POETA QUINOJA
"EN MIS AÑOS NO ESTÁ
DE LA TRISTEZA"
Por Gilberto García Mercado*
A
primera vista el hombre parece inaccesible.
Pero
cuando uno logra caminar las fronteras de su amistad, la impresión que se tiene
es la de un hombre enamorado de la vida aún a pesar de llevar a cuestas 83
años…
El
maestro Quinoja lo refleja en esa vitalidad que se le desborda cuando abandona
el Taller Yngermina.
Lo
acompañamos por las calles coloniales, es un picaflor tras las muchachas que
bajo un sol ardiente se gozan la ciudad de los cielos abiertos.
Se
derrite en piropos y alabanzas con quienes considera son el motivo que tiene el
hombre para intentar y conseguir sus objetivos: la mujer.
Desde
hace años cambió su nombre de pila Joaquín Rosales por el del poeta Quinoja.
Tal determinación surgió gracias al Taller de poesía Siembra de Martín Salas.
«Cuando
leía mis poemas», agrega, «Notaba que la gente murmuraba».
Señala
que en una de aquellas sesiones los murmullos eran reiterativos, frases como,
«si lo escribió el poeta Rosales no tiene importancia…», «Otra tortura soportar al poeta…», quedaban
flotando en la atmósfera condenando al nuevo discípulo al paredón literario sin
que se le permitiera su defensa.
Afloró
en él ese espíritu contra las adversidades que no lo ha abandonado nunca.
«Un sábado volví a leer los mismos poemas de
otras veces. Hice la mejor presentación que pude, y al finalizar lo hice con la
fecha en que se había escrito el texto y la ciudad», comenta.
El
hombre entendió que a veces las cosas las valoran por el renombre de algunos
personajes.
«Estos
poemas los firma el poeta Quinoja», precisó, «Hijo de Cretis y autor de La
Ilíada y La Odisea». La sala lo ovacionó
por cinco minutos pero los versos eran de él.
«Quinoja
es un anagrama de mi nombre», me aclaró…
LA INFANCIA
Su
vida ha sido una serie de situaciones afortunadas que agradece a la providencia.
El sólo hecho de nacer en un ambiente campestre, respirando aire puro y,
rodeado de animales lo confirman.
San
Pedro era entonces un pueblecito adscrito a Sincé, Bolívar, pues ahora
pertenece a Sucre.
Por
aquellos lares correteaba el joven Rosales anhelando estudiar Literatura.
Luego
de residenciarse en Mompox, apenas alcanzando a estudiar segundo de
bachillerato escuchó hablar tan bien de Cartagena que esa magia de ciudad
amurallada lo cautivó.
Surgió
entre sus prioridades conocer a la Heroica.
Como
las cosas no se le dieron en Mompox, regresó a San Pedro.
Una
vez empleado de la Alcaldía en estadísticas, se le apareció de inmediato un
oficial alto, con un don del mejor trato marcial, y como si lo sacaran de una
película de Hollywood, se plantó ante él y le dijo: «Necesito
jóvenes responsables que quieran trabajar en la policía. Se me ha designado
depurar esta Entidad y quisiera saber si puedo contar con usted». Era
Jaime Polonia Puyo, quien había sido nombrado Comandante de la Policía en
Bolívar.
El
joven Rosales jamás pensó en hacer carrera en la Institución castrense, pero
cuando al viejo Rosales se le pregunta sobre la suerte de aquel Comandante, los
ojos se le nublan de orgullo cuando responde que, «Polanía Puyo llegó a ser el
Primer Comandante del Batallón Colombia que combatió en la Guerra de Corea…»
EN
EL ESTUDIO: DESEMPOLVANDO LOS
RECUERDOS…
Su
estudio se halla envuelto en la soledad de la mañana. A pesar del miedo que las
personas del común sienten cuando se enfrentan a la soledad, para el maestro
Quinoja tal estado del poeta lo solaza, es decir le brinda un deleite en el
cual no hay más cómplice para seguir viviendo sus 83 años, que este estudio
repleto de libros viejos.
De
las paredes penden diplomas mohosos por el paso inexorable del tiempo. Hablan
de la vida que palpita y que se niega a capitular como si en los cartones
estuviera el equilibrio del universo: el de la calle (con el mendigo que recibe
misericordia en el pan que le tiende el vecino de al lado, en esa ambulancia
que pide vía para que no mueran los sueños, que son los sueños del poeta
mismo…)
Entonces
el hombre alza la cabeza y advertimos que en el poco tiempo para la entrevista,
ese mismo hombre no tendría 166 años para contar lo que se le ha quedado en el
tintero de su poesía...
En
el estudio se siente Dios, y él mismo se rinde pleitesía porque es la única
manera de vivir más de 83 años…En él se confunde el humor y la humanidad con
aquel carácter recio, heredado de su padre opuesto al espíritu pacifista de la
madre por lo que recuerda cierta vivencia en que salió a relucir las bondades
de la mujer.
|
Olaya Herrera, Presidente |
«Tendría
yo apenas cinco años cuando nos tocó ir hasta San Pedro pues como vivíamos en
el campo, aquello lo hacíamos sábados y domingos. En la entrada de la población
había un retén de liberales quienes siguiendo el pensamiento del entonces
Presidente Olaya Herrera dedicado a liberalizar el país, le colocaban a cada
ciudadano un botón rojo sin que nadie se negara porque el partido de Gobierno
mandaba la burocracia. Mi padre quien era un conservador en todo el sentido de
la palabra se opuso con palabras fuertes pero al final accedió», anota Quinoja.
El
niño entendió el significado de la convivencia pacifica, la necesidad de
apartar odios y rencores, dejar de lado el orgullo respetando la independencia
de cada cual, la forma de pensar, los criterios y posturas frente a la vida, en
las palabras de Diamantina Mendoza Díaz, su madre, cuando le respondió al padre
de Quinoja:
«Ve,
Teófilo Rosales, deja colocarte el botón liberal. Sonríe, pero cuando estés en
intimidad, quítatelo. Así todos quedaremos felices sin que pierdas tu
militancia conservadora». Como
había tiempo para todo, el niño Rosales desarrolló también cierta destreza para
comunicarse con los animales, especialmente con el burro Generoso, otrora
animal quien era capaz de dejarse llevar sin que el Rosales niño en vez de
utilizar las manos sobre las bridas, utilizara los pies sobre la cabeza de
Generoso.
Entonces
si el jinete presionaba hacia la izquierda el jumento se desplazaba hacia la
derecha y viceversa. De ahí partiría la influencia del noble animal en la vida
de este hombre quien pareciera rendirle tributo al burrito de Belén, en esa
imagen de madera de un asno cuyo cuerpo lanza destellos de una paz
indescriptible.
Es
el dios de este universo comprimido, en el estudio del poeta…
EL PRESENTE
El hombre entonces se lamenta porque ya el
tiempo no será suyo para vivir. Sin embargo, cada día cuando despierta le
imprime más energía al instante, bebe y se goza la vida lo mejor que puede.
«No
todos los días uno tiene 83 años», se dice.
|
General Rojas Pinilla, Presidente de Colombia |
El
presente es este, cuando brinda algún recital en algún colegio de la ciudad o
donde lo inviten. Sus años no tienen cabida en la literatura de la tristeza.
Sigue siendo un niño. Un militar quien
profesó gran admiración por el general Rojas Pinillas no sólo porque comenzó a
acabar con la politiquería sino «porque gobernó con austeridad y a él le
debemos la novedad de la televisión en Colombia y la construcción en Cartagena
de la Avenida Pedro de Heredia». Pocos
Cartageneros conocen que dicha avenida se llamó en principio Rojas Pinillas en
honor del Presidente Rojas pero que después los enemigos del mandatario la
cambiaron por el nombre actual aduciendo que una obra pública no debería llevar
el nombre de un funcionario activo.
POESÍA, SOLO POESÍA…
Un
sábado no es desapercibido en este clima ardiente, los asistentes al Taller
Yngermina ovacionan al poeta. En uso de
buen retiro, el maestro Quinoja ofrece un recital en que de nuevo están
presente sus vivencias, la reivindicación del burro que pronto será un libro en
esa poesía bucólica, y la mujer siempre la mujer, y la ironía sobre algunas
páginas de la Biblia que cuando uno las lee no deja de sonreír. Se piensa en
seguida que textos así son necesarios para soportar la dura vida. Que viene
endureciendo al hombre extraño que avanza día a día por cualquier avenida de
Cartagena. Sin saber que al no aceptar un Quijonazo en su vida, se volverá
hermético y frío. Si no lo hace no vivirá 166 años como Joaquín Rosales.
Cartagena
de indias, septiembre 1 de 2012.
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