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lunes, 20 de marzo de 2023

#Historiasdehombres

BENAVIDES ATRAPADO EN LA MONTAÑA

 

Por Gilberto García Mercado

 

Desde lo alto se podía ver, allá abajo, al pueblo como un prisionero, sumiso y feliz, en medio de las feraces montañas. Esa era la primera impresión que se tenía, apenas que el autobús asomaba por la pendiente, en el último trecho que quedaba para llegar a Las Mercedes. Por aquella región anduvo mi juventud, con sus correspondientes aciertos y desaciertos explorando los vastos y ambiguos territorios. Por tratarse de zonas abruptas e inexpugnables, los espíritus pobres y mediocres sentían cierta predisposición al momento de internarse, ya fuera por holgazanería o por cumplir un trabajo específico en medio de aquellas inmensas soledades. Hubo un periodo notable y fecundo, cómplice de la gente de Las Mercedes que marcaron a los jóvenes de nuestra generación. Entonces, el miedo no habitaba en nuestros caminos, porque siempre que la profesora Luisa nos llevaba de excursión, por aquellas regiones conocidas y extrañas al mismo tiempo, cuando ya nos sentíamos perdidos y extraviados, entre el marasmo de la vegetación y un cielo infinito, como de la nada, surgía Bonifacio Benavides, el agente contratado por la municipalidad, cuya función era vigilar el lugar para preservarlos de depredadores y pirómanos, de gente que se internaba por el lugar tras delinquir o tan solo para experimentar algo nuevo. Una increíble forma de iniciar un ritual en torno a liar una vareta o porro de marihuana. 

Fueron muchos los años en los que Bonifacio Benavides mantuvo a raya a los jóvenes más díscolos y beligerantes. Nadie osaba arrojar una botella de plástico o vidrio que no fuera en los enormes recipientes que la municipalidad había instalado en los lugares más estratégicos de aquellas indómitas montañas.  

No era extraño que, en algún sendero, clavado en el tronco de un árbol, un viajero descubriera un aviso en el que rezaba: «Ándese con cuidado. Zona preservada y vigilada por Bonifacio Benavides, el guarda que todo lo ve». Con los días, el mito contribuyó a erigir al vigilante en alguien sobrenatural, sobre su vida comenzaron a hilvanarse una serie de historias que lo ubicaban en este y aquel lugar al mismo tiempo. 

—Es imposible que haya estado en el asesinato de Míster Smith, en las montañas y Las Mercedes, al mismo tiempo —rugió el alcalde. 

Desde entonces y, como si nunca, estos parajes hubieran tenido una existencia notable y feliz, como cuando no era extraño descubrir a la vera del camino, al hombre ceñudo y meditabundo, sobre las espaldas terciado un viejo y desgastado rifle Winchester, las aventuras y correrías de Bonifacio Benavides, comenzaron a agrietarse, a diluirse en el tiempo hasta sencillamente desplomarse y desaparecer. Hasta el punto que su existencia se puso en tela de juicio, dándole a los recuerdos el beneficio de la duda, ante lo cual la hermosa profesora Luisa, hoy una anciana ribeteada y castigada por la vejez, al preguntársele por el guardián de aquellas tierras en otrora mágicas y sublimes, solo alcanza a balbucear: «Han pasado tantos años, que la memoria me falla, trato de recordar, pero no puedo…». 

Aún no dejo de recordar las facciones adustas de Bonifacio Benavides. Algunas veces creí ver alrededor de su cara una aureola pulcra e inmaculada de santo recién canonizado por El Vaticano. Las pocas veces que me tropecé con él, no articuló palabras, avanzaba embebido en sus pensamientos, como si fuera una parte que le faltaba a las montañas para que todo marchara y encajara preciso y tan bien. Como una sincronía en donde él era una pieza importante para que las montañas inmensas se mantuvieran de pie, firmes contra los ataques del irresoluto hombre.

No entiendo la postura asumida por la profesora Luisa para con nuestro guardián de juventud. Quizás no recuerda la escena en la vía férrea, cuando su calzado se atoró entre los rieles de la estación del tren, y el terror más absoluto en su rostro al contemplar a la locomotora, ya casi encima de su humanidad, tratando de sacar el zapato aún atorado, la muerte a pocos instantes y salvada en el último minuto por las manos ágiles de Bonifacio Benavides.

Ahora, el tipo es un misterio, he vuelto a Las Mercedes deseando escribir una novela sobre él, y derribar, el mito, la leyenda. Creo que en el fondo sigue habitando en los riscos, en los precipicios y collados. La gente dice que cuando el progreso y la modernidad se trasladaron sobre estas tierras, cuando se abrieron carreteras, se talaron árboles y se desviaron los cursos de los ríos, se construyeron grandes puentes y represas, cuando los gringos trajeron sus máquinas para procesar la coca y el cannabis, y la industria de los estupefacientes, floreció, comenzaron a pasar los primeros muertos en los ríos de la serranía. Eso aún no extraña a la huraña y en un tiempo dulce y bella profesora Luisa.     



   

 



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