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sábado, 15 de noviembre de 2014

LA METAMORFOSIS DE LA CIUDAD DE LOS CRUSTÁCEOS

            «No cambio un instante de felicidad, por «las placas»  de una sosa canción».




Por Juan V Gutiérrez Magallanes

Nada se ha perdido…
El sol sigue en su sitio.

La tierra continúa sosteniendo al hombre.

El  ciego de la esquina cuenta las mismas monedas.

Sólo el vendedor de esperanzas se ha marchado…

Allá se encuentra la compradora  de adioses.

El contador de peatones ha comprado  las pisadas  de los niños.

Hay una iguana  que responde a  los comensales de bioalimentos.
                                                    
He comido pechugas con sabor a pitamorrial y toronjil.

Los almuerzos se agotan por el piar desesperado de los polluelos en el corral.

Las calles juegan con la basura y festejan los goles del Real.

Las aguas siguen detenidas para recibir el adiós de los transeúntes.

Cartagena, continúa en el sueño de su heroicidad con la bondad de las murallas.

Sin embargo, ¿algo ha cambiado…?

El peto de la esquina, lo vende un  cachaco.

Y los pregoneros han dejado de vocear.

Sólo queda un grito, que no es el «Aullido de Allen Ginsberg».

Los arroces no los envuelven en  hojas de bijao.

Los peces son mutados por bolitas de  icopor que opacan el cristalino de la India Catalina.

Cartagena  está dormida en la viveza de los edificadores.

Es un sueño dulce que contiene el cieno de las aguas del Caño  Juan Angola.

¿Y nada ha pasado?

Allí están las murallas, con su sonrisa de viuda bailadora de Fandango.

Continúa Bazurto con sus alcatraces de estómagos henchidos.

Los farolitos parientes de las aguamalas, familia de las medusas
han sido permutados por las azulosas bolsas plásticas.

Algo ha cambiado.

La plaza  Benkos Biohó, está  en lo que fuera el Campo de la Matuna.

La verdolaga  ha retirado sus raíces para dejarle el espacio a «El Túnel de Crespo».

Los grafitis están  desalojando a los raizales de Getsemaní.

Nada conmueve, estamos estáticos, como la condición de los monumentos del olvido…
Ahora  las lluvias son semovientes ecológicos que atascan las voces de los crustáceos.

Cartagena la encoñadora, vive en la algarabía de quienes ríen en el silencio de los adioses.

Casi nada importa, cada día es una nueva página que se labra con un canto de indiferencia.

Aquí sigue predominando el tiempo del olvido, con saltos de asombro, por la presencia de las flores  bordeando el lago a los pies de la India Catalina en el encuentro de Puerto Duro.

El ornato de la Plaza de Benkos Biohó, canta por la alegría de las flores que  ríen ante la indiferencia de los cartageneros.

La melodía de las cosas se encuentra enredada en la simplicidad de las emociones.

Sin llegar al  arte  «Kitsch» de Greenberg, arte, de goce muy fácil y explayado  al consumo.

Ahora se ha negado  el pensamiento de la  noble  metáfora en la razón de una canción.

Aquí en Cartagena, hay una Academia que rumia la nostalgia de la España de Fernando VII.

Se festeja la Tradición con el olvido de los géneros musicales, gestado en la usanza del pretérito.

Ahora la música electrónica, niega la suavidad del cuero en la percusión y el trino de la guitarra de Sofronín.

Eternamente agradable será escuchar el «Ave María» de Franz Schubert.

El fraseo de voces armónicas está escondido en el golpe rudo, avasallante, de una máquina.

No cambio un instante de felicidad, originado por la audición de un porro de Lucho Bermúdez por el ruido estridente de los metales impasibles en «las placas» de una sosa canción.







                                                                                              













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