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sábado, 21 de enero de 2023

Persiste Tendencia Colonialista

LA NOSTALGIA Y EL SUEÑO DE CIUDAD JAIBA

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

 

Aquella ciudad estaba ubicada en la esquina superior del Continente Abyayala, y había sido conquistada por «el buscador de oro», Don Pedro, quien había arribado a las costas de la ciudad en grandes Naos, que causaron gran espanto a los nativos de Ciudad Jaiba, sometidos y obligados a servir a Don Pedro, quien desde su llegada había iniciado permanente acoso sobre el oro que los nativos llevaban como adorno. El conquistador se servía de un traductor que había encontrado en las Antillas. Acompañado siempre de un sacerdote, que esgrimía en sus manos una biblia, a través del traductor explicaba a los aborígenes las bondades y prodigios del noble libro. Los aborígenes quedaban asombrados por la grandiosidad del poder manifiesto en los textos, que podían determinar el destino de los fenómenos brotados de la naturaleza.

Don Pedro inició la transformación de las habitaciones de los aborígenes. Trazó calles, de tal manera que todas confluían en una gran plaza, en cuyo centro se erigía una edificación majestuosa que él llamó «Nuestra Iglesia», a ella eran llevados los aborígenes para escuchar las pláticas del sacerdote, quien hacía énfasis y reiteración en la necesidad de aceptar al «Nuevo Dios», quien debía reemplazar a los de los aborígenes.

Don Pedro sometió a los indígenas obligándolos al trabajo en exceso. Esto, como no es de extrañar, produjo en ellos enfermedades graves como la tuberculosis. La suerte de los nativos mejoró un poco con la llegada de los «esclavizados» de África. Considerados como simples «especies», podían ser vendidos o canjeados por uno u otros objetos. La venta o subasta se realizaba en la plaza principal, donde eran expuestos desnudos al mejor postor. Con el tiempo, la plaza se hizo célebre por la venta de esclavos. Y por las negras africanas comerciando en todo tiempo diferentes variedades de Yerbas, siempre con la estricta vigilancia de sus amos. Por esta actividad, pronto el lugar pasó a llamarse «Plaza de la Hierba».

«Hoy, con mayor vergüenza, allí se erige la estatua de Don Pedro, con la mirada hacia el balcón donde se paraba el señor Badillo, venido de España a enjuiciar a Don Pedro por el robo a los dineros que este debía enviar a España»

La trata de esclavizados se incrementaría, llegarían grandes cargamentos de África, sin hacer alguna diferencia entre ellos, vendrían atados como animales, hasta el punto que muchos morirían en las travesías que se hacían en grandes embarcaciones.

En uno de aquellos cargamentos, llegaría alguien con alguna estirpe, pero sometido como todos los demás de sus paisanos. Era Benkos Biohó, quien comenzó a conversar con sus paisanos, clandestinamente, hasta llegar a organizar huidas hacia el interior montañoso, alejadas de Ciudad Jaiba. Cuando puso en juego su estrategia, partió hacia el campamento, estableciendo alrededor grandes empalizadas o «Palenques», cuyas estructuras resistirían los ataque fraguados por Don Pedro, desde Ciudad Jaiba. Cada día aumentaban las huidas de los “Cimarrones”, como se les empezó a llamar, desde entonces. El gobernador se acercó al Palenque enarbolando la bandera blanca de la Paz, para que, con los días, se le permitiera visitar la ciudad a Benkos Biohó.

Pasado determinado tiempo, se comprobó que la paz era tan solo una falsa estrategia de Don Pedro para asesinar al líder cimarrón.

Cierto día, cuando el negro entró a Ciudad Jaiba, lo apresaron y sacrificaron de inmediato. Desde aquel momento, la población entendió la traición contenida en las palabras del gobernador y sus secuaces. Las dobleces y malas acciones de los descendientes y paisanos del conquistador se tornaron insoportables. Un día se organizaron bajo la bandera de un líder llegado de una isla antillana, constituyeron ejército y se declararon República Independiente del Imperio Español. Muy a pesar de mostrarse como hombres libres, hasta el día de hoy no han podido eliminar la tendencia colonialista, tratando de querer gobernar con los ideales de «El Encomendero» o con la aplicación de gobiernos nepóticos, donde los hijos y nietos se hacen elegir gobernadores y presidentes.

Aún, Ciudad Jaiba, continúa pensando en un sistema de verdadera Democracia, sin discriminaciones de ninguna índole. Como debe ser.














 

 

 

 

 

 

 

 

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