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lunes, 22 de marzo de 2021

Toda Una Vida Por La Cultura

RECORDANDO A DON ANTONIO BOTERO


Por Gilberto García M


Había escuchado hablar del maestro en las reuniones ordinarias que nuestro presidente de la Asociación de Escritores de la Costa, Joce G Daniels G, convocaba los sábados en la mañana con el propósito de organizar un encuentro general de los escritores que como ya era costumbre en una fecha determinada se reunían en Cartagena de Indias para hacer de la Literatura una fiesta.

Y mientras los miembros de la Junta Directiva entregaban sus informes con sus respectivas funciones y responsabilidades, cuando se tocaba el tema financiero, de calidad y de la logística de la Convocatoria que con el tiempo derivaría en el Parlamento Internacional de Escritores de Cartagena, siempre el nombre de don Antonio Botero Palacio se escuchaba en la sesión no solo por sus reconocidas dotes como poeta y escritor, sino porque en Magangué, según palabras de Daniels, con «el autor de obras como «Desde los Lagares del Alma», «Al final de la Inocencia», novela autobiográfica, «La Batalla de Magangué en la Guerra de los Mil Días»,El Himno de Magangué, la Asociación de Escritores de la Costa en el benemérito maestro tienen a un defensor a brazo partido de los escritores».

De ahí, que sobre la figura de don Antonio Botero Palacio llegara a circular una frase que con el tiempo engrandeció las calidades de Gran Señor que tenía el Maestro:

«En Magangué ya hay algo seguro: las atenciones de don Antonio».

Pero nada que podía conocer al narrador antioqueño.

Supuse que por querer tanto a Magangué nuestro personaje jamás saldría de esa ciudad y por consiguiente yo me quedaría sin conocer al prolífico narrador sobre el cual todos los miembros de la Junta Directiva habían escrito un «cuento» que no necesitaba que don Antonio Botero lo defendiera, porque su vida y obra se defienden solas.

Hoy nos hemos levantado con la noticia triste de su muerte. De él tengo la mejor estimación, una vida fraguada desde las penurias de la pobreza, en la que fue profesor, administrador de finca, dueño de gasolinera hasta el fundador de la Casa de la Cultura en Magangué y el Centro de Historia de esa población.

Cuando por fin pude conocerlo—gracias a los milagros de la Literatura—en un encuentro de escritores de la Asociación, me resistía a creer que en aquel personaje quizás sacado del universo literario de la pluma de Balzac, confluyeran vicisitudes y dramas que contrastaban del cielo a la luna con el perfil mesurado y reposado del maestro.

Quien lo viera entrar de repente, con el séquito de ángeles que lo seguían a todas partes en el salón en donde sesionaban los narradores, seguro que se negaría a aceptar que aquel hombre de 90 años jamás en su existencia hubiera sido un sobreviviente de la guerra entre liberales y conservadores.

Que salió ileso a dos o tres atentados contra su vida. Y que su cojera al caminar fuera la prueba inexorable y fehaciente de su espíritu valiente y gallardo contra las incidencias de una vida dura.

El destino quiso doblegarlo en una esquina pero gracias al tesón de su familia consiguió echar para atrás el concepto final del médico que le dijo que gracias a la complicación en una de sus rodillas había que amputar una pierna para evitar la gangrena y por consiguiente la muerte. 
De aquella obstinación familiar le quedaría una cojera permanente, pero también un parte de victoria que lo llevarían a ser un ejemplo para las nuevas generaciones de que con perseverancia y trabajo dignos, se pueden alcanzar los sueños.

La primera vez que lo vi, lo asocié a un personaje europeo, a un protagonista que desfilaba por una gran corte y cuyo bastón le daba un cierto aire aristocrático.

En la medida en que el hombre exponía sus textos, con el peculiar vozarrón con que denotaba una vitalidad asombrosa en el salón atestado de escritores, por fin entendí la magnificencia de don Antonio Botero Palacio: Él gran escritor paisa se jugó toda una vida por la Cultura.

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