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lunes, 1 de julio de 2013

LA DESESPERANZA EN LA CIUDAD DE LOS CRUSTÁCEOS


PREGONAN LOS COLORES 
COMO MÁSCARAS DE ETIOPÍA 
EN EL ASOMBRO DE PICASSO

Por Juan V Gutiérrez Magallanes



La desesperanza está golpeando los corazones de los cartageneros, la visión hacia el horizonte se está tornando difusa, y parece que no hubiese escape, pues las personas que transitan por las calles van aceleradas por el acoso de acciones malévolas de fantasmas, quienes  van caminando con el filo de un arma muy cortante, toman diferentes formas, se multiplican y, lanzan pregones taladrando el corazón como bacterias  fagocitarias.  
Esos dobles de fantasmas, son heraldos que están  dispuestos a comprar lo que necesita un ser humano, son acaparadores de seudosímbolos, que tienen en el reverso de la imagen, la felicidad, una máscara sonriente que señala con el índice que emerge de las fauces. 
Las calles se han vuelto tumultuosas, con una pesada atmósfera que permite mantener levitando las noticias de los muertos por falsos hipotecantes del derecho al trabajo. 
Muy a pesar de la situación, se agolpan jóvenes con anuncios de políticos jurando tener en los bolsillos la panacea para enderezar los entuertos de la ciudad. 
En el arrabal del olvido moran quienes nunca le han visto la cara bonita a la ciudad, merodean cerca de aquel altar, donde la mujer buena del caserío, reparte bendiciones con su báculo de madera, en el interior de una fosa de alimentos al fuego. 
Ella apagará el fuego del hambre y hará florecer los sueños de olvido para quienes nunca miran el sol, muy a pesar de sentirlo sobre las espaldas. 
Ellos, creyentes de la felicidad efímera, danzantes de un son que no tiene sentido para quienes caminan sobre las ganancias del «Pagadiario». 
No les importa si tienen que morir temprano. Parece que vivieran llevando a cuestas el canto de un Lumbalú. 
La ciudad, de inmóvil, se ha trasmutado en una ciudad de hierro, con carros chocones, que va dejando muertos en las trayectoria de su recorrido, el llanto de un Lumbalú se pierde en los acorde de la champeta que poco dice de lo que se está viviendo. 
Nadie se atreve a cruzar la raya trazada por el guapo del momento. Hasta los perros, tienen marcado el sendero que deben transitar. 
Vivimos con la sensación de pérdida; «el Cuadrante Mayor» ha sido retirado de la Cuadra que debía preservar el bien de quienes jugaban el vivir, ya no pueden trazar las rayas para el juego de la peregrina, pues todo está bajo la férula del que vacuna por los litros de aire, a que los habitantes del suburbio tienen derecho para mantener la existencia. 
Los cadáveres de los jóvenes son perseguidos por «los incineradores», pretenciosos tributantes, que disputan la luz del sol para adherirla al filo de sus aparatos tronadores. Que juegan con las voces de quienes hacen el elogio a los caminantes de la noche. Lavan los errores con el desquite del desplazamiento marcando el sendero de vidas  ultrajadas. 
El rostro de la desesperación, se refleja en los que sobrenadan y se atreven a pensar y miran con profundidad, porque los que mantienen el pensamiento en la periferia, sólo profundizan en la risa de la conformidad, porque la mañana no debe ser perturbación para los momentos de lúdica, ni para el vuelo de las hojas que se hayan adheridas al verde de la esperanza y el olvido. 
La paradoja de la risa, ellos, conforman la multitud de la ciudad, muchos se atreven a tocar con sus manos la cara bonita de la Urbe. Ornándola con jardines de frutas que conservan la policromía prestada por el Maestro Grau. 
Pregonan los colores como si fueran máscaras de Etiopía en el asombro de Picasso. Ellos no le temen al mañana, son conocedores del poder de la risa que regalan en las bajas temporadas del turismo mochilero. 
Cuando llegan las altas temporadas, que son más duraderas que las bajas, aprovechan para vender la sonrisa, la tasan en razón del tiempo que permanece a flor de labios y del ritmo acelerado de los latidos del corazón. 
Es una risa que esconde la tristeza que guardan los expositores y se establece en un enigma para el que mira el contexto con el revestimiento del hombre que ríe. 
Para el observador es paradoja la felicidad del hombre que ríe.
LC 

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