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sábado, 12 de diciembre de 2015

Hablemos de la Novela Histórica
 Por Joce G. Daniels G.
Sir Walter Scott, artifice de la Novela Histórica
Waverly Novels, una serie de relatos de sir Walter Scott, en las que se narra la revuelta jacobina, las vicisitudes de una banda de gitanos de Escocia o la aparición de Robin Hood, un jefe de bandidos montañeses que roba a los señores feudales para ayudar a los pobres; las leyendas y tradiciones de los campesinos de Escocia y de los campos florecidos y pródigos de Inglaterra, las sagas de héroes legendarios y el surgimiento de nuevas familias de nobles, presentadas inicialmente como obras anónimas, señalan la aparición de la novela histórica en la Literatura Universal a finales de 1820, cuando el rey Jorge IV le otorga el título de Barón de Abbotsford al «último de los cantores celtas» que durante toda su vida había añorado ser un señor feudal. 
La Novela Histórica a diferencia de otras narraciones que requieren de una serie de ingredientes, sólo se nutre de personajes históricos que deben ser recreados sin el sentido poético de la ficción. 
A Walter Scott (15 de agosto de 1771-21 de septiembre de 1832), una de las prominentes figuras del romanticismo inglés, le cabe el mérito de ser el primer novelista que se empapó del pasado y dio un tratamiento realista a la historia al hacer aparecer ante la realidad personajes históricos que recogió de los romances cantados, de la historia tradicional, de los cuentos y costumbres que narraba la gente humilde en el clan de Bucolengh, en su Edimburgo del alma. Fue el verdadero poeta popular de la época, fama que solo pudo discutirle el genial y maravilloso Lord Byron. 
En nuestro país, la Novela Histórica ha tenido un campo reducido, aunque algunas obras han sobresalido, otras son narraciones híbridas y mediocres que han tomado un personaje histórico, no para recrearlo tal como fue, sino para recrearlo como hubiese querido el autor que fuera, siendo obras esperpénticas, basadas en la anécdota y en la tradición. Ingermina o la hija de Calamar(1844), inaugura esta clase de novelas, en la que su autor, el entonces Presidente Juan José Nieto, revive la historia contada mil veces del conquistador que es vencido por los efluvios amorosos de la rosa fragante de una india a la que ha visto desnuda a la orilla de las cristalinas aguas de un jagüey. 
A finales del Siglo XIX, Felipe Pérez escribió El Caballero de Rausán con un personaje decadente. Otro tanto realizó Eustaquio Palacio con El Alférez Real (1886) donde su personaje don Manuel de Caicedo y Tenorio no trasciende más allá de los límites de la historia. Sin lugar a dudas, una de las mejores novelas históricas de nuestra patria es Soraya (1931) de Daniel Samper Ortega, que cuenta los amores tormentosos del Virrey Solís con doña María Lugarda, conocida como La Marichuela. Al final la realidad y la ficción se confunden, pues ambos terminan en conventos vistiendo los hábitos de las Clarisas y de los Recoletos de San Francisco de Asís. El General en su Laberinto(1987) que pudo ser la novela histórica colombiana por excelencia, por el personaje y por el autor, juega más la anécdota cursi y la tradición que la propia historia. Al final, el personaje es lo que quiere el autor: virtual y esperpéntico. 
Pero, son brillantes los retratos esperpénticos que hace Walter Scott de Juan sin Tierra y de Ricardo Corazón de León en Ivanhoe o en The Talismán, los de María Estuardo y Catherine Seyton en The Abbot (El Abate) o la reconciliación entre celtas y sajones después de cientos de años de lucha en La Dama del Lago (The Lady of the lake) y la maravillosa historia de la Canción del Último Trovador (The Lay of The Last Minstrel). En sus obras cimentó las orientaciones de la futura novela histórica. 
En este sentido, el desarrollo de la novela histórica que en Colombia ha sido muy tímido y fugaz, el panorama literario ecuménico nos presenta a escritores de la talla de Scott, Fenimore Cooper, Hawthome, Charles Dickens, Thakeray, Mogol, Tolstoi, Manzoni, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, padre e hijo, Tomás Man, Gunter Grass, Pérez Galdós, Sienkiewics, Bonilla Naar, Germán Espinosa y García Márquez. 
Joce G. Daniels G
De todas maneras, el valor de una novela histórica no depende del criterio subjetivo del autor, sino de la fuerza real y convincente de sus personajes, tal como son, así como lo hizo hace más de siglo y medio, el plebeyo y cojo Sir Walter Scott, con sus anónimos relatos de Waverly Novels, cuando sacó de las entrañas de la tradición y del olvido la historia de Robin Hood, el ladrón que por robar a ladrón, la corte del rey Arturo le dio cien años de perdón. 
San Sebastián de Calamarí, 16 de marzo de 1996

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