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viernes, 2 de agosto de 2019

SABINA AMADA EN CHAMBACÚ

«Por Aquellas Orillas Iba El Poeta Raúl Gómez
Jattin A Mirar La  Ilusoria  Figura De Sabina»

Juan V Gutiérrez Magallanes 
  
Sabina Amada era una mulata de un metro con setenta centímetros de estatura, sus cabellos lacios caían sobre sus glúteos, las hebras le percutían por los movimientos de sus caderas, el rostro delineado por la redondez del ébano de su tez, y su risa espontánea alegraba el canto lastimero de los desdichados de Chambacú.  
Sentirse mirado por ella daba goces de vida eterna. Caminaba con la sandunga de las bailadoras del playón.  
Los hombres se alineaban a ambos lados del Puente de Chambacú, para verla pasar, aquello era un ritual a la escultural Sabina Amada. Era modelo de la Escuela de Bellas Artes en las clases de pintura, lo cual le facilitaba estar en los eventos culturales que se organizaban en el claustro, por esto lograba relacionarse con los artistas que asistían a la Institución. No era entonces extraño encontrarla haciendo parte de las tertulias en el Club Cartagena, porque además de ser modelo, practicaba danzas de las tribus africanas, danzas rescatadas por los hermanos Zapata Olivella, condición que la hacía ser estimada por Manuel Zapata, el escritor de la novela «Chambacú, corral de negros».  
A los dieciséis años contrajo matrimonio con el español Eduardo Caro, fue una relación rápida y fugaz, el casamiento duró tres meses, pues el español no pudo sobrellevar las furias de los amores que corrían por los interiores de Sabina Amada, era una mujer ardiente y habilidosa en las aguas del amor, claridosa, sabía conversar con franqueza sobre las cosas atinentes a la pasión. Era ahijada de la Negra Mayo, quien la había bautizado con las oraciones de las diosas que le cantaban al amor y bailaban la danza de los Trece Velos.  
Continuó su vida de modelo y danzarina de ocasión. Desde los doces años se había iniciado en el modelaje, su imagen era conocida por pintores y profesores extranjeros que habían pasado por la Escuela de Bellas Artes. 
Cuando Sabina Amada, salía al patio de su casa a tender la ropa, lo hacía vestida de manera informal, con telas transparentes que dejaban penetrar los rayos del sol. Ella vivía con su madre y dos tías, la vivienda estaba ubicada en una esquina, que solo tenía una casa vecina: la del señor Víctor. Un viejo marihuanero respetuoso, pero que no aguantó las ofertas que le hacían de cobrar la entrada a su casa a la hora en que Sabina Amada tendía la ropa en el patio, todo esto sin que ella se diera cuenta, aquello se hizo por poco tiempo, porque las tías de Sabina Amada, se enteraron y pasaron ellas a guindar la ropa con el dorso desnudo y escuálido, lo que no fue apetecido por los observadores en la casa del viejo Víctor.  
Sabina Amada se enamoró de un pintor alemán a los diecinueve años. Los chambaculeros con mucho respeto lo veían entrar al barrio, el ser invitado de aquella mujer que todos querían y admiraban transmitía confianza en los mirones. La relación de noviazgo duró dos meses, los enjuagues de la Negra Mayo hicieron efecto, ahora el alemán se hizo adicto a los fritos de Gregoria y a los pasteles de Juan Toro.  
Se casaron un dos de febrero, Día de la Candelaria, el matrimonio fue por lo civil pues el alemán pertenecía a la iglesia Bautista, pero Sabina Amada, deseaba hacerlo el dos de febrero, porque ella era devota de la virgen de la Candelaria. El novio hizo todo los arreglos para que la fiesta del matrimonio, se celebrara en Chambacú, con la música del picot «Flor del Mango», con un intermedio dancístico del grupo Malibú, ya que en éste bailaba «Media Vida», quien bailó la «Rasquiñita», una danza de la región Caribe.  
La calle de la Esperanza, se adornó con guirnaldas y con cruces de cenizas, imágenes de San Antonio y matas de sábilas para que el día fuera fresco y sin lluvia.  
Manuel Zapata Olivella, Escritor y Poeta
Los rezos de la Negra Mayo, fueron escuchados por Santos y Dioses de su Panteón, el baile se prolongó hasta la madrugada del lunes, con un toque de Diana por un hijo de la «Santera», apodo con que la nombraban en honor de su bisabuela Nicasia, torturada y sacrificada por la Inquisición en el año de 1750, por el hecho de ser bruja.  
A partir del matrimonio de Sabina, la vida de ella cambió totalmente, no volvió a la Escuela de Bellas Artes, ni tampoco pudo interpretar la danza de los Trece Velos, todo por la prohibición del marido celoso que no la dejaba salir a la calle. Se escuchaban rumores del maltrato a que la sometía el alemán. Sabina Amada se sumía en una tristeza insondable, interpretada por la Negra Mayo por el vuelo en círculos que hacían las Mariamulatas sobre el techo de la casa de la joven pareja. 
Con el paso del tiempo, se fue observando un silencio alrededor de la vivienda, solo se escuchaba la voz autoritaria del alemán y de pronto un leve quejido que salía por la ventana. Hasta cuando un día cesaron los quejidos y aquellos olores que exhalaba el cuerpo de la mujer. Murió Sabina sin que se permitiera el llanto de las plañideras de Chambacú, ni el Lumbalú que le habían prometido las Palenqueras del Puente.  
Juan Vicente Gutiérrez Magallanes, Escritor
Hoy, después de setenta años, allí donde está ubicado el Espíritu del Manglar, en los miércoles Santos por el Crespúsculo, el último descendiente del pescador Magalla contempla a Sabina danzando el poema-cumbia de Jorge Artel, con la música que le puso Antonio Carlos Del Valle.  
Por aquellas orillas también iba el poeta Raúl Gómez Jattin a mirar la ilusoria figura danzante de Sabina.
          Imagen 2 de arriba a abajo de Free-Photos en Pixabay 
 

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