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sábado, 2 de noviembre de 2019

No hay que ser un Donald Trump

La Rebelión de Los Árboles


Por Gilberto García Mercado


No ha quedado nada de aquellos tiempos de robles y cipreses gigantes en los senderos que conducen al pueblo. Primero comenzaron con el almendro centenario testigo de declaraciones de amor y encuentros furtivos entre amantes debajo de sus ramas frondosas.  
Después desviaron el curso del río y levantaron muros enormes para evitar inundaciones y desastres en el invierno.  
Al almendro lo talaron indiscriminadamente para dejar paso al progreso e instalaron para siempre el sol sobre el rostro de cada parroquiano.  
Y esta costumbre de preferir el dinero del progreso mejor que la perpetuidad de los cipreses volvió a los ciudadanos seres fríos e inexpresivos. Sin sombras ni follajes en donde refugiarse la piel del hombre se fue incendiando. Se curtió adaptándose al fenómeno climático dejando bien en claro que de aquellos días de fructíferas sensaciones tan solo quedarían nostalgias y suspiros.  
Fue como una pandemia maldita y contagiosa que poco a poco se fue incrustando en los territorios de nadie. En donde se tenía noticias de selvas y vegetación exuberante, hasta allá llegaba el hombre con su ambición desproporcionada a sustituir árboles por enormes construcciones artificiales.  
Talaban un árbol y erigían otro artificial con las mismas funciones del desaparecido: ofrecían sombra y un follaje fresco alimentado por máquinas, cuando el sol derramaba lengüetas de calor insoportable, entonces, los árboles artificiales tenían la facultad de refrescar los alrededores con la fuerza desproporcionada del run run de las máquinas.  
Pero un día la tierra cansada de tanta horadación en sus entrañas reclamó por las raíces frescas de los árboles, por los pájaros que revoloteaban en las ramas.  
Pidió explicación al hombre por la ausencia de mangos, robles, cocoteros y por las selvas tropicales.  
—¿Qué has hecho con los árboles y flores?— interrogó el planeta.  
Los devastadores no respondieron, llevaban días de sufrimiento soportando un aire enrarecido y a veces totalmente ausente que tenían que demarcar con sorprendentes avisos a un lado de la carretera:  
«¡No acercarse!».
«¡Peligro!».
¡Zona sin oxígeno!». 
…Dicen que en alguna parte de la tierra un pueblo ha sido desplazado por sequías y tsunamis e inmensas borrascas y terremotos.  
Y entre los intervalos que permiten los gemidos, de un planeta en ebullición, algunos hombres claman a Dios porque les devuelva a los árboles milenarios.  
Pero los cipreses se fueron, hasta donde alcanza la vista solo observamos ruina y desolación.
Imagen de Couleur en Pixabay Foto del árbol. Imagen de Trump Maret Hosemann en Pixabay

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