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sábado, 9 de julio de 2022

#HistoriasdeAnimales

EL SUICIDA Y EL GATO

Por Gilberto García Mercado 


«Esta será mi última noche en la ciudad de los indolentes», se dijo Mauro Alcázar, mientras se reclinaba en una esquina de la sombría habitación. Afuera llovía y las calles apenas y dejaban ver uno que otro vehículo aventurándose en medio de un universo frágil y a punto de explotar. Los últimos días habían sido dolorosos y frustrantes, era como si todas las cosas malas de este mundo se hubieran confabulado en contra de él.

El domingo muy de madrugada, su hijo Camilo José había estrellado el auto que él le regalara por su cumpleaños y había perdido la batalla contra la muerte en una sala de cirugía equipada con los mejores aparatos de última generación.

Y como si eso no fuera poco, recibida la noticia por parte de los médicos del deceso de Camilo José, en ese instante la televisión en la sala de espera informaba de un incendio de terribles proporciones que estaba devorando la Casa de los Alcázar, su casa, y en ella, Soledad su esposa y los chicos, se volvieron cenizas en tan poco tiempo.

Todo el dolor de este mundo se le sembró a Mauro Alcázar sin misericordia ni contemplación alguna por lo que estaba sufriendo. De un momento a otro, en tan pocos días la vida le había cambiado de una forma terrible, de una familia modelo y cuyos miembros eran muy queridos, ya no quedaba nada, adiós a la sonrisa bonachona de Soledad, adiós a los ojos cafés y tiernos de Camilo José, adiós a la algarabía grata e inocente de los chicos. Adiós a la vieja caserona de los Alcázar, heredada de su madre. En ese momento, la vida de Mauro parecía sacada de una novela, «cualquier semejanza con la realidad será pura coincidencia». A veces creía que dormía, que en cualquier momento despertaría de la pesadilla. Entonces, con gran deleite y satisfacción, se reiría celebrando su congoja. ¡Todo había sido un maldito sueño!

Ahora, mientras se refugiaba en la habitación que el gobierno le había asignado por su condición de damnificado, repasó algunos episodios de su vida reciente. Lo había tenido todo y de la noche a la mañana, todo se había esfumado: Camilo José, el carro que le había regalado por su cumpleaños, Soledad y los chicos devorados por la conflagración. Algo faltaba para completar el absurdo panorama. Mientras buscaba algún objeto con qué quitarse la vida, lo defraudó lo bien organizado que habían sido las autoridades. No había en esa habitación prestada, cuerda, ni cuchillo alguno con que suicidarse de un tajo y así terminar con su dolor. La corriente eléctrica era inaccesible desde la habitación, los tomacorrientes estaban muy bien protegidos, no existía la posibilidad de llenar la bañera y luego arrojar un cable eléctrico en ella para electrocutarse.

En el rincón de aquella habitación, Mauro se dijo que moriría de dolor. Se suicidaría, porque haría que el dolor se volviera insoportable. «Qué me duela cada vez más», se dijo, «Me reuniré con Soledad y los chicos».

Fue así como repasó algunos episodios de su vida, colocó todo el corazón en ello, por cómo los recordaba, que, poco a poco el pecho se le fue oprimiendo, un dolor le apareció en el pecho, se le deslizaba por los brazos y amenazaba con cortarle la respiración. Estaba a punto de dejar este mundo, resignado a la muerte y al dolor, cuando de pronto vio emerger desde la oscuridad al gato negro de su niñez, maullando de una manera muy singular. Tommy ronroneaba y restregaba su cuerpo peludo contra el rostro de Mauro. Al principio no entendió el sortilegio, en ese instante solo le importaba el gato negro, el tierno animal que su padre sacrificara una noche de agosto cuando el felino desgarrara la rodilla de la abuela Amanda porque ella le acarició.

Gilberto García M
—No más gatos en casa—exclamó el viejo Augusto encolerizado, luego de matar al animal en el patio—Son un peligro en la familia estos felinos.

Desde entonces tendría que haber muerto el viejo para que un gato volviera a ser aceptado entre los Alcázar. Mauro entendió la revelación, Tommy saltaba entre los muebles y enseres de la pequeña habitación. Entendió que soñaba, que la pesadilla era eso, un sueño en el que toda su familia había perecido bajo extraños eventos disímiles y tristes. Tommy volvió a maullar. Cuando el hombre despertara, quizás se extrañaría de por qué había dejado la pistola sin seguro y tan cerca de donde la pudieran alcanzar los niños.

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