LA FLOR DEL CAMINO
¡Qué Pura, Platero, y qué bella esta flor del camino!
Pasan a su lado todos los tropeles —los toros, las
cabras, los potros, los hombres —, y ella, tan tierna
y tan débil, sigue enhiesta, malva y fina, en su
vallado solo sin contaminarse de impureza alguna.
Cada día, cuando, al empezar la cuesta, tomamos
el atajo, tú la has visto en su puesto verde. Ya tiene
a su lado un pajarillo, que se levanta —¿por qué?—
al acercarnos; o está llena, cual una breve copa, del
agua clara de una nube de verano; ya consiente el
robo de una abeja o el voluble adorno de una
mariposa.
Esta flor vivirá pocos días, Platero, aunque su recuerdo podrá ser eterno…
¿Qué podríamos decir de esta página si jugáramos a hacer una clase de Español y Literatura?
Que la primera frase es una frase exclamativa… Y que en ese primer párrafo toda la carga semántica recae en flor. Los elementos, —toros, cabras, potros, hombres— giran o se mueven alrededor de un núcleo central que es la flor. De entrada, el poeta invoca o llama a Platero para que advierta que en el camino aparece radiante una flor. Es una descripción en movimiento. Con un entorno voluble y tangible y un símil o una comparación con la naturaleza y la vida.
En la postal, mientras pasa el tropel, la flor florece y la visitan una abeja que le roba el néctar y una mariposa que la adorna, un pajarillo que se posa y vuela de sus ramas. Pero en el pensamiento del poeta la flor se eterniza en la primavera y en la vida como algo paradójico: lo efímero y lo eterno, el universo y la vida.
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Narración, lectura que no tiene edad |
Cuando armamos el retablo de Platero y yo nos tropezamos con el Puerto de Moguer. En las mañanas y al anochecer y, sobretodo, en el atardecer, cuando el poeta, vestido de negro, sale a caminar montado en su burrito. Pasan los dos, el poeta y el burro, entre labradores y caminantes. Lo acolitan y lo acompañan y lo aplauden los niños que se entretienen con Platero. Una cabra y Diana, la perra, y otras cosas que van apareciendo por la vera del camino. De esta manera Juan Ramón Jiménez nos presenta unos cuadros de Moguer que universaliza en las postales.
El canto del poeta que habla con su burro se inmortaliza en las delicadas estampas de vida y ensueño al deambular por el entorno del pueblo, en un ir y venir en esta serenata de amistad y encuentro con lo bello. Hay en su vaivén carboneros y gitanos, niños pobres y niños de la casa. Un loco y un cura. Darbón, el médico de Platero, Diana, la perra, y una cabra y la cotidianidad de la vida en Moguer. «¡Qué ilusión, esta noche, la de los niños, Platero! No era posible acostarlos».
El poeta reconoce que en Platero y yo el canto al pueblo de Moguer lo eleva a lo universal. En los elementos que describe encontramos las cosas que el hombre hace: la azotea, la verja, el aljibe, la carretilla, el pozo, el castillo, el molino, la torre… Los seres que tropieza: la mariposa, el loco, las golondrinas, el potro, el niño, el loro, el perro, el canario, los gallos, el toro… Y, además, elementos de la naturaleza: el árbol, el río, el camino, el arroyo, la colina… A éstos y otros espacios con lo atmosférico del tiempo y la vida de Platero—aparición y muerte—el escritor crea la historia de este burro en su compañía, como si fuesen una pareja de amantes: «Mira, Platero, este árbol que, verde y susurrante, cobijó, no hace un mes aún, nuestra siesta».
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Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel 1956 |
Se recuerda que a Juan Ramón Jiménez siempre lo hemos relacionado entre los poetas modernistas. Para el poeta, el modernismo era una actitud. Un gran movimiento de entusiasmo y de libertad hacia la belleza. «El modernismo —dijo— no fue solamente una tendencia literaria: el modernismo fue una tendencia general». Considera, entonces, que el modernismo fue un movimiento envolvente que tiene sus inicios a finales del siglo XIX y principios del XX y que en su conjunto abarca el parnasianismo, simbolismo, dadaísmo, cubismo, Impresionismo… «Todo cae dentro del modernismo porque todo es expresión en busca de algo nuevo hacia el futuro». Y menciona a los integrantes de la generación del 98 como los españoles más sobresalientes: Unamuno, Valle Inclán, Azorín, Machado, Pío Baroja, Ortega y Gasset. Con los integrantes de esta generación se codeó desde que tenía 17 o 18 años. Más tarde, en España, conoce a Rubén Darío y con él se entera de la existencia de Guillermo Valencia, José Martí, José Asunción Silva y Leopoldo Lugones.
En la cátedra que dictó en la universidad de San Juan de Puerto Rico menciona a los españoles de nuevo y a los hispanoamericanos Rubén Darío, Silva y Martí como los pilares de esta tendencia. Y en sus clases reconoce de alguna manera que: «Hasta el modernismo casi sólo podría hablarse de literatura española, ya fuese escrita dentro o fuera de la Península; a partir de él la realidad es otra: surge la literatura hispánica, con divergencias saludables, pero también con integración genuina».
Se podría reafirmar, sin lugar a equívocos, que Juan Ramón Jiménez perteneció en su quehacer poético al modernismo. Y que aprendió de la Generación del 98, pasó por la Generación del 14 (Ramón Pérez de Ayala, Gabriel Miró, Gustavo Pittaluga, Manuel Azaña, Gregorio Marañón…) e influyó directamente en la Generación del 27 (Pedro Salinas, Jorge Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti…).
Que todo estudioso de la poesía hispanoamericana debe pasar por los poemas de Juan Ramón y que la manera más conveniente de llegar a los libros de este maestro es empezar por las sencillas y poéticas páginas de Platero y yo.
La sencillez y lo lírico del tema y del lenguaje, lleno de colorido y ternura, hacen de esta obra un juego con las palabras como si se estuviera adornando un pesebre de animales, niños y flores. ¡La naturaleza se crece y Platero se ha humanizado en ese diálogo íntimo con el poeta!
En Platero y yo, se reitera, todo es color y movimiento, sonido y canto, alba y libertad: «La mañana era clara, pura, traspasada de azul. Caía del pinar vecino un leve concierto de trinos exaltados, que venía y se alejaba». El poeta y Platero van y vienen, como si, por la puerta del corral, salieran y vinieran de la huerta más próxima.
Las ciento treinta y ocho estampas de las doscientas ochenta y siete páginas están escritas en prosa. En prosa poética. Llevan en su seno un inconfundible lirismo. Acaso, Platero y yo, las más puras viñetas del modernismo.
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Edición de Platero y yo, un Clásico Universal |
En la red es fácil encontrar colgado este clásico de la literatura nuestra. Allí están estas ideas también incluidas en el prólogo del autor: «Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre…»
Es Platero y yo, por hoy y por siempre, el libro más leído y más conocido de Juan Ramón Jiménez, premio nobel de literatura de 1956. Acaso, más que Piedra y cielo y que sus lecciones y opiniones sobre el modernismo. Pues con Platero y yo juegan y cantan los niños Y los mayores se entretienen en una tarde de enero.
¡Qué suerte, tener en el canon de la literatura del idioma español un libro como Platero y yo!
Esta flor, Platero, podrá ser eterna.
BIBLIOGRAFÍA:
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