Celebrando al Escritor de Lorica Manuel Zapata Olivella
Por Gilberto García Mercado
He leído «En Chimá Nace Un Santo» la novela corta de Manuel Zapata Olivella con una devoción que raya entre el asombro de un buen lector y, ese cuidado con que el escritor va colocando las palabras como si la novela fuera una gran construcción, una obra de arte valiosísima y, por ende, requiriera de su creador tal grado de sublimidad que, la menor distracción significara el riesgo de que «En Chimá Nace Un Santoi» se desmoronara y entonces no fuera una obra cumbre de la Literatura Colombiana.
En Zapata Olivella hay un olor a literatura, el lector avezado hallará en las páginas de esta novela, la percepción de que está asistiendo a la trama de cuerpo presente y, por consiguiente, ya no podrá apartarse de la narración que implica seguir la hoja de ruta que plantea el gran escritor de Lorica hasta el final. Y en esto Zapata Olivella es un maestro.
Conjuga con perfecta maestría la ironía con la franqueza que en ningún momento hiere susceptibilidades, al contrario, va atrapando al lector en ese universo en donde no se puede espabilar, so pena de perder el hilo del argumento y, desconectarse de una bella historia escenificada en Chimá, una población de Córdoba, sería una total y completa herejía.
Alguna vez leí que en literatura los argumentos son los mismos. Esto que acontece en Chimá ocurre desde que el hombre halló en la oralidad un disfrute, un goce por querer conocer otras culturas y otras génesis, pero ahora narradas desde otras perspectivas, desde otros puntos de vistas o lenguajes. De tal manera que Zapata Olivella, al igual que otros escritores como García Márquez, Octavio Paz, Carlos Fuentes o Julio Cortázar no descubrieron al urdir sus obras nada nuevo, en cambio sí el elemento estético, cual artesano que moldea su obra colocando en cada rasgo de su iniciativa algo que va asociado con el espíritu y, como ya he dicho con ese estado de sublimación, algo así como el trance hacia el infinito, hacia otras deidades en que obra y autor se fusionan, pues una u otra no pueden existir y esa es la escenificación de «En Chimá Nace Un Santo».
El Día de los Difuntos en esta población ribereña está plagada por supersticiones, creencias y mentes frágiles cuya ingenuidad resultan fácil presa de personajes cuya oratoria los lleva a enaltecer o maldecir a un ciudadano que colocado en la palestra pública sufrirá mitificación u odio, milagro o maldición. Y hacia esa dualidad, ese hibrido de santo y diablo, marcha Zapata Olivella manipulando la novela, al lector en sí, hasta conseguir una magistral narración.
Cosas que suceden en los pueblos, que se repiten hasta la saciedad, no en cambio, el elemento minucioso como si acariciara del trance entre novelista, la palabra y, finalmente, el lector.
Se cumple entonces la premisa de que no hay historias insignificantes si se narran con el tacto y la delicadeza de un Zapata Olivella. Porque el escritor se engrandece a partir de ese día bendito o funesto en el que la tormenta, como es costumbre en Chimá, arrecia hasta el punto en que un relámpago desata un incendio en la cabaña de Domingo Vidal, una criatura enferma y tullida, condenada a la inmovilidad de por vida que en adelante será el eje central sobre el cual girará la novela. Pues el padre Berrocal encargado de los responsos en el Día de los Difuntos, armándose de valor traspasa las llamas que envuelven la casa del tullido y, lo rescata ante el asombro del pueblo que al observar ninguna quemadura en la pobre criatura lo erigirá en santo que desde ese momento comienza a decidir en Chimá, porque ha nacido un bienaventurado.
Es la literatura de Zapata Olivella nacida desde la diáspora en África, una búsqueda constante por la reivindicación de una etnia, que soportó hasta nuestros días las injerencias arbitrarias propiciadas por la esclavitud, su carácter díscolo y revelador lo llevó implícito en las universidades en donde se pudo enfrentar a las hordas de los hombres egoístas con la herramienta que sabia utilizar más que nadie: la novela y la poesía.
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