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lunes, 8 de julio de 2013

MEMORIAS DE CHAMBACÙ



LA MUJER «CHIBOLO» O  «LA TODOVALE»

«TODAVÍA SU IMAGEN RONDA EN PEREGRINACIÓN POR
 LAS OSCURIDADES DEL ESPÍRITU DEL MANGLAR…»
Juan V Gutiérrez Magallanes, Docente y Escritor
Conservaba en su figura la belleza de las vestales pecadoras de aires antillanos, se vestía con trajes de telas de seda floreadas que le vendían «Las Vivanderas» de Bocachica.  
La quietud de los buenos tiempos, había acumulado panículos adiposos en sus brazos, que sólo se apreciaban en la claridad del sol de las tres de la tarde, cuando ella acostumbraba hacer un poco de calistenia.
 En el interior de su casa se podían encontrar las cosas más disímiles del pequeño mundo que en esa época imaginábamos, pero ella además de «La Chibolo», era para nosotros los del barrio, «La Todovale», seudónimo bautismal que le designó el hombre más culto de la comunidad, sabía combinar las noticias que encontraba en los tres periódicos que se leía en las tardes: El Tiempo, El Espectador y El Siglo, lo que no hacía en la mañana pues durante la jornada recogía los pedidos de los políticos de turno, para la elaboración de sus discursos y proyectos.
El argumento que esgrimía para explicar por qué le había puesto a «La Chibolo», el remoquete de «La Todovale», era por la forma como aquella señora, que por cierto tenía un nombre de bondad y caridad: Emérita Cristino Ángel: compraba y empeñaba todo lo habido en la forma que fuera, no importaba el desgarramiento que hubiera ocasionado la consecución del objeto, bastaba que mostrase el brillo dorado o la importancia moral y sentimental para el ser humano, para que ella reflejara el interés por la posesión de la muestra.
Ella era una vividora, que fundamentaba su hacer en uno de los eslóganes escrito en la puerta: «Vive y Deja Vivir», basada en esta oración, permitía el uso y el abuso de truhanes que le aportaban en calidad de empeño, todo lo mal habido en el diario vivir.
«La Todovale», podía apropiarse en compra fraudulenta, desde un alfiler hasta los «Santos de Piedra», que adornaban la entrada de la iglesia de La Catedral de Nuestra Señora Catalina de Alejandría.
 En las paredes de la casa se mostraban las figuras más  extrañas, que pudieran estar en exhibición , tales como : el ombligo disecado  del primer hijo de una familia; la tibia de la primera gallina matada por una mujer virgen; Los primeros sudores del primogénito de una pareja; las vísceras disecadas del primer mero pescado por el hijo mayor del maestro del barrio; la sábana con la mancha de la primera menstruación de la primogénita del carbonero del barrio y una colección de cédulas marchitas por el tiempo, estas últimas eran retiradas para época de elecciones.
En aquella casa, donde sobresalía en la parte superior del dintel de la puerta un letrero que decía: «Aquí vive el Señor». Ella nunca especificó a cuál señor se refería, lo que  se podía inferir, es que se trataba de un señor de forma corporal robusta envuelto en un cotón blanco trenzado por un corbatín negro.
Llegaba a las tres de la tarde y se retiraba a las once de la noche después que el vigilante que vivía en una de las accesorias de la esquina, salía hacia el barrio de San Diego, para cumplir con su jornada de «sereno» o celador nocturno.
«La Todovale», terminó sus días en la ausencia de chibolos, con una esbeltez momificada, que se transparentaba a través de las telas de lino blanco que ahora usaba.
Explicaban su estado de sílfides y extrema delgadez por el efecto del formol, utilizado para la conservación de los diferentes cuerpos orgánicos que allí se guardaban en calidad de empeño.  
Todavía su imagen ronda en peregrinación por las oscuridades del Espíritu del Manglar, implorando el perdón del hombre más culto, que tuvo el Caserón de Chambacú.
Juan v Gutiérrez Magallanes
LC

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