Translate

La Donación de nuestros Lectores nos motivan a seguir hacia adelante. ¡Gracias!

domingo, 9 de noviembre de 2014

UN CUENTO DE ALEXIS ZAPATA MEZA*

    BILONGO                    

En San Antero el viejo Bilongo se moría y no se iba. No tenían manera de que se fuera, pues había llegado más de uno a despedirlo, y no quería irse. Le gustaba jugar al tibiritabara. Llegó el viejo Bolongo y con él fue con quien se vino a entender. 
Llegó y saludó ¿Qué hacen? Preguntó. Aquí esperando la muerte del viejo Bilongo, le respondieron, y eso era cierto, ya que llevaban más de tres semanas en esa zozobra. Había que saber esperar para que los caprichos del viejo no te desesperaran. 
— ¿Quiénes han venido?—preguntó. 
—Bueno, primero vino Macea—le informaron. 
El viejo Macea era blanco, muy altivo, serio, de mirada fulminante, abarcado, llevaba un sombrerón y pantalón y camisa caquis. Lo trajeron de Cereté. Dios estaba ante todo, pero los teguas también empujan. El que piensa puede dudar, y coger por otro camino. 
—¿Qué pasó? 
—Salió huyendo. 
—¿Qué le pasó que no pudo? 
—Se le encendió la cabeza. 
—Ah, ya sé qué fue lo que le pasó. 
Todos saben pero a la hora de actuar no funcionan, había que acostumbrarse a los plantes de estos señores, que no han podido con el viejo Bilongo. No han podido porque se ha amarrado a la vida de manera insobornable. Pasa de los noventa años y no hace sino penar. No sé qué tanto le teme a la muerte. 
El que es pernicioso no hace sino retardar la llegada donde lo están esperando. Si…ya sabe que se tiene que morir y no se muere, es peor, porque pena más de la cuenta. Todas las cosas contribuyen para bien, aún la muerte, hablando de las buenas cuando les conviene a los demás. 
—¿Quién más ha venido? 
—Ah, un indio del resguardo de Sabaneta. 
—¿Qué le pasó? 
—Vomitó. 
—Ah, caramba, ya sé lo que le pasó. 
El indio era pequeño y asomó temeroso su cara de timidez. Trajo la mochila, el tabaco y la totuma. Sacó hierbas, machacó, cocinó, y preparó el brebaje. Luego encendió el tabaco. Entró con la totuma en el cuarto, ji, ji, ji, se reía bajito. Allá en el cuarto con el Bilongo se encerró. 
Ordenó que nadie se asomara. Oímos un ruido estrepitoso, como si rechazaran a alguien, y este se estrellara contra la pared. La casa se estremeció. Al poco salió el indio vomitando. Fuimos a auxiliarlo, no aceptó, se fue apenado con su risita entre el fundillo. 
—¿Quién más ha venido? 
—Uh, eso es lo que ha venido, con decirle que entró uno vivo y lo sacaron muertecito. 
—No crean que me van a asustar. 
La verdad es que el viejo Bolongo ya lo estaba mareando con su preguntadera. No sabían esperar de él lo inesperado. Lo esperado era lo que estaba sucediendo, y lo inesperado era lo que estaba por venir. 
—Va o no va—le replicaron. 
—Ahora es cuando voy—contestó. 
Bolongo, el abuelo, era absolutamente negro, descendiente de los africanos que se arrochelaron en el palenque de San Antero, y Bilongo era de los arrochelados en el palenque de Uré. Era pues negro contra negro, de los más puros. Estaba ofuscado con el par de banderillas que le pusieron en el lomo. Primero se volvió un Macea, miró con altivez, entró. Se oyó un forcejeo, y salió. Miró con serenidad, muy calmado. Ahí vamos, dijo. 
Traía también mochila, así que hizo lo del indio y hasta se rió bajito Ji, Ji, Ji, con toda la picardía del caso. Bebió el brebaje en la totuma, encendió el tabaco y volvió a entrar. Luego se escuchó una trompada y el cuerpo estrellándose contra la pared. Pero esta vez la casa no se estremeció. 
Volvió a salir, nuevamente sereno. Va andando la cosa, dijo. Lo que tanto había tardado ya estaba llegando. Salgan todos de la casa, nadie ni en el patio, para afuera, a la calle todos, ordenó. Nos salimos, sacó hasta el perro y el gato. 
Estaba en mitad del patio. Ni se asomen, gritó. El hombre había estado luchando contra los conjuros del abuelo. Los Macea habían fracasado porque no habían podido resistir los contra-conjuros de Bilongo. 
El Bolongo como que se había dicho, contra un perro otro perro, y había salido ileso. Conjuró hasta al mayor, al de las tinieblas. Se sintió enseguida el frío de la muerte. Se dijeron hasta aquí llegó Bilongo, y así fue, por fin atiesó la pata. Ya está, dijo Bolongo, pueden entrar y arreglar el cadáver. 
—Usted disculpe—se excusó la gente. 
—No se preocupen jóvenes, no es para tanto. 
—¿Cuánto le debemos? 
—Todavía no, que ahora viene lo mejor. 
No entendieron el mensaje que mandaban esas palabras. Ah, bueno, le contestaron. Si lo hubieran sabido muchos, quizás no hubiera tomado camino para el entierro. Pero nadie vio razones para no ir. 
Cuando llevaban el ataúd por las afueras del pueblo se presentó la yunta de un buey con un toro montaraz. Apenas el toro visualizó el cajón se soltó de la yunta y armó carrera contra el bulto de gente. La gente se desparramó por el camino. 
Aguanten, gritó Bolongo, que hay que mantearlo con el cajón. Así fue, les tocó defenderse con el muerto. Anteponiéndole el ataúd, el toro se frenaba, o pasaba por el lado. Ahí lidiaron con el animal un buen rato. Hasta que se fue. 
La gente volvió a reagruparse, salió del monte, reanudaron la marcha y llegaron al cementerio. Todos aparecieron, nadie se atrevía a regresar solo. Cuando intentaron meterlo al velatorio para despedirlo, el rancho se encendió. 
—Bueno, enterrémoslo sin rezos—recomendó Bolongo. 
Ahí fue cuando llegaron las tinieblas, la tarde se encapotó. Una brisa helada se vino contra los parientes asustados. La gente había elegido el entierro y ahí estaba soportando las inconveniencias. Después de elegir no hay tía que valga. 
—¿Quién va a cantar?—preguntó Bolongo. 
—Esa soy yo—contestó Petrona. 
—Arranque entonces Petrona, que mañana es tarde—ordenó Bolongo. 
Y allí supimos lo que era Petrona con el lumbalú en la boca. Entristeció la tarde con su quejido hermoso, despejándola de la fealdad. Cuando terminamos de enterrar a Bilongo, ya la tarde estaba sosegada. Así fue como el negro Bolongo pudo meter a reposar al negro Bilongo en su tumba. 
*Alexis Zapata Meza. Antropólogo de la Universidad del Cauca, novelista, poeta y cuentista monteriano. Autor de la novela El Tallador de Santos (1996) y del Poema Épico Deciderio Verano (2014). Está incluido en la Antología del Cuento Caribeño (2003) Texto tomado de Magazín del Caribe. Año IX No.45 Bogotá, Colombia. Agosto de 2014.



No hay comentarios:

Seguidores

HAY QUE LEER....LA MEJOR PÁGINA...HAY QUE LEER...

Hojas Extraviadas

El Anciano Detrás Del Cristal Por Gilberto García Mercado   Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árbol...