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miércoles, 4 de abril de 2018

Memorias De Un Terremoto En México


"Las Mismas Manos Arrancando Los Escombros…" 

Por Ivonne Ojeda         

El 19 de septiembre el Gobierno de la ciudad había advertido que sonaría la alarma sísmica para realizar un simulacro de evacuación, así que cuando se escuchó aquel sonido letárgico en los altavoces en punto de las 11 de la mañana, pocos se levantaron de sus asientos para acudir al ejercicio con el que las autoridades conmemoraban el aniversario del terremoto de 1985. Aquel del que todavía no se sabe con certeza cuántos muertos y desaparecidos dejó borrados de las estadísticas y las cifras oficiales con un cinismo espantoso.  
Esa mañana nadie se imaginó que unas horas más tarde la tierra se sacudiría de nuevo para refrescarnos la memoria, y revivir las imágenes de terror que de nuevo se presentaron ante los ojos de quienes ahora eran 32 años más viejos. 
Como si la ciudad hubiese dado un salto cuántico en la historia, unos minutos después de las 13:00 horas las mismas manos arrancando los escombros de la tierra, los mismos gritos, los puños al aire suplicando silencio aforaron las calles. Los cerros de escombro no resultaban extraños.  
Mientras que el Ejército tomaba el control en las zonas de derrumbe, las personas no daban crédito a la huella que dejó aquella sacudida y que irrumpió en la monotonía y la rutina infranqueable de esta ciudad bestial. El gris hendido del asfalto, las fachadas contemporáneas, los parques con pasto artificial, los cientos de miles de autos que al medio día reflejaban en el metal la soberbia del sol, las manos aferradas al smartphone, los perros sacudiendo la tierra en los jardines, todo aquello lleno de tiempo y espacio perfectos, materia sólida hecha de acero, inquebrantable y ausente de acontecimientos, de irrupción o de ruptura fue succionado por la gravedad, roto, comprimido y revuelto en segundos.  
Para desgracia de muchos el Estado de Derecho se mezcló con los ladrillos y los cuerpos, y por desgracia era el bien más preciado que el Gobierno quería recuperar, por eso en unas cuantas horas, la tragedia se pintó de verde militar.  
De crónicas de rescates se llenaron las páginas de la prensa, las víctimas y los testigos desfilaron por las salas de redacción. Pero en la verticidad de la información se escaparon las cifras oficiales, los datos precisos de muertos y heridos rescatados de los escombros. A un mes del desastre se tenían cuantificadas 228 personas fallecidas tan sólo en la Ciudad de México, de los heridos, los rescatados con vida, las cifras se hicieron más difusas, algunos dicen que fueron 69 personas las que lograron salir de los escombros, pero hay quienes comentan que esas cifras se quedaron cortas. Entre las carencias que dejó el sismo brilla la ausencia de las cifras, no las hubo en un mes, y aún seguimos esperando. El tiempo ayuda a la omisión. Hay quienes dicen que los donativos internacionales que llegaron de buena fe también quedaron sepultados quién sabe dónde.  
Una censura sutil escondida en la voracidad de la información, altos volúmenes de tráfico entre el cuantioso contenido viral, las fake news, las redes sociales y otros flujos de información que se traslapan temporalmente y se repiten una y otra vez. Las cámaras sobraron en cada edificio derrumbado. Sin embargo, el material visual fluyó a cuentagotas en Internet, las historias se perdieron en la vorticidad de la red, en la repetición del contenido, en el tiempo traslapado.  
Hay expertos que reniegan del empleo de la fotografía como un documento informativo en casos de violencia y sangre porque las imágenes son más groseras, brutales y directas que las palabras. Pero yo me pregunto, fuera de esa ortodoxia incómoda, vaga, imprecisa, que lejos de aportar a liberar la información apuesta por la censura, ¿dónde están las imágenes sangrientas que no deben de verse porque faltan al respeto? Esas imágenes que no están por la censura del pueblo, sino por la mutilación de los medios de comunicación y por la omisión cómoda del Estado para salir ileso de posibles negligencias.  
Pese a la ética y el respeto que exigía un grupo de ciudadanos, hubieran sido de ayuda para dimensionar mejor la tragedia, para no olvidar a nuestras víctimas, para llorarlas, para sentir coraje, hoy nos sobra el respeto, pero las imágenes nos hacen falta. 
Así como no está la sangre en la imagen, no por ausencia porque las cámaras estuvieron siempre dispuestas, así desaparecieron escombros en extrañísimas circunstancias. 
Chimalpopoca 169 albergaba cuatro pisos de fábricas, se dice, y por información oficial que se ha liberado, había al menos cuatro fábricas, con sus líneas de producción respectivas, que con todo y trozos de paredes desaparecieron al término de las 72 horas de la tragedia. Mientras que en otros derrumbes como el de Álvaro Obregón 268 o el de Escocia, o el de Enrique Rébsamen los rescates y la recolección de escombro fueron parsimoniosos.  
¿Dónde están los fotógrafos que estuvieron en Chimalpopoca, donde están los registros, dónde están las víctimas, dónde están los cuerpos? Queremos saberlo no por morbo, sino por salud mental. 
Queremos tener la certeza de que entre los escombros que desaparecieron en horas, no se eclipsaron algunas historias que la ciudadanía merece conocer. 
Ivonne Ojeda, Periodista y Escritora 

















1 comentario:

Euterpe dijo...

¡Oh, blogs culturales! También lo es el mío, aunque participe por Solidaridad en los 20 Blogs. Aquí lo dejo. ¡Mucha suerte!

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