Manuel
Zapata Olivella:
La Huella de Los Ancestros
Por
Enrique Luis Muñoz Vélez*
Auténtico rastreador de caminos y andanzas musicales, Manuel Zapata Olivella escarbó infatigablemente en el acervo afro colombiano, buscando con olfato antropológico el ethos de lo que somos como pueblo y cultura. Abrió los ojos a la luz del saber para indagar sobre su pasado y la proyección de su estirpe esquilmada y negada por siglos para darle estatura a su presencia y linaje.
Su aporte es denso y complejo por la hermosura y contundencia de su análisis y discurso, de manera preferente en el campo cultural donde la música oficia en voz alta.
«El corazón y la sangre consumiéndose en la hoguera de la nostalgia», escribió para referirse al mundo costeño asentado en Bogotá en la década del 40 del Siglo XX, donde éramos vistos como una especie simiesca estridente y de vestir escandaloso. Cuando el porro, el fandango y la cumbia arrastraban el lastre descalificatorio de ser música de las negradas inferiores.
Pues bien, la labor intelectual y divulgativa de Zapata Olivella le mostraba a los Andes que éramos diferentes desde la dimensión humana, con otra cosmovisión de mundo y de hacer música.
Música caliente para que el organismo configure visualmente una estética placentera del cuerpo estremecido en la rítmica de la percusión. El disfrute gozoso de los sentidos en el despertar orgásmico de lo que el cuerpo posibilita como placer, bello y de honda hermosura en las caderas de hembras mulatas y negras que bailan la vida como respuesta a la voz del llamado ancestral.
Insistió siempre en el componente étnico de la Nación lo que hoy, el antropólogo Mauricio Pardo, al mencionar a los afrodescendientes llama vector imprescindible en lo composicional del pueblo colombiano.
Zapata Olivella dio a sus contribuciones antropológicas el valor del Caribe en su diversidad cultural, a través del mestizaje y dinámica social de enseñar y educar desde la diferencia étnica. Para mostrar con argumentos consistidos en la ciencia lo que somos, un vario pinto mundo donde la música permea una manera de ser en el universo costeño y en su pluralidad, lo que hoy la física llama el multiverso.
José Barros, Compositor de La Piragua |
Con lenguaje maestro, Zapata Olivella describe el mundo costeño en la fría Bogotá de 1941 y 1942 en el trasplante festivo del 11 de noviembre y en las expresiones musicales danzarias del antiguo carnaval cartagenero, para alegrarle la vida de manera entusiasta a la colonia del Caribe colombiano.
«Los cafés hervían de entusiasmo atestado por toda la colonia, que parecía haberse puesto cita, mientras que una corneta importada, solamente un cornetista samario, hacía retumbar los átomos con las notas calientes de porros y fandangos. En esas noches hubo de todo: hombres empiyamados, blancura y colores de arlequín, bongó, maracas, armónicas y la luz zigzagueante de un buscapiés extrañado de sí mismo, precedía a la murga desenfrenada como un río, en el cauce silencioso de la carrera Séptima».
Como era de esperarse—señala Zapata Olivella—el entusiasmo febriciente recibió una ducha de la sobria y nunca sonriente policía. Entonces sufrimos la trascendencia de nuestras fiestas y nuestra tierra. Era el alto precio de una sociedad incapaz de ver las diferencias étnicas y culturales, perdiéndose ella, por supuesto, de una invalorable riqueza de saberes ancestrales.
Interesado en desmontar prejuicios étnicos culturales se dio a la tarea de hacer pedagogía con base en el folclor costeño y llevó muestras del saber ancestral musical danzario de nuestra región. Cabe destacar que, en el oficio divulgativo del saber costeño jugaron un importante papel Antolín Díaz y Gnecco Rangel para completar una trilogía de pensadores de nuestra arena del Caribe.
Ellos sembraron el valor a la comprensión de ser vistos como los otros en la diversidad de la unidad Nacional.
Dedicó espléndidas páginas a los orquestadores del Caribe, entre otros, a José Pianeta Pitalúa y sus logros fonográficos para la Casa RCA Víctor, a través de la Orquesta A No.1, donde quedó impresa la música del Bolívar Grande.
Y se preguntaba, hasta cuándo iba a permanecer ignorado nuestro folclor musical que se extiende más allá del pentagrama—Señala—, esa música que es fiel espejo de nuestra alma, debe ser conocida por nuestras jóvenes y hermanas naciones. Compositores de la región Caribe como José Joaquín Marrugo Muñoz, Santos Pérez y Lucho Bermúdez (Apuntes de 1942) La referencia es a los músicos bolivarense.
En clara referencia al porro dice: «Aún cuando los sociólogos quieran ignorarlo, el porro, como rasgo protuberante de la migración mulata hacia la capital, tiene una gran significación.
Ha contribuido al enriquecimiento de nuestro folclor, amasándolo y dándole un contenido más unitario, nacional. También juega un gran papel en la afluencia de músicos, turistas ya en la movilización de no pocos capitales que aprovechan el esnobismo para transformar la melancolía indígena de esta señora de las brumas.
Bogotá ha despertado al oír el tamborileo de los bongoes, el aullido de las maracas y el verso pícaro, desnudo de rubores, de la puya y el vallenato costeño. El Caribe deja escuchar sus cantares impregnado de algarabía africana en los picachos andinos».
Zapata Olivella olisquea la necesidad de la articulación de la región Caribe en el mapa cultural de Colombia, además ya habla de vallenato para connotar la música del Magdalena Grande en la década de 1940.
Equipado de un acopio documental como fuentes primarias y secundarias, trabajo de campo, fue reuniendo un material valioso hasta ir depurando con ojo crítico los aportes de África en suelo de Colombia.
Lucho Bermúdez, Maestro de la Composicion |
En él se dio una mirada estimativa y crítica de ver un contexto social e histórico más complejo, lo negro (la huella de la afrodescendencia convertida en resorte para estudiar de manera juiciosa, seria y reposada la influencia de aquella ancestralidad de saberes que impuso la trata esclavista en América).
El africano fue dejando con su trabajo y la sangre de su maltrato la siembra de sus saberes múltiples de fino contenido estético.
Apuntó de manera de lamento quejumbroso, casi un canto desgarrado de dolor profundo que en el Caribe colombiano han desaparecido el ojo de agua de tradiciones de hondo calado africano, que de haber sido estimulada hoy dieran mayor homogeneidad a este despertar de lo negro en términos de cultura.
Menciona la pérdida de los bailes congos (parte de ellos se pueden apreciar de manera decantada en el Carnaval barranquillero) y los Cabildos de Negros y de Lengua de la Cartagena colonial que pervivieron en los albores del Siglo XX en la rancia ciudad asiento de la trata esclavista.
Mira a los fandangos de la sabana como expresiones agónicas donde se diluye los cruces interétnicos donde lo negro fue un vivo capital cultural.
Reconoce en el porro el matrimonio de las gaitas indígenas con los tambores africanos, trabazón sincrética de la manera cómo se fue configurando el complejo genérico del porro y la contribución de las bandas militares y las contradanzas europeas.
Afirma el triunfo del porro en la fría Bogotá tras una larga lucha de negaciones y exclusiones y que le perdonen el sacrilegio de penetrar a una cultura fría que con la rítmica negra se va adentrando en Argentina y México, gracias a músicos como Cristóbal Barrios (El Negrito, cantante cartagenero), las barranquilleras: Carmencita Pernett, Estercita Forero, Luis Carlos Meyer, José Barros, Pacho Galán, Antonio María Peñaloza y Lucho Bermúdez. Entre el ardor africano, la gracia aborigen y los aportes de Europa, la música costeña dio la textura y el color para hablar de música colombiana en el mundo.
El folclor costeño se sobrepone al desprecio andino, hoy puede decirse, sin equívoco alguno, que la música de Colombia trae en su barrunto lo negro e indiano del suelo caribeño.
El aporte sustantivo en el inventario no puede dejar al margen los estudios folclóricos del antropólogo Manuel Zapata Olivella.
Esther Forero, La Novia de Barranquilla |
Y desde el Caribe colombiano se revitaliza el saber ancestral del Pacífico con propuestas musicales de extraordinaria belleza, elasticidad y plasticidad en sus bailes caliente, donde ya, unos músicos talentosos del interior del país exploran en el pasillo, bambucos y otras tonadas andinas la diversidad de la Nación, donde lo negro ha sido un vector configurante en la historia cultural de Colombia.
La cultura del Caribe y en general la colombiana está en deuda con el antropólogo y escritor Manuel Zapata Olivella, en un país donde la flaca desmemoria es peste, volver a los trabajos de campo y escritos del ilustre pensador es de cierta manera, reconciliarnos con la vida alegre y académica, para el fortalecimiento de nuestras identidades étnicas y culturales para acercarnos de manera decidida y ejemplarizante con el mundo físico del multiverso.
Tomado de Magazin del Caribe. Año IX. No. 47. Noviembre-Diciembre de 2014. Bogotá Colombia
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