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jueves, 21 de abril de 2016

¡Ay, Ecuador tan lejos y tan cerca!

Por Paula Adriana Espindola Villegas 


Qué bella es la solidaridad y el espíritu fraterno. Sentimientos y actitudes capaces de atravesar fronteras, unir manos y entrelazar brazos, olvidar que somos dos y convertirnos en uno… 
Ser un sólo equipo, más que una familia, sentir que nuestra ciudadanía es más que un país, que puedes llegar a ser tan ecuatoriana o japonesa o de cualquier lugar del mundo. 
Darnos cuenta que somos capaces de dejar a un lado las diferencias, y que por muy ocupados que estemos se hace necesario encontrar tiempo para compartir, para sentir el dolor, para celebrar la alegría, aliviar cargas y luchar unidos. 
Qué bueno sería que no tuviesen que suceder tragedias para poder aceptar al prójimo, entender su clamor, escucharlo aún en medio del silencio, sin necesidad de que nos pregunte quiénes somos, cómo nos llamamos, qué hacemos, simplemente sentirnos hermanos y actuar como tal. 
Regalarnos una sonrisa, mirada dulce, palabras alentadoras…. 
No estigmatizar a las personas, ayudar a los indigentes,  a los abandonados, que pasan hambre,  sed, que enferman de frío, padecen indiferencia, rechazo, sin techo, sin atención, resignados a…
Si en verdad las buenas intenciones no fueran meras palabras, si cada barrio aunque fuera una vez al mes organizara recolectas, si se reunieran frazadas, enlatados, medicinas, juguetes, ropa, útiles de aseo, etc., cuán bello sería, cuántas vidas se salvarían, cuántos sueños se rescatarían, cuantas personas se alegrarían!  
Si organizaran brigadas con la colaboración de las parroquias, tiendas, supermercados,  droguerías, plazas de mercado, micro-empresas, personas que con el corazón en la mano ayudaran a los demás, ¡no se requiere de gran esfuerzo pero podría ayudar tanto! 
Inclusive si se involucrara a la policía, funcionarios de la Cruz Roja, voluntarios, personas del común… Seguro que se le devolvería la esperanza a quienes han perdido las ganas de vivir. 
Recordarles que no están solos, que no todo se ha perdido y que debemos ayudarnos entre sí. 
Sin olvidar  por supuesto a los indefensos y vulnerables, pero leales compañeros de los habitantes de la calle y que también son nuestro prójimo: sus mascotas, perros, caballos que siempre los acompañan y abrigan en las noches frías. 
Se puede dar tanto, no es necesario ser millonarios, solo humanos, sensibles, buenos de verdad, incondicionales y sin intereses. 
        
 Paula Adriana Espindola V       
Entendiendo que la bondad se arraiga en nuestras almas y que no sólo afloraría en casos extraordinarios sino siempre, todo el tiempo, como parte de nuestras vidas, de nuestra esencia, de una cultura fraterna que no le hace daño a nadie y que por el contrario, trae paz al espíritu.
Eduquemonos entonces en la cultura del amor, la felicidad, la simiente, la semilla para que germine un Ecuador mejor!
 

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