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domingo, 29 de julio de 2018

Lanzamiento de La Casa del Conde, en la Filbo, En Bogotá


José Ramón Mercado
«Cuento la realidad de las cosas,
algo más grande y sublime que
toda la ficción de ficciones»

1 

La casa del conde de la calle Palomar del príncipeHace medio siglo que en Corozal, Sucre, el rector del Liceo, en donde estudiaba interno, armó un discurso delirante porque yo, en el formulario del ICFES, donde uno dejaba constancia de la carrera que iba a seguir, porque yo escribí que quería ser un escritor, armó, digo, todo un zaperoco que me rompió el corazón. Entonces, él anunció voz en cuello que había un idiota precoz, un bellaco, un loco en el colegio, y no quiero mentarle la madre, porque yo conozco a su mamá… Dijo. Entonces fue expresando por orden alfabético la carrera que cada alumno había elegido con sumo orgullo. Así fue soltando la lista de ingenieros, abogados, médicos, veterinarios, licenciados, y la grandeza de sus familias y la de cada alumno en sí. A mí se me quería salir el corazón porque pensé que estaba en el pináculo de los intelectuales. De pronto, llegó hasta mi nuca y restregando su voz en mis oídos, anunció: «Pero he aquí que este bellaco, majadero y mentecato ha dicho que quiere ser escritor. Yo le pregunto: ¿En dónde carajo, en qué universidad se va a recibir de escritor?». La comunidad terminó consumiendo un almuerzo frío y desabrido, ante el cual yo me sentí el protagonista y culpable de la dramaturgia de aquel rector.  
2
El libro que hoy lanzamos al mundo variable y ondeante, como decía Montaigne, se debe ante todo a mis años de lector. Recuerdo, como ahora, la biblioteca guardada en baúles en casa de la Niña Mayo, la mamá de crianza de mi madre, cuyos hijos habían estudiado en Europa, Estados Unidos, Mompox, Barranquilla, Bogotá. Allí fue donde encontré, en unos baúles en la contra recámara, el tesoro escondido de más de mil libros. Entre otros autores, leí a Goethe, Cervantes, Shakespeare, Taillard de Chardin, Perú de la Croix, libros sobre Napoleón Bonaparte, Fouchet, Luis XIV, otros autores como Rousseau, Montesquieu, Dostoievski, Víctor Hugo, Chateaubriand, Vargas Vila, Stendhal, Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, Rubén Darío, escritores españoles como Juan Ramón Jiménez, La Generación del Noventa y Ocho y la del Veintiocho, José Asunción Silva, Guillermo Valencia, e incluso Julio Flórez y otros tantos.
Después, un día como el de hoy, llegué a Bogotá. Un 18 de febrero de 1959, a las nueve y cuarenta y cinco de la noche, con una carta en su envelope en el bolsillo de la camisa, luego de navegar en un bus desde Sincelejo a Medellín, con un pasabordo a un costo de veinte pesos, pesos, y después de pasar una noche en vela en los astilleros de Flota Bolivariana, Medellín, adquirí pasaje por veintiocho pesos hasta Bogotá, sin perder de vista mi maleta de cartón—la mejor maleta que he tenido en mi vida—. Lo cierto es que no encontré la dirección de mi amigo, después de mi desembarco en la Iglesia del Voto Nacional, esa misma noche fría de la capital.
Parecido al descubrimiento del tesoro de libros en los baúles, encontré una cuadra de libros de segunda en la carrera séptima, entre calle sexta y novena, en donde uno de esos días encontré un libro maravilloso del cual papá nos había hablado: El cuento del contador de cuentos, de Nasser Khemir, que me costó cuatro pesos con ochenta centavos, un poco deshojado y malherido, que se refiere a los primeros cuentos creados por la humanidad , en la ciudad de Bagdad, hace veinticinco siglos, anterior a los narradores de Roma y Atenas. Aproveché la oportunidad para seguirle el rastro a la forma de contar cuentos, como estos que aparecen en La casa del Conde de la calle del palomar del príncipe.
          
    Obra de José Ramón Mercado             
En penumbra, yo recuerdo uno de esos relatos, en el que un mercader chino, quien compró a un precio muy malto, un pájaro con un plumaje de colores estrambóticos y un canto inasible, jamás escuchado en los paisajes del lejano oriente, y no se me ha olvidado que en uno de esos regresos, el pajarero encontró aquella especie de ruiseñor, de chorrondé, de bajero, de picomaízcuba, de pico gordo, de mielera, de azulejo, de toche crepusculario, encontró a su criatura triste, desconsolada, entonces le preguntó: ¿qué te pasa, señor? Y el pájaro que hablaba, le dijo con voz de un semi demiurgo: si quieres hacerme feliz, dirígete al sendero perdido donde me atraparon y cuéntales a mis parientes que me mantienes cautivo y esclavizado en una jaula de oro, impávido. El pajarero no supo responderle a pesar de los esfuerzos y se echó a llorar como un río.  
Y fue hasta allí. Encontró a los pájaros en el sendero izquierdo y les tradujo la información. Aquellos pájaros cayeron al mismo tiempo, inconsolables e inertes al piso de este planeta de infortunios. Alucinado el pajarero, pensó: ¡qué funesta noticia tengo que llevarle a mi criatura! 
Frente al tiempo irredimible, soltó las coordenadas de la entrevista aquella con los pájaros, y le dijo que ellos habían caído fulminados por el horror frente a tu presidio, cohibido. Dicho esto, el pajarillo también cayó impávido e inerte. El mercader, angustiado, abrió la puerta de la jaula y salió con fundido, volando por un vaso de agua. Cuando retornó, la criatura, tomando vuelo, le dijo:  
«La libertad no se da, se toma», y desapareció en los montes nevosos de una inmensa libertad bajo los cielos.
         
          Poeta, José Ramón Mercado
Ya en mil novecientos sesenta y ocho, habiendo tomado grado de profesor en la Universidad Nacional, compartía nómina en el Liceo de Bolívar de Cartagena con el profesor Celso López, quien trabajaba en el Liceo Carmelo Percy Vergara de Corozal, en mil novecientos cincuenta y siete, me contó con una profunda señal de afecto en su corazón, que aquel rector huraño, don Óscar Espinosa, quien había iniciado un debate hostil en mi contra, por aquella decisión adoptada, en una reunión de profesores trece años después, y tomando un ejemplar de mi ópera prima No solo poemas (1970), de cuatro libros que le había enviado por correo a la biblioteca, les leyó con lágrimas evidentes a los maestros, algunos poemas, y agregó que su alumno José Ramón Mercado Romero, había sido: «El único fiel a sus sueños. Estoy conmovido, José Elías Cury». Dijo.
Así aprendí a contar la realidad de las cosas por siempre, que es algo más grande y sublime que toda la ficción de ficciones.
*Memorias del lanzamiento del libro La Casa del Conde, de José Ramón Mercado. Bogotá, publicado por Pijao Editores, Filbo, 25 de abril de 2018.



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