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sábado, 6 de marzo de 2021

#HistoriasDePionera

ROSA PARKS VERSUS ADOLF HITLER


Por Gilberto García Mercado


El señor y la señora Maldonado han amanecido contentos. Desde el jardín vecino he visto el desplazamiento de la singular pareja indicándole a la nueva criada sus obligaciones para con ellos y la vieja mansión. La nueva adquisición de los Maldonado es una negra de un metro con ochenta centímetros, su piel de ébano y dientes blanquísimos y perfectos de inmediato hace girar la cabeza de quien la contemple y la describa como una criatura hermosa que vino de otras latitudes. Los viejos ya se han hecho célebres entre los residentes de la cuadra por ser la única familia a quien no les dura una criada. Se ha hecho tan común la presencia de una desconocida en el jardín de al lado que al interlocutor no le sorprende esa sucesión de figuras en el tiempo que deben estar engrosando las estadísticas de la servidumbre de los Maldonado.

A fuerza de repetirse la misma escena, los de la cuadra hemos optado por ser una familia feliz a quien para nada interesa lo que ocurra en el jardín de al lado. A veces la frondosidad de los eucaliptos y almendros, el revoloteo de un canario o el gorjeo a intervalos de las palomas hacen que la presencia, que La Extraña, entre días, pase desapercibida o acaso sea la fuerza de la costumbre que obliga a los residentes a notar que a los Maldonado no les dura la servidumbre.

Además, los ancianos poseen esa meticulosidad de ser gente inabordable. Nadie ha llegado a escuchar la extraña modulación de la voz de ellos, llevan tantos años asociados a esta realidad que con el tiempo da lo mismo que se pudran en esa dimensión del tiempo en donde quizás se hallen atrapados.

En todo caso, la mañana se había asomado por entre el follaje. Pájaros de otras latitudes iniciaron el triste canto de la esperanza, el cielo destelló de un azul rojizo, pero no llovió. Vimos a la princesa de ébano descender hacia nosotros las manos extendidas en son de amor y gratitud.

—Los amo, mis señores—alcanzó a balbucear la mujer.

Fue entonces cuando vimos el enojo de los ancianos intemporales. Vimos sus instintos primitivos desbordarse hasta increpar a la mujer negra, quien huyó entre los arbustos hacia la sombría casa de los ancianos.

— Negra Candela—manifestaron los Maldonado con una voz cavernosa—Te prohibimos hablar con extraños. Te lo hemos dicho miles de veces.
Fue la primera vez en muchos años que escuchamos a los ancianos. Los rostros contraídos por la rabia y el enojo se volvieron cada día contra la negra Candela. La bella princesa de ébano se volvió sumisa, lavaba el piso del jardín, podaba las flores, atenta estaba ante cualquier actitud de sus patrones, se podía decir que en cierta forma los reverenciaba. Llegó a sentir tal grado de servilismo por la pareja de ancianos que les limpiaba los calzados, el sudor de la frente, los peinaba, resistía improperios e imprecaciones con un miedo exacerbado. Las fuertes palabras arrojadas hacia la mujer la fueron convirtiendo en una esclava de los caprichos de los viejos. Por último, parecía un pequeño animal asustado, como si por alguna extraña circunstancia de la vida se hallara en el jardín de los Maldonado para organizar la resistencia de los esclavos y oprimidos, de la gente negra, como si en pleno siglo de la internet y lo virtual, en un universo sin límites de pensamiento, ella ignorara el sacrificio de mujeres como Rosa Parks o Frida Kahlo.

La última vez que vi una criada en los jardines de al lado, ocurrió la víspera en que la casa de los ancianos ardió. Fue la primera vez en treinta años que pude acceder el umbral de la vieja mansión. Dije a los bomberos y a los rescatistas que era su vecino para ver en qué podía ayudarlos.

—¿Conoce la casa? —me interrogaron.

—Sí. —mentí un poco turbado.

Siguiendo entonces los rastros de los rescatistas me fui internando en aquel caserón fantasmagórico. No dije nada sobre Candela, la princesa de ébano, tampoco argumenté palabra alguna sobre la extraña conducta de la pareja de ancianos. Entre los pocos objetos que sobrevivieron a la conflagración se hallaron dos pequeños maletines de un cuero robustecido de color marrón, en uno se hallaron los documentos de los Maldonado y en el otro portafolio los de la Negra Candela.

—Qué extraño—dijo el jefe de bomberos al mirar el documento de la negra— ¿Rosa Parks no fue una activista negra que se negó a darle su asiento en el autobús a un pasajero blanco en Montgomery, Alabama, el 1 de diciembre de 1955 y, que murió en el 2005?

Gilberto García M
Nadie respondió a la pregunta del rescatista. Mientras andaba y desandaba la vieja mansión ingresé a un cuarto que exhalaba una atmósfera turbia y pesada, boicoteada de vez en cuando por ráfagas o lengüetas de fuego ignorándose su irregular y extraña procedencia. De una de las paredes pendían muchos cuadros con figuras del Führer en unos extraños rituales de los muchos que se le endilgaban. No hay duda que los Maldonado sentían cierta seducción por las practicas insidiosas de Adolf Hitler. En cuanto a Rosa Park, creo entender la tortura y el extravío que habría de estar experimentando su espíritu al provocar el voraz incendio que acabó con la humanidad de aquellos viejos desalmados.

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