Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Nada se ha perdido…
El sol sigue en su sitio.
La tierra continúa
sosteniendo al hombre.
El ciego de la esquina cuenta las mismas monedas.
Sólo el vendedor de
esperanzas se ha marchado…
Allá se encuentra la
compradora de adioses.
El contador de peatones
ha comprado las pisadas de los niños.
Hay una iguana que responde a
los comensales de bioalimentos.
He comido pechugas con
sabor a pitamorrial y toronjil.
Los almuerzos se agotan
por el piar desesperado de los polluelos en el corral.
Las calles juegan con la
basura y festejan los goles del Real.
Las aguas siguen
detenidas para recibir el adiós de los transeúntes.
Cartagena, continúa en
el sueño de su heroicidad con la bondad de las murallas.
Sin embargo, ¿algo ha
cambiado…?
El peto de la esquina,
lo vende un cachaco.
Y los pregoneros han
dejado de vocear.
Sólo queda un grito, que
no es el «Aullido de Allen Ginsberg».
Los arroces no los
envuelven en hojas de bijao.
Los peces son mutados
por bolitas de icopor que opacan el
cristalino de la India Catalina.
Cartagena está dormida en la viveza de los edificadores.
Es un sueño dulce que
contiene el cieno de las aguas del Caño
Juan Angola.
¿Y nada ha pasado?
Allí están las murallas,
con su sonrisa de viuda bailadora de Fandango.
Continúa Bazurto con sus
alcatraces de estómagos henchidos.
Los farolitos parientes
de las aguamalas, familia de las medusas
han sido permutados por
las azulosas bolsas plásticas.
Algo ha cambiado.
La plaza Benkos Biohó, está en lo que fuera el Campo de la Matuna.
La verdolaga ha retirado sus raíces para dejarle el
espacio a «El Túnel de Crespo».
Los grafitis están desalojando a los raizales de Getsemaní.
Nada conmueve, estamos
estáticos, como la condición de los monumentos del olvido…
Ahora las lluvias son semovientes ecológicos que atascan
las voces de los crustáceos.
Cartagena la encoñadora,
vive en la algarabía de quienes ríen en el silencio de los adioses.
Casi nada importa, cada
día es una nueva página que se labra con un canto de indiferencia.
Aquí sigue predominando
el tiempo del olvido, con saltos de asombro, por la presencia de las flores bordeando el lago a los pies de la India
Catalina en el encuentro de Puerto Duro.
El ornato de la Plaza de
Benkos Biohó, canta por la alegría de las flores que ríen ante la indiferencia de los cartageneros.
La melodía de las cosas
se encuentra enredada en la simplicidad de las emociones.
Sin llegar al arte
«Kitsch» de Greenberg, arte, de goce muy fácil y explayado al consumo.
Ahora se ha negado el pensamiento de la noble
metáfora en la razón de una canción.
Aquí en Cartagena, hay
una Academia que rumia la nostalgia de la España de Fernando VII.
Se festeja la Tradición
con el olvido de los géneros musicales, gestado en la usanza del pretérito.
Ahora la música
electrónica, niega la suavidad del cuero en la percusión y el trino de la
guitarra de Sofronín.
Eternamente agradable
será escuchar el «Ave María» de Franz Schubert.
El fraseo de voces
armónicas está escondido en el golpe rudo, avasallante, de una máquina.
No cambio un instante de
felicidad, originado por la audición de un porro de Lucho Bermúdez por el ruido
estridente de los metales impasibles en «las placas» de una sosa canción.
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