EN LOS SENDEROS DE ANDRÓMEDA
Por Gilberto García Mercado
Andrómeda estuvo en la ciudad en una noche lluviosa. Su presencia fue un hecho fortuito y a más de uno dejó con la inquietud y el deseo de poder escarbar más en la vida de la dama. Ese viernes de septiembre, como ya era costumbre, habíamos ido al Bar de Celeste a dejar en seis o siete cervezas el desgaste intelectual que implicaba acudir de lunes a viernes a la escuela en los suburbios de la ciudad. Teníamos que cuidarnos de que la Directiva del plantel no supiera de nuestras andanzas en esos antros prohibidos para los menores, so pena de perder los privilegios y los auxilios económicos otorgados por el gobierno a nuestro grupo de resocialización. La noche avanzaba entre canciones de Rubén Blades, La Sonora Matancera y una que otra guaracha de Celia cruz, cuando, de repente, el Bar de Celeste pareció arder y temblar por la lluvia fortuita. Creímos que era la Guardia Nacional en cabeza del Señor Rector Ezequiel Padilla, que nos había sorprendido in fraganti, con una risa nerviosa de Celeste al fondo del bar, tratando de explicar a esa comitiva de asalto, con balbuceos y palabras ininteligibles nuestra desventurada presencia en ese antro de mala muerte, significando para la propietaria una multa casi que impagable por el agravio, y, acaso, el cierre definitivo del establecimiento.—Chicos, yo lo presentía—chilló la Celeste desde la poltrona en la que asumía la dirección del bar—Tarde o temprano alguien lo iba a descubrir.Entre el estallido de un relámpago y la lluvia fortuita que caía, terció un intervalo de tiempo que no pudimos evaluar. Quizás se trató de un día con su noche, o de un minuto eterno, no sé, o de la brevedad de la vida, acaso un instante en el que pudimos contemplar, en todo su esplendor, a la Andrómeda que se escurría por entre la puerta artesanal del recinto con techo de palma que ahora ardía sin arder, y, a la mujer de otra galaxia, paseándose sobre aureolas de fuego en la superficie del bar.Estoy seguro de que no habló, era un ser inmortal, envuelto en luz que decía a nuestras mentes, en un lenguaje incomprensible y extemporáneo, lo importante del amor terrenal. «La clave de la vida se encuentra en el amor», creímos escuchar. Desde los cuatro puntos cardinales, el mundo en el que se constituyó el Bar de Celeste, vimos rayos ultravioletas que, con su sola emisión, pulverizaban nuestros cuerpos, dirigidos sin contemplación alguna contra Andrómeda. No obstante, la mujer no se inmutaba, seguía con una calma inusitada, su arenga sobre el amor, devota, entre más se intensificaban los ataques de los rayos ultravioletas, más efectos tenían sus palabras defendiendo al amor. Increíblemente, nuestros cuerpos pulverizados se hacían resistentes con cada palabra suya. Volvían a recomponer sus átomos, volvíamos a ser humanos. Estuvimos allí mil años, porque Andrómeda se paseó por encima de nuestras cabezas, dándonos una lección en la que el egoísmo se hizo a un lado. Se apartó como si diéramos un tajo a un árbol caído en desgracia.—No permitan que la maldad los venza—argumentó enfadada.Fue entonces cuando el más atrevido del grupo, Néstor Vargas, articulando las palabras que hasta el momento se hallaban ausentes, desde la irrupción de Andrómeda en el bar, preguntó: «¿Y quién eres tú?». La respuesta se adhirió para siempre a nuestros recuerdos de aquella noche invernal. Fue una réplica que aún nos parece un sueño, una quimera que cabalga sobre nuestras vidas de viejos desposeídos y olvidados para siempre en un asilo de ancianos: «Yo soy la otra mitad de ti. La parte buena que suele reemplazar a la mala y que posibilita tu felicidad», susurró Andrómeda al tiempo que desaparecía del Bar de Celeste.Al día siguiente, el mundo seguía como si nada de lo referido con anterioridad hubiera sido real. Volvimos muchos viernes sobre el establecimiento, esta vez cuidándonos de que alguien pudiera descubrir nuestra guarida de chicos irreverentes que no eran totalmente sinceros en una frívola sociedad.Con los días, Celeste ha envejecido y amenaza con cerrar el bar. Dice que su vida es una miseria y que los ciudadanos que llegaban hasta el bar, «han ido dejando a los niños que eran en otro tiempo, en los senderos de Andrómeda».
Gilberto García M —Es imperioso, su cierre—agrega fuera de sí la propietaria—El bar no es el mismo de antes.Llueve casi siempre en septiembre. Ya nadie se acuerda de la irrupción de Andrómeda en aquel antro de mala muerte atendido por Celeste en aquel viernes invernal. Del grupo de muchachos que se escurrían al interior del establecimiento no queda nadie, algunos se fueron a otras ciudades, estudiaron, se graduaron y casaron formando finalmente una familia. En la zona en donde se hallaba el bar clandestino de menores, ahora se erige, entre avisos de neón y luces resplandecientes de colores por todas partes, el Centro Comercial Andrómeda.
* Pintura de Paul Gustave Dore, Andrómeda
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