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lunes, 14 de junio de 2021

#SueñosdeGloria

 EL ÚLTIMO ADIÓS


Por Gilberto García Mercado

  


En el autobús fue donde contemplé a Fermina Cáceres. Llevaba el cabello sobre los hombros y en su mirada parecía descansar definitivamente el amor. Fue la primera y última vez que la vi. Aunque hablaba despacio y con moderación parecía que la venía escuchando desde hacía años. Al menos así me lo pareció. Me sedujo su figura delgada, sus dientes blanquisimos y el olor a sándalo que despedía su cuerpo con cada movimiento que hacía para acompañar sus palabras, en el sillón de al lado. Mientras duró el viaje, entendí, que la joven venía a la capital en busca de un mejor destino, de un universo en donde ella tuviera grandes posibilidades de triunfar.

«Quiero estudiar modelaje», me dijo abriendo desmesuradamente sus ojos negros, «Desde pequeña, ha sido mi más grande obsesión».

La joven podía tener unos veinte años. Además de bella y bien plantada, a través de su voz pude adivinar un apego exquisito por la cultura, se notaba en la chiquilla un sendero en donde la luz brillaba con singular perpetuidad.

«Debe de ser un ángel extraviado en estas latitudes», me dije abandonándome en las aguas turbias del amor.

Ella habló de todo, de libros, de cultura general, de civilizaciones, de Francia, de los alemanes, de los griegos, en el autobús la mayoría de sus ocupantes eran estudiantes que retornaban a Cartagena de Indias a retomar sus estudios en escuelas y universidades.

Con la euforia propia de la edad anhelaba que Fermina Cáceres se dignara pedir el número de mi móvil y no me condenara al fracaso de una relación truncada por no solicitar un bendito numero de celular. Y no era porque el hombre, por su condición de individuo forjado por Dios no tomara la delantera de amablemente y cortés solicitar el número telefónico de una mujer, es que el momento no daba ocasión porque ante mí, como melodía celestial se hallaba hablando Fermina Cáceres. Otra voz no podía acallar la solemnidad del momento por mucho que alguien quisiera refutar o celebrar sus palabras...

Volví en mí, recuperé la lucidez de mi vida cuando la chiquilla pidió al conductor que la dejara en algún lugar de la Avenida Pedro de Heredia. El cielo se insinuaba diáfano y la mañana de hinojos se inclinaba ante febrero. Fermina Cáceres descendió del vehículo, sentí como si una parte de mi se me desprendiera con su partida. La vi abordar un taxi y perderse para siempre por las calles de la urbe en medio de la canícula  abrasante de la mañana de febrero. En ningún momento de su recorrido, la hermosa joven se dignó mirar hacia atrás y alzar el brazo despidiéndose de los jóvenes del autobús a quienes desde ese instante ella condenaba para siempre.

De ese hecho circunstancial sobreviven los recuerdos. Es como si la mente preparara en todo tiempo o lugar, una fisura exclusiva para Fermina Cáceres. La busqué como loco por toda la ciudad, me engañé creyendo ver en otros cuerpos esculturales la figura de la mujer. Hasta contraté a un investigador privado para que diera con el paradero de Fermina. El pobre tipo dijo que renunciaba ante la negativa de los resultados y mi obsesión enfermiza por localizar a la mujer.
 
«!No existe!», exclamó el detective, «¡Fermina solo vive en su cabeza!».

Al final se aprende a convivir con esas imágenes por siempre. Hasta creo que disfruto soñando con las escenas del pasado cuando tomo el autobús de regreso a la ciudad. Sí, se suben muchas chiquillas encantadoras como Fermina Cáceres, pero su conversación no es la misma, se halla exenta de sus sueños, de querer ser modelo contra viento y marea. 
No se qué habrá sido de ella en todos estos años. He querido exorcizar las escenas del ayer para que la imagen de la mujer sea relegada al olvido. A veces tomo el autobús y me siento al lado de una anciana que con gran donaire y amabilidad me sonríe con dulzura.

―¿Y adónde se dirige mi señora?―aventuro la frase.

―Voy a una conferencia sobre modas―reitera la dama.

No creo que sea casualidad que tenga a Fermina Cáceres después de tantos años a mi lado. La miro de soslayo tratando de descubrir en sus facciones solemnes la figura menuda y grácil de la chiquilla de antes.

―¿Es usted por casualidad Fermina Cáceres?―pregunto.

―Sí―manifiesta la anciana¿Me conoces de algo?

―He escuchado hablar de usted…

―Tengo una escuela de modelaje y hoy hacen un homenaje a mi vida y obra―manifiesta la mujer.

Gilberto García M
Y es como si la estuviera viendo cuarenta años después. Me dice que tiene algunas entradas para el evento y que le agradaría mucho verme entre los invitados. Se esfuerza en que acepte la invitación, habla con propiedad, me toma de la mano y la pone a la altura de su corazón. «¡Por favor, ven a la celebración!», exclama angustiada la dama. El autobús se detiene en la parada, yo desciendo imperturbable mientras la mujer balbucea un, «llámame, cariño». La ciudad es otra en octubre, tal parece que la lluvia de la mañana hubiera transformado los rostros austeros y miserables. Mientras avanzo no me digno mirar atrás, en casa me esperan mi mujer y mis hijos.
 
Imagen de klimkin en PixabayImagen de Hands off my tags! Michael Gaida en Pixabay 

1 comentario:

elpedrete dijo...

muy bonita la historia de Fermina Cáceres. Enhorabuena

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