás no me escuchó; pero me dio la impresión que apresuraba sus pasos ante mi llamado.  
Tal vez era una mujer joven y el apelativo de señora aún no aplicaba en ella. Debí decirle: joven, dama, o señorita. Pero bueno, eso fue lo que le dije en el momento.  
Tal vez se le hizo tarde, ante algún compromiso, y por eso iría de prisa…  
**  
Este parque ha sido uno de mis lugares favoritos, aquí he venido por mucho tiempo. Me es acogedor en la medida en que me conecta con la naturaleza. Sus contrastes entre árboles, jardines, pájaros, soledad y silencio, le dan un aire de tranquilidad y sosiego. 

Después de una semana, cumpliendo con compromisos y responsabilidades, vuelvo al parque. Hoy también es viernes por la tarde, como la semana pasada. Aquí en mi mochila tengo el pañuelo que me encontré; ¡de repente hoy pueda encontrarme con su dueña!… 

«Algo que me ha intrigado del pañuelo, es el olor de su perfume, un olor que para mí no es desconocido», me evoca un pasado… Me gustaría verificar su nombre. 

De la banca del sendero de enfrente, veo pararse a una mujer, con las mismas características a la que vi el viernes pasado. Intento acercármele, pero se aleja con pasos ligeros.  
Quiero tener más evidencias del perfume; he estado haciéndome algunas conjeturas sobre un pasado que aún limita con el presente.  
** 
—Buenos días, señorita.  
—Buenos días, a la orden, ¿en qué puedo servirle?  
—Estoy buscando un perfume, del cual no recuerdo su nombre; pero tengo su fragancia en un pañuelo, le agradecería grandemente si pudiera ayudarme.  
—Permítame el pañuelo.  
Le entregué el pañuelo, previamente se puso unos guantes antes de tomarlo, lo acercó con mucho tacto a la nariz. Luego entró a un recinto contiguo. Me quedé mirando las vitrinas llenas de perfumes. Después de algunos minutos apareció. 

—Bueno caballero, los perfumes se clasifican según su fragancia predominante. La mayoría de los perfumes femeninos, al cual pertenece éste, corresponde a la familia de los florales; predomina en él, el sándalo y la magnolia. Son elaborados con altas concentraciones de esencias; motivo por el cual conservan su aroma por más tiempo. La fragancia del pañuelo es la del perfume original. Su nombre es…  
—¡Oh, gracias señorita! Es usted muy competente y conocedora del arte de las fragancias. Me ha confirmado lo que ya creía, «sí, ese es su nombre». Hace algún tiempo esta fragancia, era un tanto cotidiana a mi olfato, me cautivaba, hoy vuelvo a reencontrarme con ella. Por favor, véndame uno… 

—Está usted adquiriendo un buen perfume, ¡podría ser un regalo especial! 

—Ojalá y este perfume llegara a las manos de quien me lo ha hecho comprar. Muchas gracias, señorita. 

«Qué ironía de la vida»; una vez, cuando ella cumplió años, quise regalarle uno de estos, y cuando llegué a la perfumería quedé anonadado ante su precio, y tuve que conformarme con un ramo de gladiolos y una caja de chocolatinas. Hoy lo he comprado sin saber cuál será su destino. 

Bueno ya pude verificar, que es el mismo perfume que usaba Deily Esther; esto es como un hilo conductor que me lleva a evocar sus recuerdos. Linda joven, de finos modales, delicada, sensible e inteligente con inclinaciones hacia el arte y la cultura. Su voz era como una melodía recurrente, ¡mi nombre sonaba en sus labios como el arpegio armónico y ensoñador, caricia para mis oídos!
**
Una vez más en el parque. Este parque está muy bien cuidado, Alfonso le mete empeño para mantenerlo acogedor. Él podría tener unos cuarenta y cinco años, de tez trigueña, cabellos ondulados y con la estatura promedio del hombre latino. En su comportamiento, y por lo que hemos interactuado, denota buen genio, amabilidad y cultura. 

—Hola Alfonso. ¿Cómo han estado las cosas por aquí?  
—Bueno mi amigo, por acá, nada extraordinario, pocos visitantes, pocas brisas, y un calor moderado. Esperando que llueva, para poder podar algunas plantas y trasplantar otras que han crecido en las macetas. Claro, que me ha quedado tiempo para leer el libro que me prestaste. ¡Buen tema para reflexionar, por su contenido filosófico y humanístico! Con algunos postulados que a mi parecer son cuestionables.  
—Tengo la misma opinión, pero sigue leyéndolo con ese sentido crítico, y luego lo comentamos.  
—Claro me parece bueno que lo hagamos, amigo Henry.  
—Bien, nos seguimos viendo. 
                                                **   
Anoche soñé con ella, la vi que entraba en mi habitación. Percibí el aroma de su perfume. Quise hablarle, pero de repente un fuerte portazo en la ventana, tirada quizás por el viento, me hizo sobresaltar. Realmente no sé, si estaba despierto o dormido en ese momento…  
No pude dormir en el resto de la noche, me levanté; salí al patio y allí sentado en una mecedora escuchaba el ladrido lejano de un perro; las estrellas tachonaban el infinito profundo y misterioso. Uno y otro gato saltaban por paredes y techos; una leve brisa mecía las ramas de los mangos.  
Allí sentado, sus recuerdos me llegaban como enjambre; no dejaba de relacionarla con la mujer del pañuelo en el parque; la misma que fugazmente me ha parecido haberla visto por esos camellones sin reparar en nadie. En algún momento anhelé vehementemente que amaneciera. Nacía en mí la ilusión de que ella había regresado, y quería indagar un poco sobre mis presentimientos.  
** 
Una vez más sentado en la banca del parque, tratando de hilvanar las ideas. Todas giraban en un pasado entre los límites del presente. 

—Hola Henry, quise adelantarme con el café, y ser yo el que brinde hoy.  
—Buen detalle, amigazo. Cae muy bien a esta hora de la tarde. «Precisamente estaba pendiente de hablar contigo». ¿Cómo estás de tiempo?  
—Digamos, que no tengo prisa.  
—De casualidad has visto por aquí a una mujer: de unos treinta y cinco años, delgada sin ser flaca, de estatura promedio, tez clara, cabellos castaños claros, ojos color miel. Nariz fileña. Labios delgados…  
—Bueno no es tan fácil responder, porque aquí llegan muchas mujeres con esos rasgos. Pero por la descripción pensaría en una mujer con perfiles de reina. No obstante, creo que he visto en el parque una que otra vez a una mujer con esas características. Trato de ser prudente, respetando la privacidad de los demás, sin embargo, en ocasiones discretamente a uno le roban las miradas mujeres con esos atributos.  
—Claro que, sí, hay alguna que he visto, que puedo relacionarla con esas características que me has dicho, y ha sido precisamente en esta banca, y en la del frente al final del sendero, que me ha parecido verla—continuó el hombre.  
—¿Qué tanto puedes estar seguro de eso?... 
—De 1 a 10, digamos que 6.5 aproximadamente. ¿Pero dime: a qué mujer te refieres?...  
—Tu respuesta me lleva un poco más cerca de lo que he estado imaginándome. Se trata de Deily Esther, una joven que conocí cuando estudiaba el bachillerato; con la cual tuve el idilio más hermoso e intenso que jamás haya podido olvidar. Estudiábamos en colegios diferentes, pero pertenecientes a una misma sociedad. Con la diferencia que en uno estudiaban los alumnos de estratos más altos, y en el otro los de estratos más bajos, «como éste servidor». Ella estudiaba en el otro. Los patios eran independientes, no tenían paredes que los separaran, pero si tenían sus límites bien marcados, nosotros ya sabíamos cuál era nuestro patio de recreo, y cuál era el de ellos. 
Los alumnos de una y otra institución éramos independientes, y muy poco interactuábamos, salvo en algunos eventos culturales, artísticos o deportivos. Como verás, existían barreras sociales que nos separaban y límites establecidos. Sin embargo, en ocasiones tenía la oportunidad de verla y saludarla. 
Como en una Semana Cultural que la vi presentando el monólogo «Adiós amigo», en el que los fuertes lazos de unión entre un campesino y su perro, son rotos intempestivamente. Allí tuve la oportunidad de saludarla y felicitarla por su brillante puesta en escena.  
— Muy buena tu presentación, Deily. Me conmoví tanto que estuve a punto de llorar.  
— ¡Oh, gracias! Perdona... ¿Cómo es que te llamas?  
—Henry. Tú más humilde y sincero admirador…  
—Ustedes tampoco se quedaron atrás en su obra de teatro; impecable presentación, muy buena la temática y talentosos actores. Mis felicitaciones también para ustedes—señaló la joven ahora desbordada en entusiasmo. 

Este fue el primer encuentro que tuve con Deily. Pero fue en un taller de artes plásticas de su colegio, en el que tuve el segundo encuentro con la joven. El taller funcionaba los sábados en la mañana, y tendría una duración de tres meses. De tal manera que fue el momento propicio para interactuar en torno al arte y el de descubrir algunas cosas en las que estábamos de acuerdo. 

Un día me le acerqué para mirar la cabaña en miniatura, construida con materiales artesanales de bahareque, y elementos típicos de las construcciones campestres; uno de sus caminos laterales, conducía a una laguna con árboles florecidos a su alrededor.  
—Qué hermoso trabajo—dije a la muchacha— Es toda una expresión artística. ¿En qué te inspiraste?  
—En la finca que tenemos, a las afuera de la ciudad—añadió Deily. 
—Te felicito por las dos cosas.  
__ ¿Cuáles dos cosas?...  
—Por tu trabajo artístico, y por tu finca—agregué subrayando las palabras.  
«Cómo me gustaría ser el jardinero de esa finca, para de cuando en cuando ver aparecer la mariposa más hermosa del jardín», pensé. 

Cuando tenía la oportunidad como Cupido le lanzaba mis piropos. Hablábamos bastante durante los talleres, y aun compartíamos mucho luego de finalizadas las clases. Pasamos de saludos y besitos en las mejillas, a miradas especiales, agarradas de mano, y a un primer beso en la boca. 

Así comenzó nuestro idilio. Ya no la apartaba en ningún momento de la mente; eran veinticinco horas de las veinticuatro con que contaba para recordarla. Ella se notaba también interesada. Era una relación que estaba fragmentando las ya tan cuestionadas barreras sociales. No obstante, seguimos promoviendo nuestras ilusiones en lo más profundo de nuestro ser.  
Estaban en el mismo salón de clases, Roxana, una hermana que la seguía a todas partes y, Olga, una prima muy querida que era al mismo tiempo su confidente y amiga. La hermana se fue dando cuenta que nuestra relación pasaba de ser una simple amistad a algo que poco a poco se iba tornando serio. En algunas ocasiones aún delante de mí, hizo comentarios no muy buenos sobre mi origen. Con el tiempo los padres de Deily terminaron por enterarse de nuestra relación. Pasamos de la más agradable comedia, a unas escenas ambiguas y dramáticas, en las que éramos los protagonistas. 
Sus padres le prohibieron que me volviera a ver. A Roxana le exigieron que estuviera pendiente del mínimo detalle sobre cómo iba evolucionando la fallida relación. Esto lo habíamos intuido Deily y yo, pero no estábamos preparados para afrontarlo, no teníamos un plan B, es decir, «nos cogió el vendaval sin tener dónde guarecernos».  
Así transcurrían las cosas; con sólo el aliciente de Olga, quien se convirtió en nuestro medio de comunicación. Ella era descomplicada, alegre y carismática, con menos prejuicios sociales que su prima Roxana.  
—Tremenda historia, digna de compadecer. Vivir una situación así es difícil. Sobre todo en esas edades en las que se viven las pasiones con mucha intensidad. ¿Qué sucedió después?...—interrogó Alfonso ahora bastante interesado por el giro que tomaba la historia. 

—Los padres siguieron recordándole las prohibiciones; la amenazaron con mandarla a estudiar a Europa si continuaba viéndome. La astuta y malévola Roxana comenzó a sospechar de Olga. Lo que obligó a la prima a ser más precavida en tales asuntos, no quería tener problemas con Roxana ni con sus tíos. Esto desde luego, fragmentó las comunicaciones entre Deily y yo. 

Un día me llamaron a la coordinación del colegio. El director me manifestó que había recibido una queja de la otra institución, en la que se me acusaba de estar propasándome con una niña de aquella institución. 

Me dijo que eso era algo muy serio y, que podía traerme consecuencias graves. Confesé que solo era amigo de una alumna, por afinidades del arte y la cultura, pero que siempre la había tratado con respeto.  
El director me conocía bien, sabía de mi rendimiento académico y buena conducta. Me sugirió que me alejara de la chica porque podía traerme problemas mayores. Allí estaban metidas las manos de los padres de Deily. Era como una forma de intimidación y de mostrar sus influencias. Sí comenzaban a ejercer presión sobre mí, ¡cómo sería con Deily!... me preocupaba, no solo sentía pena y dolor por mí mismo, sino por ella también. Sentía que yo era el culpable de la absurda situación por la que estaba atravesando la joven, tanto que llegué a contemplar la posibilidad de alejarme. Quizás así podía contribuir a que se arreglaran las cosas con sus padres. 
Pasamos largos días incomunicados, con toda clase de restricciones y la estricta vigilancia de Roxana; todo debido a los arraigados prejuicios sociales muy en boga en la sociedad.  
Una mañana estando en el patio a la hora del descanso, me sorprendió Olga con una carta enviada por Deily:  
«¡Querido y siempre recordado, Henry! 
Mi mayor deseo es que estés bien, o por lo menos mejor que yo. Mis padres no han disminuido su presión, todo me lo tienen controlado. Han seguido pensando en mandarme a España, creo que esto es un hecho. Este es nuestro último año de bachillerato, el año académico está en sus finales, y para el año entrante no tendremos que volver a las instituciones. Cosa que me desconsuela. Te envío esta carta para que sepas que sigues estando en mi vida, eres mi mayor ilusión. No sé qué pueda suceder mañana, jamás te voy a olvidar. Te pido que no sufras, sigue siendo alegre, inquieto, inteligente, con aspiraciones y sueños. El tiempo te deparará éxitos, tienes la visión del triunfador y lo mereces. Por favor, no me contestes la carta, sólo quiero que la leas. No quiero saber de tu pena ni dolor, aumentaría mi sufrimiento. 
Prefiero pensar que estás bien, y recordarte como el joven amable que has sido siempre. Lo mejor es esperar un poco y evitar complicar las cosas; por ahora todo es incierto e impredecible. Deseo que estés bien, no te niegues la oportunidad de seguir viviendo y de hacer realidad tus sueños e ilusiones.  
Tuya, Deyli 

—Terrible experiencia, qué gran tristeza y dolor. En la carta se denota una profunda melancolía, una abrumadora impotencia ante la adversidad recalcitrante. ¡Lamento tu paso y el de esa jovencita por tan difícil situación! Siento pena por lo que les pasó. —añadió Alfonso al borde de las lágrimas. 

—Allí mismo en el patio, me había apartado un poco de mis compañeros y había comenzado a leer la carta a la sombra del almendro, la ansiedad me consumía. Mientras leía, sentía que dardos incandescentes se me iban clavando en el pecho y en el alma. Cundo dejé la lectura no pude contener las lágrimas. Mis compañeros lo notaron; estuvieron en todo momento brindándome apoyo y consuelo. Uno me brindó algo de tomar que me ayudó a aliviar la apretazón en el pecho. Aun cuando no había forma de sanar la herida, si se mitigó el dolor; «¡nobles amigos que ayer tuve la dicha de tener!»... ellos perdurarán en los anales de la historia; son un pasado de amistad y compañerismo que aún ennoblecen el presente.  
Después de recibir la carta de Deyli, no quise agravar la situación, preferí mantenerme al margen de las cosas, y no contestar sus misivas. Tenía razón en lo que pedía, yo estaba dispuesto a sacrificarme si con eso aliviaba su dolor. 

—¿Qué sucedió luego de darle un tiempo a las cosas?—volvió Alfonso a inquirir bastante interesado en el desenlace de la historia. 

—Continuamos sin poder comunicarnos; la veía algunas veces, ambos levantábamos las manos para saludarnos, era un saludo triste y lastimero, dado desde dos mundos distantes. Difíciles de conciliar. Ambos interpretábamos el mensaje. «Aun cuando estamos distantes, nuestros sentimientos nos mantienen unidos».  
Terminó el año lectivo y todas las comunicaciones se fragmentaron entre la mayor tristeza.  
Lo último que supe fue que la habían mandado a estudiar artes plásticas a España  
** 
Ya han pasado más de diez años; sus padres marcharon a la capital, largas temporadas pasaron en Europa.  
Ahora, después de tanto tiempo, han ocurrido algunas eventualidades que me han reconectado con ella: el pañuelo en este parque, en donde algunas veces estuvimos, su perfume, la silueta de mujer que he visto, y que relaciono con ella, los sueños, y las bandadas de recuerdos en la memoria.  
He estado pensando que ella ha vuelto, que quizás me ha estado observando en la distancia, sin querer aún comunicarse, tal vez no tenga el valor para hacerlo. Todos éstos son como conexiones abstractas que me conducen a Deyli. 

—Bueno, pero, ¿no tienes un medio para saber de ella? Tienes que hacer algo para salir de dudas.  
—Sólo hay un hilo conductor: su prima Olga. Sé, en qué ciudad vive, es ejecutiva de un banco. Planeo ir a buscarla y pedirle el favor que me dé noticias de Deyli; a estas alturas no sé qué pudo haber pasado con la muchacha.  
**
—¡Hola Olga! Discúlpame si llego a incomodarte.  
—Hombe, Henry ni más faltaba; tanto tiempo sin verte. Pasa… 
Seguimos a una oficina, me siento frente a ella separados por el escritorio. Toca un timbre, aparece una señora, y pide dos cafés.  
— Bueno, dime, ¿en qué te puedo servir?  
—Llegar hasta acá no ha sido fácil, me embarga la pena. Una vez más pido disculpa si en algo llego a incomodarte, «amiga por el ayer que marcamos». Aprovecho la ocasión para manifestarte mi aprecio y satisfacción por volver a verte».  
—Ni más faltaba, aún sigues siendo mi amigo a pesar de los años. Me complace verte. Puedes hablarme con confianza, sigo siendo descomplicada. 

Le narré cómo he estado inquieto por saber algo de Deily, las intuiciones que había tenido en torno a la mujer, y que por esa razón me atreví a llegar hasta donde mi amiga Olga.  
La notaba inquieta y como salida un tanto de contexto. Se tomó dos cafés, como si estuviera angustiada. Hice un pare y en silencio la observé por instantes… 
—¿Qué te sucede Olga?, ¿No te sientes bien?... Si tienes algo urgente, podemos concluir aquí. O hablaremos en otra ocasión…  
—No es nada ajeno a lo que me cuentas; sino que lo que me dices es extraordinario.  
Nemesio E Castillo Serrano
— ¿Por qué lo crees tan extraordinario?...—pregunté. 

— ¡No sé cómo decirte esto! Siento una pena tan grande que casi no puedo controlarme. Difícil situación, el tener que darte tan triste noticia, después que me has dicho esas cosas, detrás de las cuales se encierra un gran misterio… No hubiera querido que este momento me cogiera desprevenida, pero nunca estamos lo suficientemente preparados para todas las cosas; evidentemente esta es una de ellas. Pero no tengo otro camino que decirte la triste verdad… 
¡Henry, Deily murió hace tres meses!… 

Imagen de Rondell Melling en Pixabay Imagen de Free-Photos en Pixabay Imagen de Free-Photos en Pixabay Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay Imagen de Pexels en Pixabay  (De arriba abajo en su orden)
*Tomado del libro: Entre versos y Prosas 

martes, 21 de abril de 2020

Por el Covid-19 En El día Del Idioma


Galenos Emuladores del Quijote
Hablan en Un Solo Idioma

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

En abril los idiomas se congregaron con palabras y canciones para rendir homenaje a Cervantes y a Shakespeare. Se hizo énfasis, con mayor desesperación en las aventuras del Quijote de la Mancha y, se pensó y buscó una armadura como la que llevaba en sus campañas quijotescas encaminadas a combatir entuertos y proteger a los humildes. 

Se conversó con todos en un solo idioma y, se llegó a un acuerdo mutuo: «combatiremos a ese enemigo superior a los gigantes ya vencidos. Retaremos a esa partícula que invade de temor a la tierra, mostrando una ferocidad superior en apariencia a la valentía del gran Quijote. No solo un hombre, habrán muchos luchadores armados con todos los conocimientos médicos para hacerle frente a ese enemigo microscópico en tamaño, pero macro en poder patógeno». 

Además de sus vestiduras portarán afiladas lanzas con puntas de acero untadas por la sustancia antiviral que se ha preparado con las yerbas que portaba Sancho en su costal plegado a su jumento. Cada planta era reseñada con palabras nuevas que habían sido extraídas del latín, el griego y el árabe. Se usaría un método antiguo de los pueblos nómadas, que emitían voces estridentes a los dioses para exterminar los males que agobiaban a la población.
Estos emuladores del Quijote, portarán en sus mentes miles de frases fundamentales para apartar cualquier temor ante el enemigo viral, son oraciones que se han extraído de los libros que fueron quemados en la plaza del pueblo, de la residencia del Caballero, todas las oraciones y frases son estimulantes a la valentía y al poder, en las cuales se encuentra lo que se considera un misterio creado por los científicos de la antigüedad y, se ha comprobado su gran poder de sanación como lo confirman los textos de esa antigüedad médica, como, Asclepio, quien con sus conocimientos venció a Tánatos, dios de la muerte. Los campos de los difuntos quedaron solos por un largo tiempo, nadie moría, hasta cuando por solicitud de Cronos y Rea, padres del dios del Inframundo, Hades, se volvió a permitir la acción de Tánatos, pero con algunas limitaciones por determinado tiempo. 
Ahora estos imitadores del Quijote, poseídos de la sabiduría de Asclepio, se sentirán con fuerza y valentía para hacerle frente a las micro partículas que atemorizan al mundo. Esos «Caballeros Científicos», a pesar de estar bien protegidos por sus armaduras, serán cautos, precavidos y pacientes.  
Se detendrán en su andar y mirarán a la naturaleza para recrearse en el verde de la campiña y, prestar mucha atención a las escritas divagaciones de Sancho, con respecto a la población restante, después de una de las últimas pestes antes del nacimiento de Cristo: «Los hombres volvieron a mirar las estrellas como parte de la naturaleza, lograron entender el lenguaje de los animales, se preocuparon por el estudio de las plantas y las miraron como parte importante para la subsistencia de la humanidad, volvieron al mar para explicarse el origen de la vida». Al terminar la lectura, quedaron asombrados de los conocimientos de aquel escudero.
Después de haberse dado a conocer por el mundo las hazañas del Quijote de la Mancha, los seguidores de Asclepio, Galeno e Hipócrates; se consideraron llamados a reunirse en el mes de abril, en el que debían participar los representantes de todos los países, sin importar las diferencias de idiomas, porque ellos harían la unidad de las lenguas para lograr entenderse. Así como las aventuras del Caballero de la Triste Figura, describirían la capacidad de combatir los males que agobiarían a ser alguno. Ellos, los protectores de la salud, emuladores del Caminante de la Mancha se enfrentarían a las micro partículas que atacan el cosmos. En ese mes, las distintas lenguas fueron engalanadas y utilizadas con extremada facilidad para entender el mundo en bien de la humanidad.
Acepciones con significación semántica empleadas en la medicina, de ellas se hacía iteración con altísima resonancia para reforzar la acción eliminatoria de la patología de las micro partículas. Los científicos en acciones quijotescas combatían y vencían a las micro partículas agigantadas en el nombre de Dios y del Quijote. 

La Tierra, con voces en un solo idioma, manifestaría con gran satisfacción la erradicación definitiva del mortal virus que tanta tristeza causó a la humanidad.  
Imagen de ddzphoto en Pixabay Imagen de Carabo Spain en Pixabay
Imagen de enriquelopezgarre en Pixabay (De Arriba abajo respectivamente) 
Juan V Gutiérrez Magallanes
 













domingo, 19 de abril de 2020

La Novela de La Humanidad

Todas Las Flores Son Pocas Para Sandra

Gilberto García Mercado

Capitulo Uno
…Y de nuevo veía a la niña. Se movía de aquí para allá, en la pequeña terraza de la casa de enfrente. Años después, cuando le preguntaran por qué la mató, él respondería lo mismo: «Porque la amaba más que nadie en el mundo». Suceso muy singular si se advierte que el barco del amor se quedó encallado en un puerto escondido. «Y el amor no existe...», frase o estribillo, regla que se aprende en los colegios, se predica en las universidades. Y los periódicos la han hecho su bandera induciéndosela a sus lectores. Sin embargo, toda regla tiene su excepción. (Y aunque el mundo es cada día más pequeño, detrás de la belleza, de la máscara que lo deforma, hay hombres batallando por no desaparecer, quienes se deslumbran por una puesta de sol, o lluvia en verano, y que, inclusive, se jugarían hasta la propia vida por alcanzar a la mujer de sus sueños. Son los bellos-feos. Los Rodrigo Barnés, la excepción a la regla). Y aunque el hombre repita en la memoria, escenas de una historia, tal vez casual—trivial y absurda—bueno sería que el lector la conozca. ¿Por qué la Humanidad incierta y alarmada ha llegado a semejante declaración? «Y el amor no existe…»  
**  
El joven la observaba con detenimiento. Se había convertido en la muchacha más bella de Las Acacias. El cabello sobre los hombros, y sus pechos saltando—tenues—cuando algo alteraba su respiración, era la obra maestra de Dios. Sólo que ella parecía ignorarlo. En su fisonomía se advertía un aire desprevenido, sin expectativas. Los muchachos que en la calle jugaban fútbol permanecían indiferentes hacia aquella beldad descolgada de un país remoto y lejano. Continuaban tras de la pelota, distanciados, como si no necesitaran de una mujer en quien apoyarse para poder continuar la historia… «Qué bella amaneciste, Sandra. Qué ojos negros y profundos. Nena, por Dios, escúchanos, conmuévete para que tu silencio no destruya la vida», le gritaba entonces Rodrigo Barnés. (Porque había que decirle lo que nunca nadie le dijo. Había que iniciarla en el tránsito del amor como uno se inicia en el camino de la vida. Había que decirle eso…)   
**
La mujer contempló sus senos grandes pero marchitos, y comprobó que su vida se le había ido a través de sus hijos que cada amanecer la interrogaban al marcharse para el trabajo. No era fácil, lo sabía. Sacar cinco hijos adelante con un padre irresponsable, y que dormía donde lo cogiera la noche de sus tantas mujeres, era tarea ardua. Sin embargo, María La Fuerte, no decaía. Sola, aunque el padre de los muchachos la estuviera lastimando cuando la poseía, con rabia de macho atormentado—como ahora—sabía que se encontraba sola. Al amanecer, Alejandro Escalante se marcharía antes que los vecinos le vieran. «Siempre he sido el segundo en tu vida», agregaba con ironía.

Era alto, cabello apretado, se rasuraba todos los días pero conservaba el bigote—su orgullo—que en cierta forma lo relacionaba con lo bueno que era Escalante a la hora de llevar una mujer a la cama. De nuevo descansó la boca apestosa a licor sobre sus pezones grandes pero marchitos. No reclamaba nada, en cierta forma era la maldición. Ella no fue la primera en su vida. Fue el traspié de aquella pareja bendecida por el sacerdote que juró amarse hasta la muerte. María La Fuerte se atravesó en el bendecido camino, y cuando el cura exhortó a la pareja para que se besaran, María La Fuerte sintió en la otra que Alejandro Escalante la besaba a ella. La cosa marchó hasta cuando comprendió que ni siquiera cinco hijos significaban nada para el hombre. Por fin la dejaba quieta pero precedida de un placer bestial cuando llegaban al orgasmo, y el hombre atenazando en el último suspiro sus pechos fláccidos pero grandes. «Qué animal», pensaba siempre, «Cualquier día me va a desprender las tetas». Todo temblaba para la mujer, la casa amenazaba con desplomarse, el silencio se agrietaba, y las cortinas se agitaban sin una causa aparente. Sólo la volvía a la vida la frase singular de Sandra: «Ya, déjalo mamá, no es tuyo». Y, en seguida, aparecía en escena, la bendita soledad…  
—Qué padre privilegiado eres—rezongaba Sandra cuando le veía marchar—Dormir donde te sorprenda la noche de tus tantas mujeres…  
«Sandra es dulce y amarga», pensaba entre tanto, enérgica, María La Fuerte, «Una especie de protección contra esta soledad y aislamiento…».  
         
          Gilberto García Mercado. Autor
Pero veía a Alejandro Escalante, bello y felino, con una extremada delgadez, treinta y tres años, y un brillo singular en sus ojos cafés. Que muchos años después cuando escuchara: «Todo pasa, y no nos damos cuenta, qué es la vida, y si en verdad la vivimos», las reverberaciones urdidas por la nostalgia, la castigarían. Se volvía poco a poco, como si el espíritu le pesara, como un gozne sin aceite, y posando sus ojos en Sandra, manifestaba: «Qué muchacha atractiva, qué senos broncíneos. Pero ojalá que no se le ocurra mirar hacia atrás». Y luego, como viajera en el tiempo, auguraba: «Un día se casará, tendrá hijos como yo, o estudiará una carrera. Pero lo fundamental es que no se descuide, que no vaya a mirar hacia atrás, porque entonces la maldición caerá sobre ella, será el estribillo de la canción: 


«/…Y todo pasa, tra la la/
/nada será para siempre, tra la la/,
/todo será momentáneo, tra la la/
/...si miras hacia atrás, tra la la/».
  

sábado, 18 de abril de 2020

La Pequeñez Del Mundo Ante La Pandemia

«Solo Basta El Viaje de las Palabras Para Congregar a Los Oyentes»

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

El mundo se hizo pequeño, y hemos logrado mirarlo y tocarlo con la seguridad de tener cerca al planeta Tierra, las voces se acercan a nuestros oídos y, miramos a los que participan en una canción entonada por la otra mitad del mundo. 

Volvemos al miedo por el rumor que se esparce por todos los continentes, rumores que llevan voces disolventes de partículas como las que prevalecieron en Sodoma y Gomorra, solo son detenidas por la valentía de los Científicos del Bien, solo ellos pueden con el favor de Dios contener la proyección de las micropartículas. 

Ellos ganarán esta confrontación superior a todas las guerras que ha tenido la humanidad, porque esta batalla no está ubicada en una parte determinada, recorre el mundo fracturando las barreras de toda la naturaleza. Solo puede ser contenida por los que apliquen la ciencia en su exterminio.
Nunca en la historia hubo mayor participación de voces rogatorias para detener la trayectoria de las micropartículas que portan un mensaje violento y tanático. 

Llegará la calma para que el hombre se reconozca como partícula que también puede afectar el equilibrio de la Naturaleza. Esa actitud del hombre lo separa de lo que es indisoluble en su condición de cuerpo constituido por los mismos elementos que integran a los demás seres vivos. 
El pensamiento del hombre alejado del equilibrio de la naturaleza, necesario para el desarrollo de los demás seres, se muestra en una carrera igualitaria con el recorrido que hace en estos momentos la micropartícula del terror, pero todo se detendrá por la fortaleza y entrega con que laboran los Científicos del Bien y, tendremos un mañana con la brillantez del sol y la alegría de la Flora y la Fauna, el hombre quedará asombrado al contemplar el esplendor de la tierra por la ausencia de la tala de los bosques y el abuso de las redes sobre los alevinos de los cuerpos de agua. 
Se terminará con la ejemplar lección de la Naturaleza para el hombre, porque de las entrañas de la flora se brindará el fármaco exterminador de la partícula fantasma que recorre el mundo. 

Hemos aprendido, que el mundo es pequeño ante la patogenia de un ultra microcosmos que asombra a la humanidad, ésta se vuelca en romerías ecuménicas dialogantes en un solo idioma de oraciones que se cantan con partituras originadas en el corazón.
Hoy el mundo es más pequeño, las distancias se anularon a través de la palabra, solo la palabra como en los tiempos de los grandes pensadores, bastaba la palabra para congregar a los oyentes. Hoy una micropartícula ordena, ejecuta y colma de temor a la Humanidad: 

«Dio la orden con fortaleza para ordenar la retención domiciliaria, todos los humanos fueron sometidos a esa condena, que en Colombia imponen a los corruptos de la clase de condición elitista. Todos quedaron estáticos ante el temor de la muerte por contagio, y así predominó la palabra a través de los celulares. Solo los animales se adueñaron de la libertad y hablaron con la tierra, porque también ésta estaba sometida a la represión humana por el trabajo constante en la búsqueda de la savia de sus venas. Y la Tierra lanzó un grito que conmovió sus repliegues más internos, después se volvió a la calma y los peces surgieron a la superficie para buscar las costas y brindarse a los humildes».  
Juan Vicente Gutiérrez M
El mundo se pudo envolver en una servilleta por la fragilidad de su consistencia, un microcosmos lo podía diluir, la vivencia se tornaba inverosímil y volvían los intelectuales a rescatar viejas lecturas para recordar cómo se había logrado salir ileso de aquellas pestes y hecatombes que se habían dado en el mundo, los evocadores de espíritus hacían llamados de ultratumbas para escuchar las voces de LOT y el doctor RIEUX.  
       Imagen de Christopher Ross en Pixabay Imagen de Pexels en Pixabay   
       

               

                  







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